Servus Cordis Iesu
El celebrante invita a que oren los asistentes, a que eleven sus mentes a Dios. Además cuanto está más próximo el tiempo del sacrificio, se requiere mayor atención y una plegaria más intensa. El Celebrante se prepara ya definitivamente para entrar en el Santo de los Santos, por esto como despidiéndose de los fieles asistentes, a los que no verá sino después de consumado el sacrificio, les dice: “Orate fratres, Orad, hermanos”, es decir, procurad en cuanto esté de vuestra parte orar conmigo, pidiendo a Dios que reciba con agrado, no el sacrificio de su Hijo unigénito, el cual siempre le es agradable, sino: “ut meum ac vestrum sacrificium, que mi sacrificio y vuestro sacrificio”.
A la invitación dirigida por el Celebrante a los asistentes, responden los fieles: “El Señor reciba de tus manos este Sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, y también para nuestra propia utilidad y la de toda su Santa, Iglesia”. Esta bella y profunda plegaria que elevan al Altísimo todos los asistentes, resume admirablemente los dos supremos fines del sacrificio de la santa Misa: el honor de Dios y la utilidad de la Iglesia. Nada a la verdad puede presentarse y ofrecerse al Señor que le honre tanto como es el augusto sacrificio del Altar. Toda la gloria y todo el honor de cuanto ha realizado el Altísimo, no equivale ciertamente a la gloria y al honor que le redunda del santo sacrificio de la misa, ya que con ella el mismo Hijo de Dios ofreció y ofrece a su Eterno Padre el acto más excelso del culto, el acto supremo de adoración y de reconocimiento.
Nada tampoco puede darse que sea más útil a los fieles en particular, y a toda la Iglesia en general, como es el santo sacrificio.
Con él a la verdad conseguimos cuanto más necesita nuestra alma. Con él conseguimos el perdón de nuestros pecados; con él se nos proporcionan los auxilios necesarios para la victoria de todos nuestros enemigos espirituales; y con él damos gracias al Señor por los beneficios recibidos. Por lo mismo nada más útil para todos los fieles y para toda la Iglesia como el sacrificio de la santa Misa.
Fuente: P. Alfonso Gubianas, Nociones elementales de liturgia
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