La modestia y las modas

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El Papa Pío XII dijo:

“Ahora, muchas niñas no ven nada malo en seguir ciertos estilos desvergonzados (modas) como lo hacen muchas. Seguramente se ruborizarían si tan solo pudiesen adivinar las impresiones que hacen y los sentimientos que evocan (excitación) en aquellos que las miran” (17 de Julio, 1954).

El Papa Benedicto XV

Escribió en su encíclica Sacra Propediem el 6 de enero, 1921: “Uno no puede deplorar suficientemente la ceguera de tantas mujeres de todas las edades y condiciones, las cuales ridículamente engreídas por el deseo de agradar, no echan de ver que con la extremada locura de su modo de vestir, además de ofender a Dios, desagradan a todo hombre sensato. Y no se contentan con aparecer en público con adornos tales que la mayor parte de ellas los hubieran rechazado tiempo atrás como enteramente reñidos con la modestia cristiana, sino que se atreven a penetrar sin temor alguno en el sagrado templo, y a asistir a las funciones sacras, y hasta a presentarse en la Mesa Eucarística, donde se recibe al Autor de la castidad, ataviadas con los incentivos de feas concupiscencias”.

El papa Pío XII amonestó seriamente a las madres cristianas: “El bien de nuestra alma es más importante que el de nuestro cuerpo; y tenemos que preferir el bienestar espiritual de nuestro vecino a nuestra comodidad corporal… Si cierta clase de vestido constituye una ocasión grave y próxima de pecado y pone en peligro la salvación de su alma y de la de los demás, es su deber dejarlo y no usarlo… Oh madres cristianas, si vosotras supierais qué futuro de ansiedades y penas, de vergüenza mal guardada preparáis para vuestros hijos e hijas, dejando imprudentemente que ellos se acostumbren a vivir ligeramente vestidos y haciendo que pierdan su sentido de modestia, estaríais avergonzadas de vosotras mismas y temeríais el daño que os hacéis y el daño que estáis causando a estos niños, quienes el Cielo os ha confiado para que los crieis como cristianos”. (Pío XII a los Grupos de Mujeres Católicas Jóvenes de Italia)

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La responsabilidad del hombre en la felicidad del hogar

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La familia humana es el último sublime portento de la mano de Dios entre las cosas naturales del Universo, la última maravilla colocada por Él como corona del mundo visible, en el último y séptimo día de la creación; cuando en el Paraíso de delicias, por Él plantado y preparado, plasmó y colocó al hombre y a la mujer, poniéndoles allí para que lo cultivaran y custodiaran, y dándoles el dominio sobre los pájaros del aire, los peces del mar y los animales de la tierra. ¿No es ésta la grandeza real, de la cual, aun después de su caída junto a la mujer, el hombre conserva las señales, y que le levanta sobre el mundo, que él contempla en el firmamento y en las estrellas; sobre el mundo, por cuyos océanos audazmente navega; sobre el mundo, que pisa con sus pies, doma con su trabajo y con su sudor, para arrancarle el pan que le restaure y sostenga la vida?

La responsabilidad del hombre ante la mujer y los hijos, nace, en primer lugar de los deberes para con su vida, en los cuales está ordinariamente envuelta su profesión, su arte o su oficio. Él debe procurar, con su trabajo profesional, a los suyos una casa y el alimento cotidiano, los medios necesarios para un sustento seguro y para un conveniente vestir. Su familia tiene que sentirse feliz y tranquila bajo la protección que le ofrece y da, con pensamiento previsor, la fecunda actividad de la mano del hombre.

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La misión del marido en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En la unión conyugal el hombre es cabeza de la mujer y, de ordinario, la supera en fuerza y en vigor. 

