El Espíritu Santo

Fragmento:

“El Espíritu Santo es la fuerza que impulsa a la Iglesia y a cada uno de los fieles. Él ilumina, guía y santifica nuestras almas, ayudándonos a caminar por el camino de la verdad. Sin el Espíritu Santo, estaríamos ciegos y sin dirección en la vida espiritual.”

— San Basilio Magno, Tratado sobre el Espíritu Santo, cap. 16.

Reflexión:

El Espíritu Santo es nuestro guía en la vida espiritual, quien nos ayuda a discernir lo que es verdaderamente bueno y nos da la fortaleza para vivir conforme a la voluntad de Dios. Muchas veces olvidamos su presencia y acción en nuestras vidas, pero es Él quien nos sostiene en cada paso hacia la santidad. Hoy, invoquemos al Espíritu Santo, pidiéndole que ilumine nuestro corazón y nos guíe por el camino de la salvación.

La modestia cristiana

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Dado el mundo en que vivimos ahora: un mundo de materialismo y lleno de todo tipo de vanidades, es oportuno tratar sobre la modestia. Lamentablemente, cuando hablamos de la modestia la gente piensa inmediatamente que es algo que atañe solamente a las mujeres en su manera de vestir. Pero no es así en la realidad, porque vemos como también los hombres pueden escandalizar a las mujeres con su manera de vestir. Además, los hombres tienen un gran papel en la propagación de la modestia. Los papás que son hombres, supuestamente educadores de sus hijos, deben educar a sus hijos en la manera correcta de vestir. Nosotros hombres, que tenemos hermanas o hermanitas, ¿acaso no tenemos la obligación de corregirlas cuando usan ropas provocativas o ropas que no son suficientemente modestas? 

El Mensaje de la Virgen de Fátima

“Más almas se van al infierno por pecados de la carne (es decir, pecados en contra del 6º y 9º mandamientos) que por cualquier otra razón”. Nuestra Señora de Fátima le dijo a Jacinta, “Se introducirán ciertas modas que ofenderán gravemente a Mi Hijo”. Jacinta también dijo, “Las personas que sirven a Dios no deberían seguir las modas. La Iglesia no tiene modas; Nuestro Señor es siempre el mismo”.

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La eficacia de la oración

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Nada ayuda tanto a orar con confianza, como la experiencia personal de la eficacia de la oración, a la que la amorosa providencia ha respondido concediendo generosamente, plenamente, lo que se le pedía. Pero muchas veces nos ha dicho la Providencia que esperemos hasta el tiempo que ella designe. Al ver retardado el cumplimiento de sus plegarias, no pocos sienten que su confianza sufre un golpe considerable, no saben estar tranquilos cuando Dios parece sordo a todas sus súplicas. No, no perdáis nunca vuestra confianza en aquel Dios que os ha creado, que os ha amado antes de que vosotros pudierais amarlo y que os ha hecho sus amigos.

Elevad la mente, queridos hijos, y escuchad lo que enseña el gran Doctor santo Tomás de Aquino cuando explica por qué las oraciones no son siempre acogidas por Dios: “Dios oye los deseos de la criatura racional, en cuanto desea el bien. Pero ocurre acaso que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente, y hasta un verdadero mal. Por eso esta oración no puede ser oída de Dios. Porque está escrito: Pedís y no recibís, porque pedís mal”. Vosotros deseáis, vosotros buscáis un bien, como os parece a vosotros eso que pedís; pero Dios ve mucho más lejos que vosotros en aquello que deseáis. Así como Dios cumple los deseos que se le exponen en la oración, por el amor que tiene hacia la criatura racional, no hay que maravillarse si en algunas ocasiones no oye la petición de aquellos que ama de modo particular, para hacer en cambio lo que, en realidad, les ayuda más.

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El Espíritu Santo y la Santidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Continuemos describiendo las operaciones del Espíritu Santo en el alma del hombre. Su fin es formar en nosotros a Jesucristo por medio de la imitación de sus sentimientos y de sus actos. ¿Quién conoce mejor que este divino Espíritu las disposiciones de Jesús, cuya humanidad santísima produjo en las entrañas de María, de Jesús, de quien se posesionó y con quien habitó plenamente, a quien asistió y dirigió en todo por medio de una gracia proporcionada a la dignidad de esta naturaleza humana unida personalmente a la divinidad? Su deseo es reproducir una copia fiel de él, en cuanto que la debilidad y exigüidad de nuestra humilde personalidad, herida por el pecado original, se lo permitiere.

