Los esposos, ministros del sacramento del matrimonio

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En el gran sacramento del matrimonio, ¿quién ha sido el instrumento de Dios, que ha producido en vuestras almas la gracia? ¿Ha sido acaso el sacerdote que os ha bendecido y unido en matrimonio? No. La Iglesia prescribe ciertamente a los esposos para que su vínculo y sus mutuos compromisos sean válidos y les procuren las gracias sacramentales, que los afirmen y cambien ante el sacerdote, el cual la representa como testigo calificado y es ministro de las sagradas ceremonias que acompañan el contrato matrimonial; pero en su presencia, vosotros mismos habéis sido constituidos por Dios ministros del sacramento; vosotros, de los que Él se ha servido para estrechar vuestra unión indisoluble y derramar en vuestras almas las gracias que os hagan constantes y fieles a vuestras nuevas obligaciones. ¡A qué grande honor y dignidad os ha ensalzado! ¿No parece que el Señor ha querido que vosotros, desde el primer paso que habéis dado partiendo del sagrado altar con la bendición del sacerdote, iniciarais y prosiguierais el oficio de cooperadores y de instrumentos de sus obras, a las que os ha abierto y santificado el camino?

En el sacramento del matrimonio la reciproca aceptación de las personas, vuestro consentimiento manifestado con la palabra, ha sido un acto exterior que ha atraído sobre vosotros las gracias divinas; en vuestra vida conyugal seréis instrumentos del arte divino al plasmar el cuerpo material de vuestros hijos. Vosotros llamaréis a la carne de vuestra carne al alma espiritual e inmortal que creará a vuestra llamada Dios, aquel Dios que ha producido fielmente la gracia a la llamada del sacramento. Y cuando venga a la luz vuestro primogénito, la nueva Eva repetirá con la madre del género humano: “he adquirido un hombre por don de Dios”. Sólo Dios puede crear las almas; sólo Dios puede producir la gracia; pero Él se dignará servirse de vuestro ministerio al sacar las almas de la nada, ya que se ha servido igualmente de él para concederos la gracia.

En el sacramento del matrimonio no se puede suplir el ministro, como no hay sustitución de personas: allí triunfa la incomparable grandeza del mayor don, que es la libertad del querer y la responsabilidad terrible dada al hombre inteligente para ser dueño de sí y de la vida suya y de los demás, de la vida que salta hacia la eternidad, y de poder paralizar su curso en otros, rebelándose contra Dios. Porque, si un ciego instinto asegura la continuación de la vida en las especies irracionales, tratándose de la estirpe humana, de esta estirpe de Adán, caída, redimida y santificada por el Verbo encarnado, Hijo de Dios, cuando los fríos y maliciosos cálculos del egoísmo frívolo e inhumano se ponen de acuerdo para tronchar la flor de una vida corporal que anhela abrirse y expandirse, este delito frenará el brazo del Omnipotente para que no llame a la existencia la sonrisa de las almas inocentes que habrían vivificado aquellos cuerpos y elevado aquellos miembros a instrumentos del espíritu y de la gracia, hasta participar un día del premio de sus virtudes y del eterno gozo en la gloria de los santos.

Vosotros, queridos esposos, persuadidos de la inviolable meta del sacramento realizado, prepararéis una cuna a los dones de la omnipotencia de Dios, aunque acaso la divina Providencia permitirá que queden desoídos vuestros fervientes deseos y vuestras plegarias, y vacía la cuna dispuesta con tanto amor, y veréis sin duda, más de una vez, que la gracia inspira a ciertas almas generosas la renuncia a las alegrías de la familia, para hacerlas madres de un corazón más amplio y de más alta fecundidad sobrenatural; pero vosotros, en la bella y santa unión del matrimonio cristiano, tenéis en vuestras manos el poder de comunicar la vida, no sólo en el orden natural, sino también en el espiritual y sobrenatural, junto con la formidable facultad de detener su curso. 

Este poder de transmitir la vida, a la vez que os exalta en vosotros mismos, os somete en su uso a la ley divina, cuya severidad contra los que con detestable culpa lo desvían de su alto y verdadero fin, no debe sorprenderos. Teman ellos; vosotros, cristianos sinceros y obedientes a Dios como sois, no temáis; vosotros, que habéis comprendido ya la estrecha colaboración entre el hombre y Dios en la transmisión de la vida. Para vuestro entendimiento iluminado por la fe, sería en realidad inconcebible el que Dios pudiera permitir violar impunemente las disposiciones de su providencia y de su gobierno en el vínculo marital, profundamente sancionadas desde el primer día de la aparición del hombre y de la mujer sobre la tierra, vínculo elevado por Cristo a gran sacramento para llamar a la vida de aquí abajo a las almas destinadas por Dios a santificarse en la lucha y en la victoria sobre el mal, para contemplarle, amarle y alabarle en la eternidad feliz.

Queridos recién casados, elevad al Cielo vuestra mirada; en el sacramento de vuestro matrimonio, del que habéis sido ministros, nuestro Señor ha señalado y puesto para vosotros el camino de salvación. Que Él os haga comprender cada vez mejor, y respetar aquel poder que sólo de Él procede, y os convierta en instrumentos fieles de su Providencia para el excelso oficio confiado a vosotros en la obra de la potencia creadora de la misma Santísima Trinidad. Esta es la gracia que imploramos sobre vosotros, mientras desde el fondo de Nuestro corazón os impartimos, como prenda de los más abundantes dones celestes, Nuestra paterna bendición apostólica.

Fuente: S.S. Pío XII, Discurso del 5 de marzo de 1941