Los retiros espirituales de San Ignacio

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Un “singularísimo remedio para la eterna salvación” (Papa Pío XI)

A toda persona que sigue los ejercicios espirituales durante por lo menos tres días, la Iglesia concede una indulgencia plenaria (remisión total o parcial de las penas temporales por los pecados ya perdonados, según las disposiciones del alma).

San Basilio, santo, padre y doctor de la Iglesia dice que: “cada cristiano debe vivir de tal modo, en cuanto está de su parte, que sirva de ejemplo de virtud a todos los demás” (Regla n° 34). Nuestro Señor Jesucristo mismo lo había ya mandado diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). El verdadero católico cada día hace esfuerzos para mejorarse e imitar en todo a Nuestro Señor Jesucristo.

Ser católico de nombre y no de hecho es un peligro mortal para la Iglesia católica y un insulto para Cristo. Ser católico ignorante del 80% de la doctrina católica es ayudar al demonio y sus tremendos secuaces en su obra nefasta de destrucción de la civilización cristiana y de perdición eterna de muchas almas. El ignorante es un ciego para sí mismo y para los demás. Ser católico liberal, es decir, querer conciliar la manera de pensar y vivir cristiana con la del mundo anticristiano, es hacerse concretamente cómplice de los enemigos de Cristo y de su Iglesia. En el día del Juicio veremos todo el mal que cada uno de nosotros hizo por omisión o cooperación. En ese tremendo día, las almas a quienes no hemos ayudado por pereza o ignorancia culpable, se levantarán para acusarnos y cubrirnos de vergüenza por haber sido falsos discípulos de Cristo. Nadie quisiera ser confundido en el Juicio. Nadie quisiera ser rechazado y maldecido por Cristo Dios.

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Santa Ana, madre de la Madre de Dios

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Aureolada con la incomparable paz que la circunda, saludemos en ella también la tierra victoriosa que eclipsa los campos de batalla más famosos. Verdadero santuario de la Inmaculada Concepción, en él fue reanudada por nuestra humillada raza la gran batalla iniciada junto al trono de Dios por las escuadras celestiales. Allí, el infernal dragón arrojado de los cielos vio aplastada su cabeza, y Miguel, sobrepujado en gloria, pone gustoso el mando de los ejércitos del Señor en manos de la que desde el principio de su existencia, se declaraba amable Soberana.

¿Qué boca humana podrá narrar el pasmo de los principados angélicos, cuando la serena complacencia de la Trinidad Santísima, pasando desde los radiantes Serafines hasta las últimas categorías de los nueve coros angélicos, incline su mirada de fuego a la contemplación de la santidad que súbitamente ha nacido en el seno de Ana? El Salmista había dicho de la ciudad gloriosa cuyos fundamentos se ocultan en la que antaño fue estéril: “Sus fundamentos están puestos sobre los montes santos”; y las celestiales jerarquías que están en las cimas de las colinas eternas descubren desde allí alturas insospechadas que jamás alcanzarán, cumbres tan inmediatas a la divinidad que se apresta a asentar allí su trono. Como Moisés en presencia del zarzal en llamas sobre el Horeb, han sido presas de un santo temor al reconocer sobre el desierto de nuestro mundo despreciable la montaña de Dios, y comprender que la aflicción de Israel en breve cesará. María aunque oculta por la nube que la esconde todavía, es ya desde este momento en el seno de Ana la montaña bendita cuya base, el punto de partida de la gracia aventaja la cumbre de los montes en donde las santidades creadas más altas hallan su consumación en la gloria y el amor.

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Domingo VII después de Pentecostés

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, cuya providencia no se engaña en sus disposiciones: suplicámoste humildemente apartes todo lo dañoso, y nos concedas cuanto pueda aprovecharnos.

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Romanos (VI, 19-23) 

Hermanos: Lo digo humanamente, por la flaqueza de vuestra carne: que, así como pusisteis vuestros miembros al servicio de la inmundicia y de la iniquidad, para la iniquidad, así pongáis ahora vuestros miembros al servicio de la justicia, para la santificación. Porque, cuando erais siervos del pecado, estabais libres de la justicia. Y ¿qué fruto sacasteis entonces de aquellas cosas de que ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es la muerte. Pero ahora, libertados del pecado, y hechos siervos de Dios, tenéis por fruto vuestro la santificación, y por fin la vida eterna. Porque el pago del pecado es la muerte. En cambio, la gracia de Dios es la vida eterna, en Jesucristo, nuestro Señor. 