Sin embargo, de eso el Espíritu Santo obtiene en esta obra digna de Dios nobles y felices resultados. Le hemos visto disputando con el pecado y con Satanás la herencia rescatada por el Hijo de Dios; considerémosle trabajando con éxito en la “consumación de los santos”, según expresión del Apóstol. Se posesiona de ellos en un estado de degradación general, les aplica en seguida los medios ordinarios de santificación; pero resuelto a hacerles alcanzar el límite posible a sus fuerzas del bien y de la virtud, desarrolla su obra con ardor divino. La naturaleza está en su presencia: naturaleza caída, infestada con el virus de la muerte; pero naturaleza que conserva todavía cierta semejanza con su Criador, del que conserva señales en su ruina. El Espíritu viene, pues, a destruir la naturaleza impura y enferma y al mismo tiempo a elevar, purificando, a la que el veneno no contaminó mortalmente. Es necesario, en obra tan delicada y trabajosa, emplear hierro y fuego como hábil médico, y ¡cosa admirable!, saca el socorro del enfermo mismo para aplicarle el remedio que sólo puede curarle. Así como no salva al pecador sin él, así no santifica al santo sin ser ayudado con su cooperación. Pero anima y sostiene su valor por medio de mil cuidados de su gracia y la naturaleza corrompida va insensiblemente perdiendo terreno en esta alma, lo que permanecía intacto va transformándose en Cristo y la gracia logra reinar en el hombre entero.

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El Sacramento de la Confirmación

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El sacramento de la Confirmación es un sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para conferir al bautizado los dones del Espíritu Santo y fortificarlo en la vida cristiana. El Espíritu Santo imprime en su alma el carácter de soldado de Cristo, convirtiéndolo en un cristiano perfecto, ya que perfecciona las virtudes y dones recibidos en el bautismo.

Habiendo sido hecho soldado de Cristo, se convierte también en defensor de la fe y de la Iglesia, pues ha sido fortalecido para confesar la fe, tanto a través de sus obras como de sus palabras.

“Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios les enviaron a Pedro y a Juan, los cuales habiendo bajado, hicieron oración por ellos para que recibiesen al Espíritu Santo; porque no había aún descendido sobre ninguno de ellos, sino que tan sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y ellos recibieron al Espíritu Santo” (Hechos 8, 14-17).

Los siete dones del Espíritu Santo que se reciben en el sacramento de la confirmación son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. 

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Domingo II después de Pentecostés

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Haz, Señor, que tengamos a la vez el perpetuo temor y amor de tu nombre, porque nunca privas de tu gobierno a los que educas en la firmeza de tu dilección. 

Del santo Evangelio según San Lucas (XIV, 16-24)

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos esta parábola: Un hombre hizo una gran cena, y llamó a muchos. Y, a la hora de la cena, envió a su siervo a decir a los invitados que vinieran, porque ya estaba preparado todo. Y comenzaron a excusarse todos a la vez. El primero le dijo: He comprado una granja, y necesito salir y verla: ruégote me excuses. Y otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas: ruégote me excuses. Y otro dijo: He tomado esposa: y, por ello no puedo ir. Y, vuelto el siervo, anunció esto a su señor. Entonces el padre de familias, airado, dijo a su siervo: Sal pronto por las plazas y barrios de la ciudad: e introduce aquí a los pobres, y débiles, y ciegos, y cojos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y todavía hay sitio. Y dijo el señor al siervo: Sal por los caminos y cercados: y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena.

Cuando aún no se había establecido la fiesta del Corpus Christi, este evangelio estaba señalado ya para este Domingo. El Espíritu divino que asiste a la Iglesia en la ordenación de su Liturgia, preparaba de este modo anticipadamente el complemento de las enseñanzas de esta gran solemnidad. La parábola que propone aquí el Señor, sentado a la mesa de un jefe de los fariseos, volverá a repetirla en el templo, en los días que precedieron a su Pasión y Muerte. Esta insistencia es significativa y nos revela suficientemente la importancia de la alegoría. ¿Cuál es, en efecto, este convite de numerosos invitados, este festín de las bodas, sino aquel mismo de quien hizo los preparativos la Sabiduría eterna desde el principio del mundo? Nada faltó a las magnificencias de estos divinos preparativos. Con todo eso, el pueblo amado, enriquecido con tantos beneficios, hizo muecas de desagrado al amor; por sus abandonos despectivos se propuso provocar la cólera del Dios su Salvador.

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El Espíritu Santo en María Santísima

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Adornada por el Espíritu Santo, después de la humanidad de nuestro Redentor, de todos los dones que podían acercarla, cuanto era posible a una criatura, a la naturaleza divina a la que la Encarnación la había unido, el alma, la persona toda de María fue favorecida en el orden de la gracia más que todas las creaturas juntas. No podía ser de otro modo, y se concebirá por poco que se pretenda sondear por medio del pensamiento el abismo de grandezas y de santidad que representa la Madre de Dios. María forma ella sola un mundo aparte en el orden de la gracia. Hubo un tiempo en que ella sola fue la Iglesia de Jesús. Primeramente fue enviado el Espíritu para ella sola, y la llenó de gracia en el mismo instante de su inmaculada concepción. Esta gracia se desarrolló en ella por la acción continua del Espíritu hasta hacerla digna, en cuanto era posible, a una criatura, de concebir y dar a luz al mismo Hijo de Dios que se hizo también suyo. Hemos visto al Espíritu Santo enriquecerla con nuevos dones, prepararla para una nueva misión; al ver tantas maravillas, nuestro corazón no puede contener el ardor de su admiración ni el de su reconocimiento hacia el Paráclito que se dignó portarse con tanta magnificencia con la Madre de los hombres.

