Domingo de Sexagésima

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La Iglesia en la Semana de la Septuagésima toma por asunto de los oficios la historia de la creación y de la caída del primer hombre, y en la de la Sexagésima ha elegido en la Escritura la historia de la reparación del género humano después del diluvio. La primera contiene la historia del Génesis desde Adán hasta Noé, y esta desde Noé hasta Abrahán comprende la segunda edad del mundo.

La Epístola de la misa no es otra cosa que la historia o descripción que el mismo san Pablo hace a los corintios de sus trabajos evangélicos, de sus sufrimientos, de su arrebatamiento al tercer cielo, de sus tentaciones, y de todo lo que ha creído que convenía decir de sí para oponerlo a la vanidad de los falsos apóstoles, que no omitían nada para hacerse valer y para desacreditar a san Pablo entre los corintios. (P. Jean Croisset, El año cristiano)

El Evangelio es de san Lucas, y contiene la parábola del sembrador, de cuya semilla se malograron las tres partes, y la cuarta se logró y dio tal fruto, que recuperó en ella lo perdido.

1º Considera que, como dicen san Crisóstomo y Beda, el sembrador de quien se habla aquí es el Hijo de Dios, que bajó del cielo a la tierra, a sembrarla y enriquecerla con sus dones. Mira a la tierra seca, árida y sin fruto, y al Hijo de Dios que la trueca en paraíso con la semilla de la divina palabra, y agradécele porque se ha dignado de hacer al mundo esta merced, y pídele que no se olvide de ti, ni deje seco y sin fruto tu corazón, sino que le riegue con el agua de su gracia.

2º Considera lo que dice el Salvador, que la palabra de Dios es semilla, no solo por el fruto que da a las almas, sino porque la semilla se siembra en otoño y da fruto en el verano: no te congojes si no sintieres luego el fruto de la palabra de Dios, mas guárdala y abrígala en tu corazón, que a su tiempo te dará cuando Dios fuere servido; ni desesperes tampoco de tus prójimos, si no los vieres tan aprovechados con los sermones como debieran; mas espera con paciencia en la bondad del Señor, y ruégale que envíe sobre todos el riego de su divina gracia.

3º Considera lo que dice Cristo, que la palabra de Dios es semilla propia suya, porque como dice san Gregorio, ahora se siembre por manos de los profetas, ahora por manos de los apóstoles o predicadores, confesores o superiores, siempre es suya, y se ha de oír y recibir como si saliera de su boca, en que aprenderás la estima que debes tener de la palabra de Dios y de los que la predican, y cómo la debes oír y obedecer. Considera con qué atención y respeto oyeras a Cristo, y cómo le obedecieras en cuanto te mandara, y piensa que de la misma manera debes oír a los predicadores y padres espirituales.

4º Pondera lo que advierte el sagrado Evangelista: conviene a saber, que predicando este sermón Cristo clamaba con vivo sentimiento, porque de cuatro partes de la semilla se malograban tres, y sola una daba fruto. Entra dentro de ti mismo, y mira cuántas partes se han perdido de la semilla que Dios ha sembrado en tu alma ya de sermones, ya de inspiraciones, ya de buenos consejos, ya de ejemplos santos de tus prójimos, y hallarás que de cien partes apenas se ha logrado una. ¿Pues qué sentimiento será el del Señor viendo en ti perdida tan grande parte de la semilla de su palabra? Mira qué cuenta darás a Dios de estas perlas preciosas, con que otros han granjeado en poco tiempo grandes colmos de merecimientos, y tú en tantos años te hallas más pobre que al principio. Clama al Señor, y pídele que te perdone, y que pues Él da la semilla, el logro y el fruto, que tenga piedad de ti, y te dé su santo Espíritu para lograr su divina palabra, obrando con ella sin que se pierda en ti el fruto que su Divina Majestad desea. (P. Alonso de Andrade, Meditaciones diarias de los misterios de nuestra fe)