La vida del bautizado, que le viene de su unión con Nuestro Señor Jesucristo por la fe, es la paz con Dios, la alegría y la libertad. Es dos veces libertad: por razón de lo que el bautismo destruye, y por razón de lo que edifica en nosotros. Para comprender esto, importa definir bien lo que es la libertad, y su contraria la servidumbre. Vivo en servidumbre cuando estoy sujeto bajo la dependencia de quien no debo; cuando el tirano ejerce en mis miembros exteriores violencia; cuando me asocia, a pesar mío, a sus obras malvadas, mientras una parte de mí, la más alta, protesta contra las bajezas que ejecuta su poder despótico. Entonces verdaderamente sí que es servidumbre. Pero cuando vivo bajo la dependencia de quien debo; cuando el poder que se ejerce sobre mí, obra íntimamente, se dirige a la inteligencia y a la voluntad; cuando me hace trabajar con él en obras nobles y dignas; cuando me asocia al trabajo de Dios mismo, y bajo su influencia interior, me hace colaborar en un programa de sana moralidad; cuando estoy persuadido que no sólo Dios, sino todo lo más elevado de mi alma aplaude la obra que juntos ejecutamos Dios y yo, llamadlo servidumbre si queréis, pero para mí es la suprema libertad, una liberación absoluta. Ser dócil a la inteligencia, es libertad; ser dócil a la inteligencia de Dios, es la más absoluta libertad que existe. 

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Santa María Magdalena ha escogido la mejor parte

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Es patrona y modelo de almas contemplativas. Los santos, los místicos, los pecadores tocados por la gracia, gustan leer las páginas del Evangelio que revelan su amor a Jesús y el amor de Jesús hacia ella.

En tu morada sobre la tierra, oh Jesús, Señor mío, y en la dichosa vida que tuviste en el mundo por espacio de tres años, como Mesías de la Judea y como Salvador del mundo, obraste muchos milagros, concediste muchas gracias y elegiste muchas almas para atraerlas en pos de Tí. Pero la elección más rara de tu amor, el más digno objeto de tus favores, la obra maestra de tus gracias, el mayor de tus milagros le obraste en ella.

Cuando caminabas por la tierra realizando tus obras maravillosas, oh Señor, miraste a muchas almas, pero tus más dulces miradas, oh sol de justicia, y tus rayos más poderosos fueron para esta alma. La sacaste de la muerte a la vida; de la vanidad a la verdad; de la creatura al Creador y de ella a ti mismo. Transportaste tu espíritu al suyo y en un momento derramaste en su corazón un torrente de lágrimas que caen a tus pies y los riegan, y hacen un baño saludable que lava santa y suavemente a esta alma pecadora que las derrama. La diste en un instante una gracia tan abundante que comienza donde las otras apenas acaban, de modo que, desde el primer paso de su conversión, se encuentra en la cumbre de la perfección, gozando de amor tan profundo que fue digna de recibir la alabanza de tu sagrada boca, cuando te dignaste defenderla de sus émulos y terminar su justificación con estas dulces palabras: “Amó mucho”. He aquí los primeros homenajes rendidos a esos santos pies, y manantial de santidad desde que caminan sobre la tierra para la salvación del mundo y gloria del Padre. Y he aquí también las primeras gracias y favores emanados de esos divinos pies. Estos pies son sagrados y divinos, son suaves y adorables, son también divinos; y no obstante se emplearon, se fatigaron por los pecadores y serán un día taladrados para derramar la sangre que lavará al mundo. De estos sagrados pies mana ahora una Fuente de gracia y pureza para esta alma privilegiada, una de las más principales en seguir y amar a Jesús. Y de este Corazón humillado, o mejor dicho, clavado a sus pies divinos, sale una Fuente de agua viva que lava la pureza misma al lavar los pies de Jesús. Dos manantiales y admirables arroyos: una de estas fuentes sale de los pies de Jesús y corre hasta la Magdalena y la otra sale del corazón de la Magdalena y va hasta los pies de Jesús; dos fuentes vivas y celestiales, y celestiales en la tierra, porque la tierra es también un cielo, puesto que Jesús está en la tierra. Este corazón pues de Magdalena, impuro en otro tiempo, es ahora un corazón puro y celestial y de él sale agua viva adecuada para lavar a Jesús. Y por eso Jesús se complace en este baño como en un baño que le es querido y delicioso, que enaltece a la Magdalena y reprocha al fariseo.

