Santa Ana, madre de la Madre de Dios

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Aureolada con la incomparable paz que la circunda, saludemos en ella también la tierra victoriosa que eclipsa los campos de batalla más famosos. Verdadero santuario de la Inmaculada Concepción, en él fue reanudada por nuestra humillada raza la gran batalla iniciada junto al trono de Dios por las escuadras celestiales. Allí, el infernal dragón arrojado de los cielos vio aplastada su cabeza, y Miguel, sobrepujado en gloria, pone gustoso el mando de los ejércitos del Señor en manos de la que desde el principio de su existencia, se declaraba amable Soberana.

¿Qué boca humana podrá narrar el pasmo de los principados angélicos, cuando la serena complacencia de la Trinidad Santísima, pasando desde los radiantes Serafines hasta las últimas categorías de los nueve coros angélicos, incline su mirada de fuego a la contemplación de la santidad que súbitamente ha nacido en el seno de Ana? El Salmista había dicho de la ciudad gloriosa cuyos fundamentos se ocultan en la que antaño fue estéril: “Sus fundamentos están puestos sobre los montes santos”; y las celestiales jerarquías que están en las cimas de las colinas eternas descubren desde allí alturas insospechadas que jamás alcanzarán, cumbres tan inmediatas a la divinidad que se apresta a asentar allí su trono. Como Moisés en presencia del zarzal en llamas sobre el Horeb, han sido presas de un santo temor al reconocer sobre el desierto de nuestro mundo despreciable la montaña de Dios, y comprender que la aflicción de Israel en breve cesará. María aunque oculta por la nube que la esconde todavía, es ya desde este momento en el seno de Ana la montaña bendita cuya base, el punto de partida de la gracia aventaja la cumbre de los montes en donde las santidades creadas más altas hallan su consumación en la gloria y el amor.

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Las Fiestas de los Santos

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En el curso del año litúrgico, no sólo se celebran los misterios de Cristo, sino también las fiestas de los santos que están en los cielos. En las cuales, aunque se trate de una categoría inferior y subordinada, la Iglesia, sin embargo, pretende siempre proponer a los fieles ejemplos de santidad que les muevan a revestirse de las virtudes del mismo divino Redentor.

Porque, así como los santos fueron imitadores de Jesucristo, así nosotros hemos de imitarles a ellos, ya que en sus virtudes resplandece la virtud misma de Jesucristo. En unos resplandeció el celo apostólico, y en otros la fortaleza de nuestros héroes llegó hasta el derramamiento de su sangre; en unos brilló la constante vigilancia en la espera del Redentor, y en otros la virginal pureza del alma o la modesta suavidad de la humildad cristiana; en todos, en fin, era ferviente la ardentísima caridad para con Dios y para con el prójimo.

La sagrada liturgia pone ante nuestros ojos todos estos esplendores de santidad para que los contemplemos provechosamente y, “pues festejamos sus méritos, emulemos sus ejemplos”. Conviene, pues, conservar “la inocencia en la sencillez, la concordia en la caridad, la modestia en la humildad, la diligencia en el gobierno, la vigilancia en la ayuda de los que trabajan, la misericordia en socorrer a los pobres, la constancia en defender la verdad, el rigor en la severidad de la disciplina, a fin de que no falte en nosotros ningún ejemplo de buenas obras. Estas son las huellas que nos dejaron los santos al regresar a la patria, para que, siguiendo su camino, consigamos también su felicidad”.