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El Doctor Evangélico

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Se diría que la Sabiduría eterna se complacía en destruir hasta los últimos momentos todos los planes de San Antonio. De sus veinte años de vida religiosa, pasó diez con los canónigos regulares, adonde el divino llamamiento dirigió los pasos de su graciosa inocencia cuando contaba quince años. Allí su alma seráfica se eleva a las alturas, que la retienen para siempre, al parecer, en el secreto de la paz de Dios, cautivada por los esplendores de la Liturgia, el estudio de las Sagradas Escrituras y el silencio del claustro.

De pronto el Espíritu divino le invita al martirio: y le vemos abandonar su claustro amado y seguir a los Frailes Menores a playas en las cuales muchos han recibido ya la palma gloriosa. Pero el martirio que le espera, es el del amor; enfermo, reducido a la impotencia antes que su celo haya podido trabajar en el suelo africano, la obediencia le llama a España, y he aquí que una tempestad le arroja a las costas de Italia. Por entonces San Francisco de Asís reunía por tercera vez, después de su fundación, a toda su admirable familia. Antonio apareció allí, tan humilde, tan modesto, que nadie se preocupó de él. El ministro de la provincia de Bolonia fue quien le recogió, y, no encontrando en él ninguna capacidad para el apostolado, le señaló como residencia la ermita del monte de San Pablo. Su cargo fue el de ayudar al cocinero y barrer la casa. Durante este tiempo, los canónigos de San Agustín lloraban a aquel que poco antes había sido la gloria de su orden por su nobleza, su ciencia y su santidad.

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Don de Temor de Dios

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de temor está en la base de todo el edificio de la perfección cristiana. Nos establece en la actitud fundamental que conviene a toda criatura frente a la infinita grandeza de Dios: la conciencia de nuestra nada: “Yo soy Aquel que soy, tú eres aquella que no es”, decía Dios a Santa Catalina de Siena. Elimina de una vida humana el mayor obstáculo para la santidad: el orgullo. El alma, penetrada de su total impotencia y olvidada de sí misma, guárdase bien de sustraer a Dios aun la menor partícula de gloria. Como la Virgen del Magnificat en medio de los prodigios operados en ella, se deja atrás el alma a sí misma para no cantar sino la efusión de las misericordias divinas: “El Omnipotente ha hecho en mí cosas grandes. Y su nombre es Santo” (Lc 1, 49). Dios se complace en colmar, con sus gracias de predilección, a un alma en la cual está seguro de que todas las mercedes de sus divinas manos redundarán en gloria suya.

El don de temor, valioso auxiliar de la templanza, desempeña un papel decisivo, más importante todavía para la economía de nuestra vida espiritual, en el florecimiento de la esperanza. Ayudando al alma a acordarse de su fragilidad natural y a no apoyarse en ella misma, la impulsa a refugiarse en Dios, a confiarse en Él solo. Despojada de todo amor propio, libertada de todo repliegue sobre sí, el alma cuenta en adelante únicamente con los méritos de Cristo y con la soberana bondad de Dios. El espíritu de temor la arroja en una confianza audaz y filial, que muy pronto la conduce al abandono total, forma suprema del amor.

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Don de Piedad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de piedad rige todas nuestras relaciones con las Personas divinas, con los ángeles y los santos. Imprime un acento fraternal a toda nuestra conducta con los demás miembros del cuerpo místico; de ahí su influencia constante en una vida cotidiana que es esencialmente una amistad con Dios, una amistad con nuestros hermanos en Cristo. Es el alma de toda vida de oración. El Espíritu de piedad es un instinto filial que brota del alma cristiana, como brota la ternura del corazón del hijo. Aparece Dios como un Padre infinitamente amado, que, con cada gracia espiritual o con cada beneficio material, da prueba de amor. San Pablo ha definido el movimiento fundamental del don de piedad al revelarnos cómo los seres humanos, conducidos por el Espíritu de Dios, son libres como hijos en la casa de Dios bondadosísimo, que es la casa de ellos, cuyo ímpetu de amor siempre se expresa con la misma palabra, que lo dice todo: “¡Abba! ¡Padre!” (Rm 8, 15). Comprendamos bien que a esto se reduce toda la religión de Cristo, el culto nuevo del Evangelio: “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 24). Hasta los menores sentimientos del alma cristiana frente a Dios se penetran de esta ternura filial, tan natural en hijos verdaderos, ternura que se hace, a su tiempo, plegaria, acción de gracias, alabanza adoradora y, si es preciso, expiación. El don de piedad conserva al alma en una actitud religiosa siempre respetuosa de los derechos de Dios y de su grandeza infinita, pero espontánea como los gestos afectuosos del hijo. En la intimidad de la vida familiar deséchase todo rígido protocolo. Así, el Hijo de Dios se siente como en su casa en la familia de la Trinidad.

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