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La misión del marido en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En la unión conyugal el hombre es cabeza de la mujer y, de ordinario, la supera en fuerza y en vigor. 

Vuestra perfección de jefes de familia no consiste solamente en la realización de los trabajos pertinentes a vuestra profesión, a vuestro oficio, a vuestro arte particular, dentro o fuera de la casa; en la misma, que es el dominio de vuestra mujer, tenéis también una activa parte que realizar. Vosotros, más fuertes; vosotros, frecuentemente más hábiles en el uso de los instrumentos y de las herramientas; vosotros, en el arreglo de vuestra casa, encontraréis lo primero de todo y, en muchos pequeños trabajos, tiempo y lugar para cosas que son más propias del hombre que de la mujer. No serán faenas y quehaceres como los de vuestro oficio, oficina o taller donde soléis ir, ni serán tampoco indignos de vuestra dignidad: serán, sin embargo, una participación cuidadosa en las atenciones de vuestra mujer, sobrecargada, con frecuencia, de cuidados y de trabajos; un echar una mano amigablemente para levantar un peso, que será para ella una ayuda y para vosotros casi una distracción y un cambiar de ocupación.

Uno de los grandes beneficios sociales de los tiempos pasados fue aquel trabajo a domicilio, entonces tan común aún entre los hombres, que unía al marido y a la mujer en un mismo trabajo, uno junto a otro, en una misma casa, junto al hogar de los hijos. Pero el progreso de la técnica, el gigantesco engrandecerse de las fábricas y de las oficinas, el dominador multiplicarse de toda clase de máquinas han hecho hoy tal trabajo doméstico muy raro fuera del campo y, muchas veces, han obligado y separado al uno del otro a los padres y les han arrastrado lejos de los hijos durante muchas horas del día… Pero, por muy imperiosa que pueda ser, ¡oh hombres!, la ocupación de aquel trabajo que os entretiene gran parte del día lejos de las personas amadas, Nos no dudamos de que al fervor de vuestro afecto le quedarán todavía fuerzas, habilidad y cuidado para los pequeños servicios domésticos, que os procurarán la más cordial y benévola gratitud cuanto más se note que lo hacéis superando todo el cansancio y el deseo de reposo, gracias a aquella condescendencia para ayudar también en las pequeñas necesidades de la familia, que une a todos en el procurárselos y gozar sus bienes.

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La mujer en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La familia tiene un sol propio: la esposa. Pero, ¿qué sucede cuando la familia está privada de este sol? ¿Dónde está aquella generosa delicadeza y aquel tierno cariño, cuando ella, en vez de crear con una sencillez natural y prudente una atmósfera de agradable serenidad en la mansión doméstica, toma una actitud de inquieta, nerviosa y exigente señora, muy de moda? ¿Es esto un esparcir benévolos y vivificantes rayos solares, o más bien un congelar con viento glacial del norte el jardín de la familia? ¿Quién se extrañará entonces de que el hombre, no encontrando en aquel hogar nada que le atraiga, le retenga y consuele, se aleje lo más posible, provocando al mismo tiempo el alejamiento de la mujer, de la madre, cuando no es más bien el alejamiento de la mujer el que prepara el del marido; uno y otra, encaminándose así a buscar en otra parte, con grave peligro espiritual y con perjuicio de la trabazón familiar, el descanso, el reposo, el placer que no les concede la propia casa? ¡En este estado de cosas, los más desventurados son, sin duda, los hijos!

He aquí, esposas, hasta dónde puede llegar vuestra parte de responsabilidad en la concordia de la felicidad doméstica. Si a vuestro marido y a su trabajo corresponde procurar y hacer estable la vida de vuestro hogar, a vosotras y a vuestro cuidado pertenece el rodearlo de un bienestar conveniente y el asegurar la pacífica serenidad común de vuestras dos vidas. Esto es para vosotras no sólo una obligación natural, sino un deber religioso y un ejercicio de virtudes cristianas con cuyos actos y méritos, crecéis en el amor y en la gracia de Dios.

