La Santa Misa es verdadero Sacrificio

Servus Cordis Iesu

La santa Misa, según la enseñanza de la fe, no es otra cosa que la repetición y la continuación del sacrificio de la Cruz. Se dice que es la repetición y continuación del sacrificio de la Cruz, en cuanto nos consta por la doctrina católica que la santa Misa es el mismo sacrificio que Jesucristo hizo a Dios de sí mismo.

Esta verdad importantísima nos la enseña y propone la Iglesia católica por medio del Catecismo Romano. He aquí sus palabras: “Confesamos y así se debe creer, que es uno y el mismo Sacrificio el que se ofrece en la Misa y el que se ofreció en la Cruz, así como es una y la misma ofrenda, es a saber, Cristo Señor nuestro, el cual sólo una vez vertiendo su sangre se ofreció a sí mismo en el ara de la Cruz. Porque la hostia cruenta e incruenta no son dos, sino una misma, cuyo sacrificio se renueva cada día en la Eucaristía, después que mandó así el Señor: Haced esto en memoria mía. Y también es uno solo y el mismo Sacerdote, que es Cristo Señor nuestro. Porque los Ministros que celebran el Sacrificio, no obran en su nombre, sino en el de Cristo, cuando consagran el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y esto se muestra por las mismas palabras de la consagración. Ya que no dice el Sacerdote: Esto es el Cuerpo de Cristo; sino: Este es mi Cuerpo. Porque representando la persona de Cristo Señor nuestro, convierte la substancia del pan y del vino en la verdadera substancia, de su cuerpo y sangre”.

La santa Misa, no es un recuerdo, no es un símbolo, no es una imagen del sacrificio de la Cruz. Es el mismo sacrificio de la Cruz, en cuanto la víctima es una misma: el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo; el Sacerdote uno mismo, el propio Cristo; y el valor de la santa Misa es el mismo que el valor del sacrificio de la Cruz.

Siendo la santa Misa la repetición y la continuación del sacrificio de la Cruz, para convencernos de que ella sea verdadero sacrificio, será suficiente examinar si el sacrificio de Jesucristo en la Cruz fue verdadero sacrificio, y lo será ciertamente si en él se hallan los elementos que constituyen su esencia. 1º La persona que ofrece. En la Cruz vemos realmente una persona, vemos a Jesucristo que se ofrece, que se sacrifica, que se entrega, que muere. 2º Dios que recibe la víctima. Si siempre han sido agradables a Dios los sacrificios; si Él mismo los ha ordenado; si tanto más le han sido aceptos cuanto el que los ofrecía era más santo y más justo, ¿podrá dejar Dios de recibir el sacrificio de su propio Hijo, el sacrificio que de sí mismo hace Aquél que es la misma inocencia y santidad por esencia? 3º Oblación de la víctima. Ciertamente que ésta no falta en el sacrificio de la Cruz. La víctima no es otra que el mismo Jesucristo. Su cuerpo, su sangre, su alma, su humanidad toda unida inseparablemente a la divinidad. He aquí la oblación de la víctima, la más santa, la más agradable, la de un valor infinito. Por lo mismo, debemos concluir que el sacrificio de la Misa es verdadero sacrificio, ya que en él se hallan todos los elementos que constituyen su esencia.

A esta demostración deducida de la naturaleza misma de lo que constituye el sacrificio, y de lo que es la santa Misa, podríamos añadir otro argumento, otra prueba, a la que no podemos dejar de prestar nuestro asentimiento cuantos profesamos la verdadera fe. Esta, en efecto, nos asegura de una manera infalible, que el santo sacrificio de la Misa es verdadero y propio sacrificio. “Si alguno afirma, dice el Concilio de Trento, que en la Misa no se ofrece a Dios verdadero y propio sacrificio, sea excomulgado”

Fuente: P. Alfonso Gubianas, Nociones elementales de liturgia