Vuestra perfección de jefes de familia no consiste solamente en la realización de los trabajos pertinentes a vuestra profesión, a vuestro oficio, a vuestro arte particular, dentro o fuera de la casa; en la misma, que es el dominio de vuestra mujer, tenéis también una activa parte que realizar. Vosotros, más fuertes; vosotros, frecuentemente más hábiles en el uso de los instrumentos y de las herramientas; vosotros, en el arreglo de vuestra casa, encontraréis lo primero de todo y, en muchos pequeños trabajos, tiempo y lugar para cosas que son más propias del hombre que de la mujer. No serán faenas y quehaceres como los de vuestro oficio, oficina o taller donde soléis ir, ni serán tampoco indignos de vuestra dignidad: serán, sin embargo, una participación cuidadosa en las atenciones de vuestra mujer, sobrecargada, con frecuencia, de cuidados y de trabajos; un echar una mano amigablemente para levantar un peso, que será para ella una ayuda y para vosotros casi una distracción y un cambiar de ocupación.

Uno de los grandes beneficios sociales de los tiempos pasados fue aquel trabajo a domicilio, entonces tan común aún entre los hombres, que unía al marido y a la mujer en un mismo trabajo, uno junto a otro, en una misma casa, junto al hogar de los hijos. Pero el progreso de la técnica, el gigantesco engrandecerse de las fábricas y de las oficinas, el dominador multiplicarse de toda clase de máquinas han hecho hoy tal trabajo doméstico muy raro fuera del campo y, muchas veces, han obligado y separado al uno del otro a los padres y les han arrastrado lejos de los hijos durante muchas horas del día… Pero, por muy imperiosa que pueda ser, ¡oh hombres!, la ocupación de aquel trabajo que os entretiene gran parte del día lejos de las personas amadas, Nos no dudamos de que al fervor de vuestro afecto le quedarán todavía fuerzas, habilidad y cuidado para los pequeños servicios domésticos, que os procurarán la más cordial y benévola gratitud cuanto más se note que lo hacéis superando todo el cansancio y el deseo de reposo, gracias a aquella condescendencia para ayudar también en las pequeñas necesidades de la familia, que une a todos en el procurárselos y gozar sus bienes.

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La mujer en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La familia tiene un sol propio: la esposa. Pero, ¿qué sucede cuando la familia está privada de este sol? ¿Dónde está aquella generosa delicadeza y aquel tierno cariño, cuando ella, en vez de crear con una sencillez natural y prudente una atmósfera de agradable serenidad en la mansión doméstica, toma una actitud de inquieta, nerviosa y exigente señora, muy de moda? ¿Es esto un esparcir benévolos y vivificantes rayos solares, o más bien un congelar con viento glacial del norte el jardín de la familia? ¿Quién se extrañará entonces de que el hombre, no encontrando en aquel hogar nada que le atraiga, le retenga y consuele, se aleje lo más posible, provocando al mismo tiempo el alejamiento de la mujer, de la madre, cuando no es más bien el alejamiento de la mujer el que prepara el del marido; uno y otra, encaminándose así a buscar en otra parte, con grave peligro espiritual y con perjuicio de la trabazón familiar, el descanso, el reposo, el placer que no les concede la propia casa? ¡En este estado de cosas, los más desventurados son, sin duda, los hijos!

He aquí, esposas, hasta dónde puede llegar vuestra parte de responsabilidad en la concordia de la felicidad doméstica. Si a vuestro marido y a su trabajo corresponde procurar y hacer estable la vida de vuestro hogar, a vosotras y a vuestro cuidado pertenece el rodearlo de un bienestar conveniente y el asegurar la pacífica serenidad común de vuestras dos vidas. Esto es para vosotras no sólo una obligación natural, sino un deber religioso y un ejercicio de virtudes cristianas con cuyos actos y méritos, crecéis en el amor y en la gracia de Dios.

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Responsabilidad de la mujer en la vida conyugal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Es cierto e indudable que, para la felicidad de un hogar doméstico, la mujer puede más que el hombre. Corresponde la parte principal al marido en el asegurar la subsistencia y el porvenir de las personas y de la casa, en las determinaciones que comprometen a él y a los hijos para el futuro; pero, en cambio, atañen a la mujer aquellos mil, pero atentos, detalles, aquellas imponderables atenciones y cuidados diarios, que son los elementos de la atmósfera interior de una familia, y que, según procedan rectamente, o en cambio se alteren o falten, la hacen o sana, fresca y confortable, o pesada, viciada e irrespirable. Entre las paredes domésticas, el trabajo de la esposa debe ser siempre la labor de la mujer fuerte, tan exaltada por la Sagrada Escritura; de la mujer a la cual el esposo confía su corazón, y que le devolverá bien y no mal para todos los días de su vida.