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Responsabilidad de la mujer en la vida conyugal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Es cierto e indudable que, para la felicidad de un hogar doméstico, la mujer puede más que el hombre. Corresponde la parte principal al marido en el asegurar la subsistencia y el porvenir de las personas y de la casa, en las determinaciones que comprometen a él y a los hijos para el futuro; pero, en cambio, atañen a la mujer aquellos mil, pero atentos, detalles, aquellas imponderables atenciones y cuidados diarios, que son los elementos de la atmósfera interior de una familia, y que, según procedan rectamente, o en cambio se alteren o falten, la hacen o sana, fresca y confortable, o pesada, viciada e irrespirable. Entre las paredes domésticas, el trabajo de la esposa debe ser siempre la labor de la mujer fuerte, tan exaltada por la Sagrada Escritura; de la mujer a la cual el esposo confía su corazón, y que le devolverá bien y no mal para todos los días de su vida.

¿Quién creará, poco a poco, día tras día, el verdadero hogar espiritual, sino el trabajo espiritual de aquella que ha venido a ser “señora de casa”, de aquella a quien se confía el corazón de su esposo? El marido podrá ser obrero, agricultor, profesional, hombre de letras o de ciencias, artista, empleado, funcionario; en todos los casos es inevitable que su trabajo se ejercite la mayor parte del tiempo fuera de casa, o que en casa permanezca confinado en el silencio continuado de su estudio, que escapa a la vida de familia. Para él el hogar doméstico será el lugar en donde, al final del trabajo diario, restaurará sus fuerzas físicas y morales en el reposo, en la calma, en la alegría íntima. Para la mujer, en cambio, ordinariamente, este hogar será siempre el refugio y el nido de su labor principal, de aquella labor que poco a poco hará de este retiro, por pobre que sea, una “casa” de alegre y tranquila convivencia, embellecida, no con muebles o con objetos como un hotel, sin estilo ni sello personal, sin expresión propia, sino con recuerdos, que dejan sobre los muebles o fijan en las paredes la memoria de la vida vivida juntos, los gustos, los pensamientos, las alegrías y las penas comunes, trazas y señales, a veces visibles, algunas casi imperceptibles, pero de las que, con el ala del tiempo, el hogar material sacará su alma. Pero el alma de todo, será la mano y el arte femenino, con el que la esposa hará atrayente todo rincón de la casa, si no con otra cosa, por lo menos con el cuidado, con el orden y con la limpieza, con tener preparado o preparar todo lo necesario en el momento oportuno: el manjar para reponerse de las fatigas, el lecho para el descanso. A la mujer, más que al hombre, ha concedido Dios el don, con el sentido de la gracia y del agrado, de hacer lindas y agradables las cosas más sencillas, precisamente porque ella, hecha semejante al hombre como ayuda para formar con él la familia, ha nacido hecha para derramar la gentileza y la dulzura en torno al hogar de su marido, y hacer que la vida de los dos se armonice y se afirme fecunda, y florezca en su real desarrollo.

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Domingo VI después de Pentecostés

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios de las virtudes, de quien procede todo cuanto hay de mejor: infunde en nuestros pechos el amor de tu nombre, y aumenta en nosotros la religión; para que nutras lo que es bueno y, por medio de la piedad, custodies lo nutrido. 

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Romanos (VI, 3-11) 

Hermanos: Todos los que hemos sido bautizados en Jesucristo, lo hemos sido en su muerte. Porque en el bautismo hemos quedado sepultados con Él, muriendo al pecado: a fin de que así como Cristo resucitó de entre los muertos para gloria del Padre, así también nosotros vivamos nueva vida. Porque si fuéremos injertados en Él, imitando su muerte, lo seremos también en su resurrección. Sabiendo bien que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Él, para que sea destruido el cuerpo de pecado, y no sirvamos más al pecado. Y si estamos muertos con Cristo, creemos que viviremos también juntamente con Cristo; sabiendo que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere, la muerte ya no le dominará. Porque habiendo muerto para el pecado, murió una sola vez: mas habiendo vuelto a la vida, vive para Dios. Así también vosotros, pensad que estáis realmente muertos al pecado, y vivos para Dios, en Jesucristo Señor nuestro. 

