Enseñanzas de la Liturgia de Esponsales

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El matrimonio cristiano es un acontecimiento penetrado sin duda de santa alegría, cuando se ha contraído con las disposiciones requeridas. 

Tales disposiciones, junto con los efectos preciosísimos propios de este sacramento, las encontramos expresadas con elocuencia en las ceremonias con que la Iglesia lo ha como circundado, y éstas son lo que hoy Nos place recordar por unos instantes a vuestra memoria y a vuestra consideración, oh esposos cristianos, para que os parezca cada vez más elevada la dignidad y la santidad de este sacramento grande, del que habéis sido los ministros.

Tres son los momentos en los que mayor relieve tiene aquel conmovedor y expresivo rito sagrado: el primero, el esencial, es el consentimiento mutuo que, manifestado por la palabra de los esposos y recibido por el sacerdote y por los testigos, viene a ser como confirmado y ratificado por la bendición y entrega del anillo, símbolo de entera e indefectible fidelidad.

Todo esto se desarrolla con una solemnidad a la vez grandiosa y sencilla: los esposos se hallan arrodillados ante el altar del Señor: están en presencia de los hombres (testigos, parientes y amigos); en presencia de la Iglesia, representada por el sacerdote; en presencia de Dios que, rodeado invisiblemente por los ángeles y santos, convalida y sanciona los contratos solemnemente jurados.

Viene entonces la parte, por decirlo así, instructiva sobre el matrimonio cristiano: Pablo, el gran Doctor de las Gentes, se adelanta, y en la epístola de la misa nupcial recuerda con voz firme los deberes que los nuevos esposos han contraído mutuamente, y recuerda la naturaleza del Sacramento, símbolo de la unión mística de Cristo con la Iglesia. Después, el Apóstol cede reverente el puesto al Maestro, y Jesús mismo dice el Evangelio de la misa, la grande y definitiva palabra: “Quod Deus coniunxit, homo non separet ¡Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre!

Mas para que el pensamiento de los grandes deberes y de las graves responsabilidades adquiridas no les oprima con su peso, ahora ruega la Iglesia por los nuevos esposos, implora gracias sobre la nueva familia, recuerda los premios reservados, aun en la tierra, a los esposos verdaderamente cristianos.

Y hay un detalle importante en la liturgia de esta santa misa: después del Pater Noster, el sacerdote se vuelve hacía los esposos, e invoca sobre ellos las bendiciones divinas en una oración que toca las fibras más íntimas del corazón y rebosa de los más conmovedores augurios. 

Sigue su curso la misa y se pide, con la liberación del mal, la paz, el bien más grande de la vida terrena: paz, que significa real y cristiana felicidad. Que los días de vuestra vida se sucedan todos tan felices como el de la boda, alegrados con la sonrisa de los seres queridos, prendas de amor mutuo y de bendiciones celestes, que el Señor hará crecer como retoños de olivo en torno a vuestra mesa. Que si no todos los días transcurren tan alegres como los primeros, al menos se serenen con la confianza en Dios, que es el único consuelo verdadero para los males de aquí abajo.

Fuente: S.S. Pío XII, Discurso del 5 de Julio de 1939