Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

A mediados del siglo XIII San Simón Stock, General de la Orden del Carmen, recibió de manos de la Santísima Virgen, el sagrado escapulario como testimonio de su amor y protección para todos aquellos que lo llevaran. Aseguró que “todo el que muriera con este hábito no caería en el fuego eterno”. Un siglo después se apareció a Santiago de Euze, futuro Juan XXII, para anunciarle su próxima elevación al Sumo Pontificado mandándole publicar el privilegio de una pronta salida del purgatorio, que había obtenido de su Hijo, para los hijos del Carmen: “Yo, su Madre, le dice, por una gracia especial descenderé a ellos el sábado siguiente a su muerte, y a todos los que hallare en el purgatorio, los libraré y los llevaré a la vida eterna”.

La autoridad de los Soberanos Pontífices, hicieron pronto asequibles estas gracias espirituales a los fieles con la institución de la cofradía del Santo Escapulario, al participar sus miembros de todos los méritos y privilegios de la Orden del Carmen. Hoy son pocos los verdaderos cristianos que no lleven este escapulario o la medalla llamada del “Monte Carmelo” y he aquí por qué la fiesta de hoy, no es sólo la de una ilustre familia religiosa, sino también de toda la Iglesia entera, puesto que toda ella es deudora a la Virgen del Carmen de innumerables beneficios y de una protección constante.

Reina del Carmelo, recibe hoy los votos de la Iglesia terrestre. Fuiste la única esperanza del mundo cuando gemía en una angustiosa espera sin fin. Impotente para penetrar aún tus grandezas, quiso a pesar de eso, adornarte con los más preciosos símbolos bajo este mundo de figuras; el reconocimiento anticipado mezclado de admiración, sirvió para crearte como una aureola sobrehumana de todas perfecciones de belleza, de fuerza y gracia que sugiere la vista de los lugares tan encantadores, de campiñas en flor, de cumbres pobladas de árboles, de valles fértiles, de este Carmelo principalmente que significa jardín de Dios. En su cumbre nuestros padres, que sabían que la Sabiduría tiene su trono en la nube adelantaron sus ardientes deseos al signo salvador; y allí, debido a sus plegarias, se les dio lo que la Escritura llama ciencia perfecta y que designa como el conocimiento de los grandes caminos de las nubes. Y cuando Aquel que hace su carroza y su palacio de la oscuridad de la nube, se manifestó por ella en un recuerdo no lejano a la vista penetrante del Padre de los Profetas, se vio unirse a los más altos personajes de la humanidad en un grupo selecto en las soledades de la montaña bendita, como antiguamente Israel en el desierto, para observar los menores movimientos de la nube misteriosa, recibir de ella la única dirección en las veredas de esta vida, su única luz en la larga noche de esperas.

Oh María, que desde entonces presides las velas de los soldados de Cristo y nunca les has faltado un solo día desde que Dios descendió verdaderamente por ti, no sólo cubres la región de Judea sino a toda la tierra con una nube cargada de un sinnúmero de bendiciones. Los hijos de los profetas lo experimentaron cuando la tierra de los profetas se hizo infiel, y tuvieron que llevar un día a otros lugares sus costumbres y tradiciones; comprobaron que el rocío fecundador de la nube del Carmelo llegaría hasta Occidente, que su protección se dejaría sentir en todas partes. Esta fiesta, oh Madre divina, es el momento auténtico de su reconocimiento, acrecentado después con nuevas bendiciones, cuya munificencia acompañó a este otro éxodo de los últimos restos de Israel. Y nosotros transmitimos el eco de su piadosa alegría; porque desde que las tiendas fueron levantadas alrededor de las colinas donde la nueva Sión fue edificada sobre Pedro, se ha esparcido por todas partes su lluvia llena de bendiciones, lanzando al abismo las llamas eternas, y apagando los ardores del lugar de la expiación.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico