Papas Santos – Gregorio VII y Urbano I

Publicado por: Servus Cordis Iesu

¡Oh bienaventurado Gregorio! Verdaderamente se han aumentado nuestras alegrías pascuales con tu triunfo. Porque nosotros vemos en ti la imagen de Aquel que mediante su gloriosa Resurrección ha sublimado al mundo que se hundía en sí mismo. Tu pontificado fue preparado por la divina Sabiduría como una era de regeneración de la sociedad que se desplomaba cediendo al impulso de la barbarie. Tu valor, basado en la confianza de la palabra de Jesús, no retrocedió ante ningún sacrificio. Tu vida en la Silla Apostólica no fue más que un continuo combate, teniendo que morir en el destierro por haber amado la justicia y odiado la iniquidad. Pero por eso mismo se cumplía en ti aquel oráculo escrito por el Profeta para tu divino Maestro: “Por haber dado su vida por el pecado, gozará de gran posteridad”. Treinta y seis Papas han seguido el camino trazado por tu sacrificio; por ti la Iglesia alcanzó la libertad y la fuerza se sometió ante el derecho. Después de este período triunfante, ha vuelto de nuevo a declararse la guerra, que sigue todavía. Los reyes de la tierra se han levantado contra el poder espiritual, han sacudido el yugo del Vicario de Cristo, y han rechazado el control de toda autoridad humana. A su vez los pueblos también se han sublevado contra un poder que no admite ninguna dependencia del cielo por medio de un lazo visible y sagrado y esta doble insurrección pone a la sociedad de nuestros días al borde de su perdición.

Este mundo es propiedad de Jesucristo “Rey de reyes y Señor de los señores”. A Él, Hombre Dios, “ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Todo aquel que se levante contra Él sea rey o sea pueblo, será deshecho, como lo fue el pueblo judío que vociferaba en el frenesí de su orgullo “no queremos que Él reine sobre nosotros”. Glorioso San Gregorio, ora por este mundo, que salvaste de la barbarie y que de nuevo se encuentra a punto de sucumbir en ella. Los hombres de hoy día no hablan más que de libertad y a nombre de esta pretendida libertad no han hecho más que disolver la sociedad cristiana, y la fuerza es el único medio que les queda para mantener en orden tantos elementos encontrados e indispuestos entre sí. Triunfaste de la fuerza y restableciste los derechos del espíritu; por ti fue reconocida la libertad de los hijos de Dios, la libertad del bien y esa libertad reinó durante muchos siglos. Pontífice generoso, ven en ayuda de Europa, preservada de su ruina inminente gracias a la fortaleza de tu brazo. Aplaca a Jesucristo de quien blasfeman los hombres, después de haberle arrojado de sus dominios, como si no debiera volver a triunfar Él en el día de su justicia. Implora su clemencia sobre tantos cristianos seducidos y arrastrados por los más absurdos sofismas y por los más ciegos prejuicios, por una educación pérfida, por palabras hueras y mal definidas, y ellos llaman camino del progreso, camino que les aleja cada día más del único fin propuesto por Dios al crear al hombre y a la humanidad.

Echa, oh Gregorio, desde aquella morada tranquila en que descansas después de tantos combates, una mirada sobre la Santa Iglesia que sigue su curso a través de innumerables dificultades. Todo se levanta contra ella. Los restos de las antiguas leyes inspiradas por la reacción de la fuerza contra el espíritu, los excesos crecientes del orgullo popular, que persigue encarnizadamente todo lo que le parece contrariar la igualdad de derechos, el recrudecimiento de la impiedad que ha comprendido que para llegar hasta Dios hay que echarse sobre la Iglesia en medio de esta terrible tempestad, las olas golpean la roca que lleva la silla de la inmortalidad y sobre la cual ocupaste el lugar de San Pedro. Ora por el Vicario de Cristo. Vela sobre esta ciudad santa, que fue tu esposa en la tierra. Derroca los planes pérfidos, reaviva el celo de los hijos de la Iglesia a fin de que por su valor y por su generosidad continúen ayudando a la más sagrada de todas las causas.

Este día todavía se ve más realzado con el triunfo de otro Santo Papa. Jesucristo resucitado dijo un día a San Pedro: “Sígueme”. Y San Pedro siguió a su Maestro hasta la cruz. Herederos de San Pedro, Urbano y Gregorio, siguieron en pos del mismo Jefe, y nosotros celebramos su triunfo común que resplandece en la fortaleza invicta que comunicó el vencedor de la muerte a través de los siglos, a todos aquellos a quienes escogió para dar testimonio de la verdad de su resurrección. ¡Oh Santo Pontífice! celebramos hoy tu triunfo con una alegría aumentada con el aniversario del tránsito de San Gregorio VII, tu ilustre sucesor, a la morada celestial, en que le esperabas. Desde lo alto del cielo has seguido sus combates, y ciertamente habrás reconocido que su valor no es inferior al de los mártires. Desde su fúnebre lecho de Salerno se animaba él en su último combate con el pensamiento de tu postrer victoria en este mismo día. ¡Oh lazo de maravillosa unión entre la Iglesia triunfante y la militante! ¡Oh sublime fraternidad de los Santos, oh esperanza de inmortalidad para nuestros corazones! Jesucristo resucitado nos está convidando a unirnos con Él por toda la eternidad. Cada generación le envía sus elegidos que unos tras otros, llegan a colocarse alrededor de su Capitán, como miembros que componen la plenitud de su cuerpo. “Él es el primogénito entre los muertos” y nos hará participar de su vida en la medida en que hayamos participado de sus sufrimientos, y de su muerte. Ruega, oh San Urbano, para que se inflame más y más en nosotros el deseo de reunimos con Jesús, que es “el camino, la verdad y la vida”. Haznos vivir siempre por encima de nuestras ambiciones terrenas y experimentar interiormente que “vivimos desterrados del Señor” mientras permanecemos en este mundo.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico