Vocación Matrimonial, vocación santa

Publicado por: Servus Cordis Iesu

“Estrella del Mar, guiad nuestra pequeña barca durante la travesía, para que podamos, juntos, acertar con el rumbo, evitar los escollos, enfrentar las olas y las tempestades, y encontrarnos, al fin, en la ribera eterna, compañeros de una felicidad completa, en la luz misma de Dios”.

Entre cristianos, realízase el matrimonio para llegar a ser santos. El precepto de Cristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial”, dirígese indistintamente a todos, aun a los casados. Es una profunda sorpresa y una fuente de inmensa alegría para los cristianos saber, a veces después de muchos años de matrimonio, que Dios los llama verdaderamente, a marido y mujer, a muy alta santidad. Si son fieles a Dios, sin abandonar el cuadro trivial de una vida de casados, la gracia de su unión en Cristo transforma aun las menores acciones de su vida conyugal o familiar en actos de puro amor.

Frente a las erróneas doctrinas del mundo moderno y a todos los peligros de minimización del ideal del matrimonio cristiano, la Iglesia, depositaria del pensamiento de Cristo, viene a recordarnos la verdad liberadora del Evangelio. Aun en el estado matrimonial, los cristianos son llamados a la más alta santidad. El amor divino sigue siendo la regla suprema de su amor humano.

No se trata entre ellos de camaradería o ficción alguna, sino de verdadera caridad: de amistad en Cristo. A través de todos los acontecimientos de su vida cotidiana, aun en sus menores gestos familiares y en sus relaciones más íntimas, debe proseguirse la ascensión de las almas a Dios. Hacerse santos: he ahí la finalidad dominadora de todo amor conyugal. La Trinidad de su bautismo está siempre allí, acompañando a los esposos en cada paso de su vida, guardándolos, bajo la protección de la gracia redentora, al abrigo de todo mal.

Este ideal es raramente realizado, pero permanece para todos como una ley absoluta. Nada debe desviar a un alma cristiana de su Cristo; todo, en Cristo, debe acercarnos a Dios. La Iglesia nos lo recuerda con insistencia; “Todos, en efecto, de cualquier condición que sean, y cualquiera que sea el género de vida honesta que lleven, todos pueden y todos deben imitar aquel Ejemplar absoluto de toda santidad que Dios señaló a los hombres, Cristo Nuestro Señor, y, con la gracia de Dios, llegar a la cumbre más alta de la perfección cristiana, como prueba el ejemplo de tantos santos” (Papa Pío XI, encíclica Casti connubii, del 31 de diciembre de 1930).

Este impulso interior hacia la santidad, este cuidado mutuo de alcanzar la más alta perfección moral constituye asimismo, según el Catecismo del Concilio de Trento, la razón primordial del matrimonio cristiano, si se considera la unión del hombre y de la mujer, no en el sentido estricto de una institución ordenada al nacimiento y educación de los hijos, sino en toda su amplitud humana, como la puesta en común de dos vidas, como una verdadera sociedad entre dos personas espirituales y cristianas, llamadas a eternizarse en Dios en la Unidad de la Trinidad.

“Dios servido primero” y todo el resto en dependencia de este primer amor.

Fuente: Cf. Marie Michel Philipon, Los Sacramentos en la Vida Cristiana