Vida Religiosa, Vida Evangélica

Publicado por: Servus Cordis Iesu

“La disciplina claustral, si se cumple con exactitud, conduce a una gran perfección, preserva de la condenación eterna y otorga una corona muy alta en el reino celestial” (Tomás de Kempis, La disciplina claustral)

Abramos el Evangelio y veamos la vida de nuestro Señor Jesucristo y de los primeros cristianos, que son el primer y más sólido fundamento de la vida religiosa. Consideremos ante todo los personajes que llenan el Evangelio. San José y la Santísima Virgen abren el camino haciendo el voto de virginidad antes de su matrimonio. San Juan Bautista se retira al desierto para prepararse prolongadamente a su predicación en la soledad y en la penitencia. Los apóstoles lo dejan todo: familia, situación, proyectos de futuro, para seguir a Nuestro Señor. Mas ellos no eran la única excepción, pues toda una legión de santas mujeres, “que habían venido de Galilea con Jesús”, iban siguiendo al Salvador, asiduas en servirle a Él y a sus discípulos, y permaneciendo valerosas al pie de la cruz.

Después de la ascensión, muchos de los que tuvieron el privilegio de tratar a Jesús, de oír su predicación y de vivir con Él, sintieron la necesidad de dejarlo todo, cautivados por la bondad y por la divinidad del Salvador: no querían vivir sino para pensar en El, y para hallarlo en la oración y en el estudio. Empezaron, pues, a llevar una verdadera vida consagrada. Dios mismo vino a nosotros, nos abrió los tesoros de su vida y de su luz, derramó en nuestras almas la gracia y la esperanza sobrenatural, y quiere hacernos hijos y amigos suyos. ¿Cómo resistir a un tal llamamiento?

Ahora bien, ¿dónde encontrar a Jesús? Por supuesto, en su doctrina y en los sacramentos de su Iglesia; en la oración, litúrgica o privada; pero también en la vida concreta que llevó en la tierra. Así, quienes recibieron la gracia de comprenderlo, sintieron el deseo de abrazar la vida evangélica en toda su extensión, dejándolo todo para encontrar a Jesús: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que cuando un hombre lo encuentra, lo esconde de nuevo, y en su alegría va, vende todo cuanto tiene, y compra ese campo”.

Por supuesto, no es privilegio exclusivo de los religiosos encontrar a Jesús, rezarle, imitar su vida, vivir en su intimidad: es la ley y la dicha de toda vida cristiana. A todos nosotros dice Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame”. La vida cristiana es una “sequela Christi”, un seguimiento de Cristo. Todos tienen que llevar su cruz y renunciarse en algo, y todos pueden vivir en su intimidad. Sin embargo, es perfectamente comprensible que haya quienes, por una gracia particular, aspiren a dejarlo todo para ocuparse únicamente de Nuestro Señor. Lo que querían los primeros discípulos de Cristo cuando lo dejaban todo para seguir a su divino Maestro, era mantenerse lo más cerca posible de Jesús, para poderlo encontrar a lo largo del día, permanecer en su estrecha intimidad, y pasar su vida junto a Él. La vida religiosa no es más que la prolongación de la vida de la primitiva comunidad cristiana.

¿Es de extrañar que hubiera desde el comienzo gente que tomara a la letra la invitación de Cristo: “Sígueme”

Una vida según las bienaventuranzas: eso es la vida evangélica, ese es el ideal de la vida religiosa. 

Los tres votos tienen su origen en la Sagrada Escritura. En el Evangelio, Nuestro Señor invita al joven rico a seguirlo por el camino de la pobreza. Le dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo; y ven después y sígueme” (Mc. 10, 17-22). En otra ocasión, propone a las almas generosas seguirlo por el camino de la obediencia: “Si alguno me ama, niéguese a sí mismo, y cargue con su cruz y sígame” (Mt. 16, 24-28). Por último, en otra circunstancia, Nuestro Señor habla de “los que se han hecho eunucos a sí mismos por amor del Reino de los Cielos”: alusión al voto de castidad perfecta (Mt. 19, 12). Así, la triple renuncia se fundamenta en los Evangelios. Pero ya en el Antiguo Testamento, un episodio era figura de esta invitación de Dios a seguirlo en el sendero de los tres votos. Se trata del pasaje del Génesis en el que Dios aparece a Abraham y le dice: “Sal de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre…”.

Fuente: Cf. Hojitas de fe nº 131, lareja.fsspx.org 


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