¿Quién creará, poco a poco, día tras día, el verdadero hogar espiritual, sino el trabajo espiritual de aquella que ha venido a ser “señora de casa”, de aquella a quien se confía el corazón de su esposo? El marido podrá ser obrero, agricultor, profesional, hombre de letras o de ciencias, artista, empleado, funcionario; en todos los casos es inevitable que su trabajo se ejercite la mayor parte del tiempo fuera de casa, o que en casa permanezca confinado en el silencio continuado de su estudio, que escapa a la vida de familia. Para él el hogar doméstico será el lugar en donde, al final del trabajo diario, restaurará sus fuerzas físicas y morales en el reposo, en la calma, en la alegría íntima. Para la mujer, en cambio, ordinariamente, este hogar será siempre el refugio y el nido de su labor principal, de aquella labor que poco a poco hará de este retiro, por pobre que sea, una “casa” de alegre y tranquila convivencia, embellecida, no con muebles o con objetos como un hotel, sin estilo ni sello personal, sin expresión propia, sino con recuerdos, que dejan sobre los muebles o fijan en las paredes la memoria de la vida vivida juntos, los gustos, los pensamientos, las alegrías y las penas comunes, trazas y señales, a veces visibles, algunas casi imperceptibles, pero de las que, con el ala del tiempo, el hogar material sacará su alma. Pero el alma de todo, será la mano y el arte femenino, con el que la esposa hará atrayente todo rincón de la casa, si no con otra cosa, por lo menos con el cuidado, con el orden y con la limpieza, con tener preparado o preparar todo lo necesario en el momento oportuno: el manjar para reponerse de las fatigas, el lecho para el descanso. A la mujer, más que al hombre, ha concedido Dios el don, con el sentido de la gracia y del agrado, de hacer lindas y agradables las cosas más sencillas, precisamente porque ella, hecha semejante al hombre como ayuda para formar con él la familia, ha nacido hecha para derramar la gentileza y la dulzura en torno al hogar de su marido, y hacer que la vida de los dos se armonice y se afirme fecunda, y florezca en su real desarrollo.

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Los esposos, ministros del sacramento del matrimonio

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En el gran sacramento del matrimonio, ¿quién ha sido el instrumento de Dios, que ha producido en vuestras almas la gracia? ¿Ha sido acaso el sacerdote que os ha bendecido y unido en matrimonio? No. La Iglesia prescribe ciertamente a los esposos para que su vínculo y sus mutuos compromisos sean válidos y les procuren las gracias sacramentales, que los afirmen y cambien ante el sacerdote, el cual la representa como testigo calificado y es ministro de las sagradas ceremonias que acompañan el contrato matrimonial; pero en su presencia, vosotros mismos habéis sido constituidos por Dios ministros del sacramento; vosotros, de los que Él se ha servido para estrechar vuestra unión indisoluble y derramar en vuestras almas las gracias que os hagan constantes y fieles a vuestras nuevas obligaciones. ¡A qué grande honor y dignidad os ha ensalzado! ¿No parece que el Señor ha querido que vosotros, desde el primer paso que habéis dado partiendo del sagrado altar con la bendición del sacerdote, iniciarais y prosiguierais el oficio de cooperadores y de instrumentos de sus obras, a las que os ha abierto y santificado el camino?

En el sacramento del matrimonio la reciproca aceptación de las personas, vuestro consentimiento manifestado con la palabra, ha sido un acto exterior que ha atraído sobre vosotros las gracias divinas; en vuestra vida conyugal seréis instrumentos del arte divino al plasmar el cuerpo material de vuestros hijos. Vosotros llamaréis a la carne de vuestra carne al alma espiritual e inmortal que creará a vuestra llamada Dios, aquel Dios que ha producido fielmente la gracia a la llamada del sacramento. Y cuando venga a la luz vuestro primogénito, la nueva Eva repetirá con la madre del género humano: “he adquirido un hombre por don de Dios”. Sólo Dios puede crear las almas; sólo Dios puede producir la gracia; pero Él se dignará servirse de vuestro ministerio al sacar las almas de la nada, ya que se ha servido igualmente de él para concederos la gracia.

