Publicado por: Servus Cordis Iesu
La evolución, para el hombre moderno, más que un hecho científico y demostrado, es una cosmovisión, esto es, un modo de concebirlo y de pensarlo todo. Esta cosmovisión se aplica al origen del hombre y de las cosas como un principio casi evidente, que nadie puede ni debe discutir.
La razón del triunfo de esta cosmovisión es, en última instancia, bien simple: la evolución, y la cosmovisión evolutiva, es la única alternativa frente a la creación, a la cosmovisión de un mundo creado tal como es por Dios; es la única forma de excluir a Dios de su propia obra.
Veamos, pues, cómo la doctrina católica permite refutar el postulado evolucionista, aunque limitándonos al origen del hombre, que es lo que aquí nos interesa más de cerca.
1º La enseñanza de la Iglesia
Pío XII afirmaba ya en 1950 que “algunos, con temeraria audacia, traspasan la libertad de discusión que el magisterio de la Iglesia había concedido a los científicos católicos al estudiar el tema de la evolución del hombre al proceder como si el mismo origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuera cosa absolutamente cierta y demostrada por los indicios hasta ahora encontrados y por los razonamientos de ellos deducidos, y como si, en las fuentes de la revelación divina, nada hubiera que exija en esta materia máxima moderación y cautela”. Es decir, que ni hay nada ciertamente demostrado desde el campo de la Ciencia que obligue a sacrificarle las afirmaciones de la Sagrada Escritura; ni faltan tampoco serios reparos contra la hipótesis evolucionista desde el campo de la Revelación.
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