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Los esposos, ministros del sacramento del matrimonio

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En el gran sacramento del matrimonio, ¿quién ha sido el instrumento de Dios, que ha producido en vuestras almas la gracia? ¿Ha sido acaso el sacerdote que os ha bendecido y unido en matrimonio? No. La Iglesia prescribe ciertamente a los esposos para que su vínculo y sus mutuos compromisos sean válidos y les procuren las gracias sacramentales, que los afirmen y cambien ante el sacerdote, el cual la representa como testigo calificado y es ministro de las sagradas ceremonias que acompañan el contrato matrimonial; pero en su presencia, vosotros mismos habéis sido constituidos por Dios ministros del sacramento; vosotros, de los que Él se ha servido para estrechar vuestra unión indisoluble y derramar en vuestras almas las gracias que os hagan constantes y fieles a vuestras nuevas obligaciones. ¡A qué grande honor y dignidad os ha ensalzado! ¿No parece que el Señor ha querido que vosotros, desde el primer paso que habéis dado partiendo del sagrado altar con la bendición del sacerdote, iniciarais y prosiguierais el oficio de cooperadores y de instrumentos de sus obras, a las que os ha abierto y santificado el camino?

En el sacramento del matrimonio la reciproca aceptación de las personas, vuestro consentimiento manifestado con la palabra, ha sido un acto exterior que ha atraído sobre vosotros las gracias divinas; en vuestra vida conyugal seréis instrumentos del arte divino al plasmar el cuerpo material de vuestros hijos. Vosotros llamaréis a la carne de vuestra carne al alma espiritual e inmortal que creará a vuestra llamada Dios, aquel Dios que ha producido fielmente la gracia a la llamada del sacramento. Y cuando venga a la luz vuestro primogénito, la nueva Eva repetirá con la madre del género humano: “he adquirido un hombre por don de Dios”. Sólo Dios puede crear las almas; sólo Dios puede producir la gracia; pero Él se dignará servirse de vuestro ministerio al sacar las almas de la nada, ya que se ha servido igualmente de él para concederos la gracia.

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Eficacia santificadora de la Eucaristía

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Entre todos los ejercicios y prácticas de piedad, ninguno hay cuya eficacia santificadora pueda compararse a la digna recepción del sacramento de la Eucaristía. En ella recibimos no solamente la gracia, sino el Manantial y la Fuente misma de donde brota. Ella debe ser, en su doble aspecto de sacramento y de sacrificio, el centro de convergencia de toda la vida cristiana. Toda debe girar en torno a la Eucaristía. 

Omitimos aquí una multitud de cuestiones dogmáticas y morales relativas a la Eucaristía. Recordemos, no obstante, en forma de breves puntos, algunas ideas fundamentales que conviene tener siempre muy presentes: La santidad consiste en participar de una manera cada vez más plena y perfecta de la vida divina que se nos comunica por la gracia.

Esta gracia brota -como de su Fuente única para el hombre- del Corazón de Cristo, en el que reside la plenitud de la gracia y de la divinidad.

Cristo nos comunica la gracia por los sacramentos, principalmente por la Eucaristía, en la que se nos da a sí mismo como alimento de nuestras almas. Pero, a diferencia del alimento material, no somos nosotros quienes asimilamos a Cristo, sino Él quien nos diviniza y transforma en sí mismo. En la Eucaristía alcanza el cristiano su máxima cristificación, en la que consiste la santidad.

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Festividad de la Preciosísima Sangre

Publicado por: Servus Cordis Iesu

“Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador”. Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a Nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.

Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: “Toda dádiva, buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces”, razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre Celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. 

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El Espíritu Santo y la Santidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Continuemos describiendo las operaciones del Espíritu Santo en el alma del hombre. Su fin es formar en nosotros a Jesucristo por medio de la imitación de sus sentimientos y de sus actos. ¿Quién conoce mejor que este divino Espíritu las disposiciones de Jesús, cuya humanidad santísima produjo en las entrañas de María, de Jesús, de quien se posesionó y con quien habitó plenamente, a quien asistió y dirigió en todo por medio de una gracia proporcionada a la dignidad de esta naturaleza humana unida personalmente a la divinidad? Su deseo es reproducir una copia fiel de él, en cuanto que la debilidad y exigüidad de nuestra humilde personalidad, herida por el pecado original, se lo permitiere.

Sin embargo, de eso el Espíritu Santo obtiene en esta obra digna de Dios nobles y felices resultados. Le hemos visto disputando con el pecado y con Satanás la herencia rescatada por el Hijo de Dios; considerémosle trabajando con éxito en la “consumación de los santos”, según expresión del Apóstol. Se posesiona de ellos en un estado de degradación general, les aplica en seguida los medios ordinarios de santificación; pero resuelto a hacerles alcanzar el límite posible a sus fuerzas del bien y de la virtud, desarrolla su obra con ardor divino. La naturaleza está en su presencia: naturaleza caída, infestada con el virus de la muerte; pero naturaleza que conserva todavía cierta semejanza con su Criador, del que conserva señales en su ruina. El Espíritu viene, pues, a destruir la naturaleza impura y enferma y al mismo tiempo a elevar, purificando, a la que el veneno no contaminó mortalmente. Es necesario, en obra tan delicada y trabajosa, emplear hierro y fuego como hábil médico, y ¡cosa admirable!, saca el socorro del enfermo mismo para aplicarle el remedio que sólo puede curarle. Así como no salva al pecador sin él, así no santifica al santo sin ser ayudado con su cooperación. Pero anima y sostiene su valor por medio de mil cuidados de su gracia y la naturaleza corrompida va insensiblemente perdiendo terreno en esta alma, lo que permanecía intacto va transformándose en Cristo y la gracia logra reinar en el hombre entero.

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El Santísimo Sacramento en el centro de la Liturgia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La luz del Espíritu Santo, que vino a aumentar en la Iglesia la inteligencia siempre viviente del misterio de la augusta Trinidad, la lleva a contemplar en seguida esta otra maravilla que concentra ella misma todas las operaciones del Verbo encarnado, y nos conduce desde esta vida a la unión divina. El misterio de la Sagrada Eucaristía va a aparecer en todo su esplendor, y es importante disponer los ojos de nuestra alma para recibir saludablemente la irradiación que nos aguarda. Lo mismo que no hemos estado nunca sin la noción del misterio de la Santísima Trinidad, y que nuestros homenajes se dirigen siempre a ella; así también la Sagrada Eucaristía no ha dejado de acompañarnos en todo el curso de este año litúrgico, ya como medio de rendir nuestros homenajes a la suprema Majestad, ya como alimento de la vida sobrenatural. Podemos decir que estos dos inefables misterios nos son conocidos y que los amamos; pero las gracias de Pentecostés nos han abierto una nueva entrada en lo más íntimo que tienen; y, si el primero nos pareció ayer rodeado de los rayos de una luz más viva, el segundo va a brillar para nosotros con un resplandor que los ojos de nuestra alma nunca habían recibido.

Siendo la Santísima Trinidad, como hemos hecho ver, el objeto esencial de toda la religión, el centro a que vienen a parar todos nuestros homenajes, aun cuando parezca que no llevamos una intención inmediata, se puede decir también que la Sagrada Eucaristía es el más precioso medio de dar a Dios el culto que le es debido, y por ella se une la tierra con el cielo. 

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Fiesta de la Santísima Trinidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Omnipotente y sempiterno Dios, que diste a tus siervos la gracia de conocer, en la confesión de la verdadera fe, la gloria de la eterna Trinidad, y de adorar la Unidad en la potencia de tu Majestad: suplicámoste hagas que con la firmeza de la misma fe, seamos protegidos siempre contra toda adversidad. 

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos (XI, 33-36)

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios: cuán incomprensibles son sus juicios, y cuán impenetrables sus caminos! Porque, ¿quién ha conocido el secreto de Dios? o ¿quién ha sido su consejero? o ¿quién le dio primero a Él para que se le retribuya? Porque de Él, y por Él y en Él existe todo: a Él la gloria por los siglos. Amén.

