Publicado por: Servus Cordis Iesu
Oración
Oh Dios, que sabes que, a causa de la flaqueza humana, no podemos subsistir entre tantos peligros como nos rodean: danos la salud del alma y del cuerpo; para que, con tu ayuda, venzamos lo que padecemos por nuestros pecados.
Epístola
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo, a los Romanos (XIII, 8-10)
Hermanos: No debáis nada a nadie, sino es el amaros mutuamente; pues, el que ama al prójimo, cumple la Ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás, y todo otro cualquier mandamiento se encierra en esta sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor del prójimo no obra el mal. Por eso, la plenitud de la Ley es el amor.
No deja la Santa Iglesia de exhortar a los fieles, por boca del Apóstol a la práctica de la caridad mutua, en este tiempo en que el mismo Hijo de Dios ha dado tan manifiestas pruebas de su amor para con los hombres, tomando su propia naturaleza. El Emmanuel viene a nosotros como Legislador; ahora bien, toda su ley la ha resumido en el amor; ha venido a unir lo que el pecado había desunido. Sintamos como Él, y cumplamos de corazón la ley que nos impone.
Evangelio
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (VIII, 23-27)
En aquel tiempo, subiendo Jesús a la barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que un gran movimiento se apoderó del mar; tanto, que la barquilla era cubierta por las olas. Él, sin embargo, dormía. Y se acercaron a Él sus discípulos, y le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Y les dijo Jesús: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Levantándose entonces, imperó a los vientos y al mar, y se hizo una gran tranquilidad. Y los hombres se admiraron diciendo: ¿Quién es este que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Adoremos el poder del Emmanuel que ha venido a calmar la tempestad en la que iba a perecer el género humano. Todas las generaciones habían clamado a Él en su angustia, gritando: ¡Sálvanos, Señor; que perecemos! Cuando llegó la plenitud de los tiempos, salió Él de su quietud, y no tuvo más que mandar, para aniquilar la fuerza de nuestros enemigos. La malicia de los demonios, las tinieblas de la idolatría, la corrupción pagana, todo cedió ante su presencia. Unos tras otros se fueron convirtiendo a Él todos los pueblos: desde el fondo de su ceguera y de sus miserias, dijeron: ¿Quién es ese ante quien ninguna fuerza resiste? Y abrazaron su ley. Con frecuencia aparece en los Anales de la Iglesia, esa fortaleza del Emmanuel que hace desaparecer los obstáculos, aun en momentos en que los hombres se alarman por su aparente tranquilidad. ¡Cuántas veces escogió, para salvarlo todo, el momento en que los hombres lo creían todo perdido! Lo mismo ocurre en la vida del cristiano. A veces nos perturban las tentaciones, se diría que quieren anegarnos las olas y a pesar de todo, nuestra voluntad permanece unida fuertemente a Dios. Es que Jesús duerme en el fondo de nuestra barquilla, y nos protege con su sueño. Cuando le despiertan nuestras súplicas, es ya para proclamar su triunfo y el nuestro, porque para entonces ha vencido y nosotros con Él.
Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico
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