Fiesta de la Santísima Trinidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Omnipotente y sempiterno Dios, que diste a tus siervos la gracia de conocer, en la confesión de la verdadera fe, la gloria de la eterna Trinidad, y de adorar la Unidad en la potencia de tu Majestad: suplicámoste hagas que con la firmeza de la misma fe, seamos protegidos siempre contra toda adversidad. 

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos (XI, 33-36)

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios: cuán incomprensibles son sus juicios, y cuán impenetrables sus caminos! Porque, ¿quién ha conocido el secreto de Dios? o ¿quién ha sido su consejero? o ¿quién le dio primero a Él para que se le retribuya? Porque de Él, y por Él y en Él existe todo: a Él la gloria por los siglos. Amén.

No podemos detener nuestra mente en los decretos divinos sin experimentar una especie de vértigo. Lo eterno e infinito deslumbran nuestra débil razón y esta razón al mismo tiempo los reconoce y los confiesa. Ahora bien, si los designios de Dios sobre las criaturas exceden nuestros alcances, ¿cómo la naturaleza íntima del soberano ser nos será conocida? Sin embargo de eso, distinguimos y glorificamos en esta esencia increada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; porque el Padre se ha revelado a sí mismo enviándonos a su Hijo, objeto de sus eternas complacencias; porque el Hijo nos ha manifestado su personalidad tomando nuestra carne, que el Padre y el Espíritu Santo no tomaron con Él; porque el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, ha venido a cumplir en nosotros la misión que recibió de ellos. Nuestros ojos escudriñan estas profundidades sagradas, y nuestro corazón se enternece pensando que, si conocemos a Dios, por sus beneficios es como formó en nosotros la noción de lo que es. Guardemos con amor esta fe, y esperemos con confianza el momento en que cesará para dar lugar a la visión eterna de lo que en este mundo creímos.

Continuación del Santo Evangelio según San Mateo (XXVIII, 18-20)

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándolas a observar todo cuanto os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo.

El misterio de la Santísima Trinidad, manifestado por la misión del Hijo de Dios a este mundo y por la promesa del advenimiento próximo del Espíritu Santo, se intima a los hombres por estas solemnes palabras que Jesús pronunció antes de subir al cielo. Dijo: “El que creyere y se bautizare, será salvo”, pero añade que el bautismo será administrado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es preciso que en adelante el hombre confiese no sólo la unidad de Dios, abjurando el politeísmo, sino que adore a la Trinidad de personas en la unidad de la esencia. El gran secreto del cielo es una verdad divulgada ahora por toda la tierra.

Pero si confesamos humildemente a Dios conocido tal cual es en sí, debemos también rendir homenaje con eterno reconocimiento a la gloriosa Trinidad. No sólo se dignó imprimir sus rasgos divinos en nuestra alma, haciéndola a su semejanza; sino que, en el orden sobrenatural, se apoderó de nuestro ser y lo elevó a una grandeza inconmensurable: El Padre nos adoptó en su Hijo encarnado; el Verbo ilumina nuestra inteligencia con su luz; el Espíritu Santo nos escogió para morada suya: es lo que indica la forma del bautismo. Por estas palabras pronunciadas sobre nosotros con la infusión del agua, toda la Trinidad tomó posesión de su creatura. Recordamos esta maravilla cada vez que invocamos a las tres divinas personas al hacer sobre nosotros la señal de la cruz. Cuando nuestros despojos mortales sean llevados a la casa de Dios para recibir allí las últimas bendiciones y el adiós de la Iglesia de la tierra, el sacerdote pedirá al Señor que no entre en juicio con su siervo; y para atraer sobre este cristiano, entrado ya en su eternidad, las miradas de la misericordia divina, recordará al supremo Juez que este miembro de la raza humana “estuvo marcado durante su vida con el sello de la Santísima Trinidad”. Veneremos en nosotros esta augusta imagen; que será eterna. La misma reprobación no la borrará. Sea ella nuestra esperanza, nuestro mejor título, y vivamos para gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico