Cuarto Domingo de Cuaresma, Domingo de Laetáre

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Este domingo, llamado Laetare (de la alegría), por comenzar así la primera palabra del Introito de la Misa, es uno de los más célebres del año. Este día, la Iglesia suspende las tristezas de Cuaresma; los cantos de la Misa sólo hablan de la alegría y el consuelo; el órgano, mudo en los tres domingos precedentes, se hace oír hoy; el diácono viste la dalmática, el subdiácono la túnica; y se permite sustituir los ornamentos de color morado por los de rosa. Ya vimos, en el Adviento, practicar estos mismos ritos en el tercer domingo llamado Gaudete. Esta nota de alegría que la Iglesia pone hoy en su Liturgia tiene por fin felicitar a sus hijos por su celo.

Ahora vamos a hablar de otro nombre que se ha dado al cuarto domingo de Cuaresma y que tiene relación con la lectura del Evangelio que nos propone hoy la Iglesia. En efecto, a este domingo se le ha designado en muchos documentos antiguos con el nombre de domingo de los cinco panes. El milagro que recuerda este título, a la vez que completa el ciclo de las instrucciones cuaresmales, se asocia a las alegrías de este día. Perdemos de vista unos momentos la Pasión inminente del Hijo de Dios, para ocuparnos en el más grande de sus beneficios, pues en la figura de estos dones materiales multiplicados por el poder de Jesús, nuestra fe debe descubrir en este “Pan de vida bajado del cielo, que da la vida al mundo”. La Pascua está cerca, dice el Evangelio y pocos días más tarde nos dirá el mismo Salvador: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros”. Antes de salir de este mundo para ir a su Padre, quiere saciar a estas turbas que se le han agregado a su paso, y para eso se dispone a invocar su gran poder. Con razón admiráis este poder creador a quien fue suficiente cinco panes y dos peces para alimentar cinco mil hombres, sobrando restos después del banquete de tal modo que se pudieron llenar doce canastos. Un prodigio tan ruidoso basta sin duda para mostrar la misión de Jesús; sin embargo, esto no es más que una prueba de su poder, una figura de lo que va hacer pronto, y no una o dos veces, sino todos los días, hasta la consumación de los siglos; y no en provecho de cinco mil personas, sino de la multitud innumerable de sus fieles. Contad en la superficie de la tierra cuántos millones de cristianos participarán del banquete Pascual; el mismo a quien vimos nacer en Belén, Casa de Pan, se nos va a dar en alimento, y esta comida divina jamás se agotará. Seréis saciados como lo fueron vuestros padres y las generaciones que os sigan serán también llamadas a probar cuan dulce es el Señor.

Jesús alimentó en el desierto a estos hombres que son figuras de los cristianos, este pueblo ha abandonado el ruido de la ciudad para seguir a Jesús, deseando oír su palabra, no teme ni el hambre, ni la fatiga, y su audacia se ha visto recompensada. Así coronará el Señor nuestros ayunos y abstinencias al final de este período del que ya hemos recorrido la mitad. Alegrémonos pues, y vivamos este día confiando en nuestra próxima llegada al término. Llega el momento en que nuestra alma, sanada de Dios, ya no se queja de las fatigas del cuerpo, porque unidas a la compunción del corazón la han merecido un lugar de distinción en el inmortal festín.

La Iglesia primitiva no dejaba de proponer a los fieles este milagro de la multiplicación de los panes como emblema del inagotable alimento eucarístico; también se le encuentra con frecuencia en las pinturas de las catacumbas y en los bajorrelieves de los antiguos sarcófagos cristianos, Los peces junto con los panes aparecen también en los antiguos monumentos de nuestra fe; los primeros cristianos tenían la costumbre de representar a Jesucristo simbolizado por el Pez, porque la palabra Pez en griego está formada de cinco letras y cada una es la primera de estas palabras: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico


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