Santidad Argentina (XXIV)

Posted by: Corim

Ntra Sra del Huerto 01 (01)

Hermana María Crescencia Pérez. Décima primera parte.

Con gozo hoy ya podemos decir: BEATA María Crescencia, ruega por nosotros. Esta humilde religiosa, escondida a los ojos de todos, callada, amable, trabajadora, orante, contemplativa, apasionada devota del Sagrado Corazón de Jesús, de María Santísima del Huerto, y de Santa Teresita, ha sido elevada a los altares y puesta como ejemplo para los argentinos y para la Congregación del Huerto.

Ahora bien, uno se puede preguntar por qué tanta importancia se le da a este suceso de la Beatificación. Quizás puede ser que alguien vea este acontecimiento como algo ajeno, lejano, para otros que le tengan devoción; y no es así. Dios en su infinita Misericordia, ha elevado, por medio de una gracia especial a una compatriota nuestra –un simple ser humano, dependiente en todo de la ayuda Divina– hasta la cumbre de la perfección, que no es hacer cosas perfectas, sino hacer todo, hasta lo más pequeño, para Dios, para agradarle solo a Él.
Y esto es un don Divino, pues un simple mortal, una simple criatura, no puede por sí mismo hacer nada bueno, pues sólo Dios es bueno y toda bondad es reflejo de su Amor. Lo único que Dios espera para obrar en nosotros frutos de santidad, es nuestro sí a su querer, a Su Divina Voluntad. A partir de esta respuesta, Dios, su Gracia, comienza a actuar en el alma de la persona y, como la levadura impregna toda la masa, así la gracia se distribuye en todo el ser de la creatura. Así por ejemplo hemos corroborado la dulzura y la caridad exquisita de Sor Crescencia, su heroísmo al vivir la caridad con los enfermos de tuberculosis, su disposición para cumplir con amor la Voluntad de Dios, etc., etc.; todo ello era fruto de la vida de la gracia que descendía del Corazón mismo de Dios y que corría a raudales por las venas de la nueva Beata. Esta Amistad Divina la cultivó, como hemos visto en otros capítulos, con la oración, la Eucaristía, la meditación de la Sagrada escritura, la devoción a la Santísima Virgen, etc.

Y todo este trabajo de la gracia, todo este derroche del Amor Divino, se realizó en nuestra patria, en este mismo suelo argentino, suelo que María Crescencia amaba entrañablemente y que a la hora de abandonarlo le dolió enormemente. María Crescencia es Argentina, caminó en esta patria, en esta Provincia de Buenos Aires, se admiró por la inmensidad de la Pampa, y la belleza del Mar Argentino, sufrió con nuestra gente, vivió con nuestras costumbres y nuestro folclore, su familia cultivó nuestros campos, y pasaron las penurias propias de una familia numerosa y con pocos ingresos, pero con una fe a toda prueba, y en donde Dios fue haciendo germinar un fruto precioso en santidad.

Por todo esto decimos que ningún católico argentino puede sentirse ajeno a esta hora de la Beatificación de Sor Crescencia, sino que debemos inflamar de gozo nuestro pecho pues en nuestra propia tierra, en nuestra casa, Dios se ha dignado bendecirnos con este don de la Gracia; sobre todo en estos tiempos en los que en nuestra patria se vive una verdadera apostasía, se promueven y se aprueban leyes que van concretamente contra la Ley Santísima de Dios, se avala el aborto y la eutanasia, se denigra la figura santa de la familia pretendiendo crear “nuevos tipos de familia”, etc., etc.; a pesar de todo Dios ha hecho surgir precisamente ahora la figura de la nueva Beata, Dios nos da un modelo a seguir a los argentinos, y lo podemos encontrar leyendo su vida y sus poquísimas cartas. Ojalá que no dejemos pasar este momento especial y, abriendo el corazón a la gracia, dando nuestro sí al querer Divino, como lo hizo sor Crescencia, en lo pequeño de cada día hecho por amor, demos abundantes frutos de santidad en nuestro amado suelo argentino.

Para concluir este capítulo vamos a citar un trozo de una carta que la Beata le escribió a su familia. Ya lo hemos citado en otra oportunidad, pero es bueno recordarlo:
“... cada día que pasa, más cuenta me doy de los padres que el Señor me ha dado y por eso no me canso de agradecerle y pedirle al mismo tiempo me dé gracia para que yo responda y me haga santa; porque más de una vez pienso, querida mamá, que si yo no me hago santa tendré que dar cuenta muy estrecha al Señor...”