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Formación permanente en la Doctrina de siempre

Publicado por: Servus Cordis Iesu

De lo expuesto hasta aquí puede verse cuál sea la importancia de la instrucción religiosa del pueblo; debemos, pues, hacer todo lo posible para que la enseñanza de la Doctrina sagrada, institución la más útil para la gloria de Dios y la salvación de las almas, se mantenga siempre floreciente, o, donde se la haya descuidado, se restaure. Así, pues, Venerables Hermanos, queriendo cumplir esta grave obligación del apostolado supremo y hacer que en todas partes se observen en materia tan importante las mismas normas, en virtud de Nuestra suprema autoridad, establecemos para todas las diócesis las siguientes disposiciones, que mandamos sean observadas y expresamente cumplidas:

Todos los párrocos, y en general cuantos ejercen cura de almas, han de instruir, con arreglo al Catecismo, durante una hora entera, todos los domingos y fiestas del año, sin exceptuar ninguno, a todos los niños y niñas en lo que deben creer y hacer para alcanzar la salvación eterna.

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El Rosario en la familia (II)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

De igual manera que habéis recibido y recibiréis las alegrías -las de hoy y las de mañana- con filial reconocimiento y prudente moderación, acogeréis con espíritu de fe y sumisión los misterios dolorosos del porvenir, cuando llegue su hora. ¿Misterios? Es el nombre que el hombre da con frecuencia al dolor, porque si no acostumbra a buscar una significación a sus gozos, querría en cambio, con su corta vista, saber la razón de sus desventuras, y sufre doblemente cuando no ve aquí abajo su por qué. La Virgen del Rosario, que es también la del “Stabat” en el Calvario, os enseñará a estar en pie bajo la cruz, por muy densa que pueda ser su sombra, porque comprenderéis con el ejemplo de esta “Mater dolorosa” y reina de los mártires, que los designios de Dios superan infinitamente los pensamientos de los hombres, y que aun cuando hieren el corazón, están inspirados por el más tierno amor de nuestras almas.

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Enseñanzas de la Liturgia de Esponsales

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El matrimonio cristiano es un acontecimiento penetrado sin duda de santa alegría, cuando se ha contraído con las disposiciones requeridas. 

Tales disposiciones, junto con los efectos preciosísimos propios de este sacramento, las encontramos expresadas con elocuencia en las ceremonias con que la Iglesia lo ha como circundado, y éstas son lo que hoy Nos place recordar por unos instantes a vuestra memoria y a vuestra consideración, oh esposos cristianos, para que os parezca cada vez más elevada la dignidad y la santidad de este sacramento grande, del que habéis sido los ministros.

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Con vigilante prudencia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Con vigilante prudencia de Madre, la Iglesia ha tratado desde el principio de seguir los pasos y proteger a sus hijos en el maravilloso camino del progreso de las técnicas de difusión. Tal solicitud proviene directamente de la misión que le ha confiado el Divino Redentor, porque dichas técnicas -en la presente generación- tienen un poderoso influjo sobre el modo de pensar y de obrar de los individuos y de la comunidad.

Así que ninguno podrá maravillarse de que el celo por la salvación de las almas conquistadas “no con el oro y la plata, que son perecederos… sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero inmaculado”, haya movido en diversas ocasiones a la Suprema Autoridad Eclesiástica a reclamar la atención sobre la gravedad de los problemas que el cine, la radio y la televisión presentan a la conciencia cristiana. Sin embargo, por desgracia, debemos repetir con San Pablo: “No todos obedecen al Evangelio”, porque también en este campo el Magisterio de la Iglesia ha encontrado a veces incomprensiones, y hasta ha sido violentamente combatido de parte de individuos, empujados por un desordenado apetito de lucro, o víctimas de ideas erróneas sobre la realidad de la naturaleza humana, sobre la libertad de expresión y sobre la concepción del arte.

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