Hoy se dirigen a los Romanos, las instrucciones inspiradas del gran Apóstol. La Iglesia observará, en la lectura de estas admirables Epístolas, el mismo orden de su inscripción en el canon de las Escrituras: la Epístola a los Romanos, las dos a los Corintios, las dirigidas a los Gálatas, a los Efesios, Filipenses, Colosenses, pasarán sucesivamente ante nuestra vista. ¡Sublime correspondencia, en: la que el alma de Pablo, entregándose por completo, da a la vez el precepto y el ejemplo del amor! “Os ruego -dice sin cesar- que seáis imitadores míos, como yo lo soy de Jesucristo”.

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El Doctor Seráfico

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Tomás y Buenaventura, cuya obra intelectual tenía un solo fin, el de llevar a los hombres por la ciencia y el amor a esta vida eterna, que consiste en conocer al solo Dios verdadero y a Jesucristo que fue enviado; los dos fueron esas lámparas encendidas que iluminaron su siglo y caldearon las almas. Pero quiso el Señor que sacase la Iglesia principalmente su luz de Santo Tomás y su caridad inflamada de San Buenaventura. En el curso de la Cuaresma celebramos ya al Doctor Angélico, hoy, en cambio, la Iglesia orienta nuestros corazones hacia el Doctor Seráfico para tributarle nuestra alabanza y nuestra oración y recibir la lección de su vida.

Como lo advirtió el Papa Sixto V, no sólo sobresalía por la fuerza del raciocinio, por la facilidad de su enseñanza y la claridad de sus definiciones, sino que por encima de todo prevalecía por una virtud enteramente divina para mover a las almas. A la vez que iluminaba las inteligencias, predicaba a los corazones, y los conquistaba al amor de Dios. Sus mismos amigos se admiraban, y Santo Tomás preguntándole un día, en un arranque de admiración fraterna, en qué libro había podido beber esta ciencia sagrada, Buenaventura, mostrándole su crucifijo, respondió humildemente: “Esta es la fuente de donde yo saco todo lo que sé; estudio a Jesús y a Jesús crucificado”.

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Los esposos, ministros del sacramento del matrimonio

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En el gran sacramento del matrimonio, ¿quién ha sido el instrumento de Dios, que ha producido en vuestras almas la gracia? ¿Ha sido acaso el sacerdote que os ha bendecido y unido en matrimonio? No. La Iglesia prescribe ciertamente a los esposos para que su vínculo y sus mutuos compromisos sean válidos y les procuren las gracias sacramentales, que los afirmen y cambien ante el sacerdote, el cual la representa como testigo calificado y es ministro de las sagradas ceremonias que acompañan el contrato matrimonial; pero en su presencia, vosotros mismos habéis sido constituidos por Dios ministros del sacramento; vosotros, de los que Él se ha servido para estrechar vuestra unión indisoluble y derramar en vuestras almas las gracias que os hagan constantes y fieles a vuestras nuevas obligaciones. ¡A qué grande honor y dignidad os ha ensalzado! ¿No parece que el Señor ha querido que vosotros, desde el primer paso que habéis dado partiendo del sagrado altar con la bendición del sacerdote, iniciarais y prosiguierais el oficio de cooperadores y de instrumentos de sus obras, a las que os ha abierto y santificado el camino?

En el sacramento del matrimonio la reciproca aceptación de las personas, vuestro consentimiento manifestado con la palabra, ha sido un acto exterior que ha atraído sobre vosotros las gracias divinas; en vuestra vida conyugal seréis instrumentos del arte divino al plasmar el cuerpo material de vuestros hijos. Vosotros llamaréis a la carne de vuestra carne al alma espiritual e inmortal que creará a vuestra llamada Dios, aquel Dios que ha producido fielmente la gracia a la llamada del sacramento. Y cuando venga a la luz vuestro primogénito, la nueva Eva repetirá con la madre del género humano: “he adquirido un hombre por don de Dios”. Sólo Dios puede crear las almas; sólo Dios puede producir la gracia; pero Él se dignará servirse de vuestro ministerio al sacar las almas de la nada, ya que se ha servido igualmente de él para concederos la gracia.

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