No podemos detener nuestra mente en los decretos divinos sin experimentar una especie de vértigo. Lo eterno e infinito deslumbran nuestra débil razón y esta razón al mismo tiempo los reconoce y los confiesa. Ahora bien, si los designios de Dios sobre las criaturas exceden nuestros alcances, ¿cómo la naturaleza íntima del soberano ser nos será conocida? Sin embargo de eso, distinguimos y glorificamos en esta esencia increada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; porque el Padre se ha revelado a sí mismo enviándonos a su Hijo, objeto de sus eternas complacencias; porque el Hijo nos ha manifestado su personalidad tomando nuestra carne, que el Padre y el Espíritu Santo no tomaron con Él; porque el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, ha venido a cumplir en nosotros la misión que recibió de ellos. Nuestros ojos escudriñan estas profundidades sagradas, y nuestro corazón se enternece pensando que, si conocemos a Dios, por sus beneficios es como formó en nosotros la noción de lo que es. Guardemos con amor esta fe, y esperemos con confianza el momento en que cesará para dar lugar a la visión eterna de lo que en este mundo creímos.

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Don de Entendimiento

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de entendimiento es una mirada simple y contemplativa sobre la Trinidad y el conjunto de los misterios de Dios. No considera las cosas a través de sus causas en cuanto creadas, como el don de ciencia; no las contempla a la luz de sus causas divinas, como el don de sabiduría, sino que las ve en ellas mismas, bajo la irradiación sobrenatural de la luz de Dios, penetrando en el interior de cada misterio, en el corazón mismo de toda realidad, hasta ese centro inaccesible que la fe alcanza sin medir su insondable profundidad. Es menester recordar que ni el genio, ni el trabajo encarnizado, ni ninguna inteligencia de creatura, puede asir a Dios. Aun en presencia de los más puros espíritus, el Eterno guarda inviolablemente su secreto. Su palabra reveladora sola ha podido hacernos sospechar el misterio de su Paternidad divina, de la generación de un Verbo igual a Él mismo y de la Procesión eterna de un Dios que es Amor. Nosotros sabemos que el universo entero ha surgido de este Pensamiento creador y redentor que sobrealzó la naturaleza hasta la gracia, ordenando todo el movimiento de los cuerpos, de los espíritus y de la caridad, al orden de la Encarnación, a la primacía de Cristo, a la incesante alabanza de gloria de la Trinidad.

El don de entendimiento entreabre ante nuestras miradas deslumbradas todo ese mundo sobrenatural donde el alma, amada de Dios, se siente en su casa como el hijo en la de su Padre. Sólo el Espíritu Santo, que conoce todo, que escruta todo, puede hacerle tocar esos abismos de la Divinidad. El don de entendimiento es esa mirada simple y profunda en lo interior de toda cosa, a la manera intuitiva y luminosa de la mirada misma de Dios. Los signos exteriores entregan el secreto de las realidades escondidas, los fenómenos manifiestos introducen en el centro del misterio, lo visible encamina hacia lo invisible, los balbuceos humanos hacen oír la Palabra increada.

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Domingo de Pentecostés

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, que en este día instruiste los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que saboreemos en el mismo Espíritu las cosas rectas, y que nos alegremos siempre de su consuelo. 

Lección de los Hechos de los Apóstoles

Al cumplirse los días de Pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar: y vino de pronto un ruido del cielo, como de viento impetuoso: y llenó toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, y se sentó sobre cada uno de ellos: y fueron todos llenados del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, como el Espíritu les hacía hablar. Y había entonces en Jerusalén judíos, varones religiosos, de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y, corrida la nueva, se juntó la multitud, y se quedó confusa, porque cada cual les oía hablar en su lengua. Y se pasmaban todos, y se admiraban, diciendo: ¿No son acaso galileos todos estos que hablan? ¿Y cómo es que cada uno de nosotros les oímos en la lengua en que hemos nacido? Partos, y Medos, y Elamitas, y los que habitan en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia, y en Panfilia, en Egipto y en las regiones de la Libia, que está junto a Cirene, y los extranjeros Romanos, y también los Judíos, y los Prosélitos, los Cretenses, y los Arabes: todos les hemos oído hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

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