Papas Santos – San Sixto III

Publicado por: Servus Cordis Iesu

San Sixto, papa, tercero de este nombre, fue romano; nació hacia el fin del siglo cuarto. El celo con que combatió las herejías de su tiempo, aun cuando no era más que presbítero, y la honra de ser elevado al sacerdocio por los méritos de una notoria virtud, acreditan la que ya tenía cuando joven, y los progresos que había hecho en la ciencia de los santos. No solamente anatematizó el pelagianismo en presencia de todo el pueblo, sino que refutó sólidamente en sus epístolas los dogmas de aquellos herejes. En una carta, da san Agustín la enhorabuena a san Sixto de haber sido el primero que condenó públicamente los errores de Pelagio, cuando todavía no era más que presbítero.

Muerto el papa san Celestino, se creyó que no podía señalársele más digno sucesor que a nuestro Sixto. Y así fue elevado al pontificado el día 26 de abril del año 432, con aplauso tan general del clero y pueblo, que apenas había memoria de otro igual.

Luego que se vio en la silla de san Pedro, dedicó todos sus desvelos a extirpar las perniciosas herejías, que no obstante de estar todavía como en la cuna, hacían gemir a toda la Iglesia.

Después que Juan de Antioquía abandonó el partido de Nestorio, san Sixto escribió a este y a san Cirilo cartas de congratulación, exhortándolos a trabajar en la conversión de los herejes, y a recibir con caridad a los que de buena fe se redujesen a la Religión; pero que se mostrasen severos e inexorables con los que perseverasen tercos en sus errores. Fue sin duda después de estas cartas del santo pontífice, que obstinándose el infeliz Nestorio en su impiedad, fue sacado de su monasterio, y enviado a destierro, donde murió desgraciadamente sin seña alguna de arrepentimiento.

Siendo nuestro santo enemigo tan declarado de los herejes, no era posible estuviese a cubierto de sus acostumbradas calumnias.

No es fácil explicar el ardor y el activo celo con que el vigilante pontifice se aplicó a sofocar todas esas perniciosas novedades, a resucitar en la Iglesia el primitivo fervor, y a renovar el vigor de la disciplina eclesiástica.

La solicitud pastoral con que atendía a todas las necesidades de la Iglesia, y los inmensos afanes que se daba para proveer a todo, no le impidieron ocuparse en pormenores de magnificencia y liberalidad a favor de las iglesias de Roma; lo que prueba cuán grande era su genio y cuan eminente su piedad. Por la tierna devoción que profesaba a la santísima Virgen, se movió a reparar la antigua basílica de Liberio, consagrada a la Madre de Dios, y que se llamó desde entonces Santa María la Mayor. Son pocas las iglesias antiguas de Roma donde no se conserven grandes monumentos de la munificencia de este gran pontífice; el cual, después de haber gobernado con prudencia consumada la silla de san Pedro cerca de ocho años, edificando a la Iglesia con sus heroicas virtudes, con su vasto y fervoroso celo, siendo tan odiado de los herejes como venerado y amado de los católicos, murió en Roma el año 440. Fue enterrado su santo cuerpo en la catacumba de san Lorenzo, sobre el camino de Tivoli, y tuvo por sucesor en el pontificado a san León el Grande, que había sido como discípulo suyo.

Fuente: P. Jean Croisset, El año cristiano