Santa Ana, madre de la Madre de Dios

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Aureolada con la incomparable paz que la circunda, saludemos en ella también la tierra victoriosa que eclipsa los campos de batalla más famosos. Verdadero santuario de la Inmaculada Concepción, en él fue reanudada por nuestra humillada raza la gran batalla iniciada junto al trono de Dios por las escuadras celestiales. Allí, el infernal dragón arrojado de los cielos vio aplastada su cabeza, y Miguel, sobrepujado en gloria, pone gustoso el mando de los ejércitos del Señor en manos de la que desde el principio de su existencia, se declaraba amable Soberana.

¿Qué boca humana podrá narrar el pasmo de los principados angélicos, cuando la serena complacencia de la Trinidad Santísima, pasando desde los radiantes Serafines hasta las últimas categorías de los nueve coros angélicos, incline su mirada de fuego a la contemplación de la santidad que súbitamente ha nacido en el seno de Ana? El Salmista había dicho de la ciudad gloriosa cuyos fundamentos se ocultan en la que antaño fue estéril: “Sus fundamentos están puestos sobre los montes santos”; y las celestiales jerarquías que están en las cimas de las colinas eternas descubren desde allí alturas insospechadas que jamás alcanzarán, cumbres tan inmediatas a la divinidad que se apresta a asentar allí su trono. Como Moisés en presencia del zarzal en llamas sobre el Horeb, han sido presas de un santo temor al reconocer sobre el desierto de nuestro mundo despreciable la montaña de Dios, y comprender que la aflicción de Israel en breve cesará. María aunque oculta por la nube que la esconde todavía, es ya desde este momento en el seno de Ana la montaña bendita cuya base, el punto de partida de la gracia aventaja la cumbre de los montes en donde las santidades creadas más altas hallan su consumación en la gloria y el amor.

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La responsabilidad del hombre en la felicidad del hogar

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La familia humana es el último sublime portento de la mano de Dios entre las cosas naturales del Universo, la última maravilla colocada por Él como corona del mundo visible, en el último y séptimo día de la creación; cuando en el Paraíso de delicias, por Él plantado y preparado, plasmó y colocó al hombre y a la mujer, poniéndoles allí para que lo cultivaran y custodiaran, y dándoles el dominio sobre los pájaros del aire, los peces del mar y los animales de la tierra. ¿No es ésta la grandeza real, de la cual, aun después de su caída junto a la mujer, el hombre conserva las señales, y que le levanta sobre el mundo, que él contempla en el firmamento y en las estrellas; sobre el mundo, por cuyos océanos audazmente navega; sobre el mundo, que pisa con sus pies, doma con su trabajo y con su sudor, para arrancarle el pan que le restaure y sostenga la vida?

La responsabilidad del hombre ante la mujer y los hijos, nace, en primer lugar de los deberes para con su vida, en los cuales está ordinariamente envuelta su profesión, su arte o su oficio. Él debe procurar, con su trabajo profesional, a los suyos una casa y el alimento cotidiano, los medios necesarios para un sustento seguro y para un conveniente vestir. Su familia tiene que sentirse feliz y tranquila bajo la protección que le ofrece y da, con pensamiento previsor, la fecunda actividad de la mano del hombre.

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La misión del marido en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En la unión conyugal el hombre es cabeza de la mujer y, de ordinario, la supera en fuerza y en vigor. 

Vuestra perfección de jefes de familia no consiste solamente en la realización de los trabajos pertinentes a vuestra profesión, a vuestro oficio, a vuestro arte particular, dentro o fuera de la casa; en la misma, que es el dominio de vuestra mujer, tenéis también una activa parte que realizar. Vosotros, más fuertes; vosotros, frecuentemente más hábiles en el uso de los instrumentos y de las herramientas; vosotros, en el arreglo de vuestra casa, encontraréis lo primero de todo y, en muchos pequeños trabajos, tiempo y lugar para cosas que son más propias del hombre que de la mujer. No serán faenas y quehaceres como los de vuestro oficio, oficina o taller donde soléis ir, ni serán tampoco indignos de vuestra dignidad: serán, sin embargo, una participación cuidadosa en las atenciones de vuestra mujer, sobrecargada, con frecuencia, de cuidados y de trabajos; un echar una mano amigablemente para levantar un peso, que será para ella una ayuda y para vosotros casi una distracción y un cambiar de ocupación.

Uno de los grandes beneficios sociales de los tiempos pasados fue aquel trabajo a domicilio, entonces tan común aún entre los hombres, que unía al marido y a la mujer en un mismo trabajo, uno junto a otro, en una misma casa, junto al hogar de los hijos. Pero el progreso de la técnica, el gigantesco engrandecerse de las fábricas y de las oficinas, el dominador multiplicarse de toda clase de máquinas han hecho hoy tal trabajo doméstico muy raro fuera del campo y, muchas veces, han obligado y separado al uno del otro a los padres y les han arrastrado lejos de los hijos durante muchas horas del día… Pero, por muy imperiosa que pueda ser, ¡oh hombres!, la ocupación de aquel trabajo que os entretiene gran parte del día lejos de las personas amadas, Nos no dudamos de que al fervor de vuestro afecto le quedarán todavía fuerzas, habilidad y cuidado para los pequeños servicios domésticos, que os procurarán la más cordial y benévola gratitud cuanto más se note que lo hacéis superando todo el cansancio y el deseo de reposo, gracias a aquella condescendencia para ayudar también en las pequeñas necesidades de la familia, que une a todos en el procurárselos y gozar sus bienes.

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La mujer en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La familia tiene un sol propio: la esposa. Pero, ¿qué sucede cuando la familia está privada de este sol? ¿Dónde está aquella generosa delicadeza y aquel tierno cariño, cuando ella, en vez de crear con una sencillez natural y prudente una atmósfera de agradable serenidad en la mansión doméstica, toma una actitud de inquieta, nerviosa y exigente señora, muy de moda? ¿Es esto un esparcir benévolos y vivificantes rayos solares, o más bien un congelar con viento glacial del norte el jardín de la familia? ¿Quién se extrañará entonces de que el hombre, no encontrando en aquel hogar nada que le atraiga, le retenga y consuele, se aleje lo más posible, provocando al mismo tiempo el alejamiento de la mujer, de la madre, cuando no es más bien el alejamiento de la mujer el que prepara el del marido; uno y otra, encaminándose así a buscar en otra parte, con grave peligro espiritual y con perjuicio de la trabazón familiar, el descanso, el reposo, el placer que no les concede la propia casa? ¡En este estado de cosas, los más desventurados son, sin duda, los hijos!

He aquí, esposas, hasta dónde puede llegar vuestra parte de responsabilidad en la concordia de la felicidad doméstica. Si a vuestro marido y a su trabajo corresponde procurar y hacer estable la vida de vuestro hogar, a vosotras y a vuestro cuidado pertenece el rodearlo de un bienestar conveniente y el asegurar la pacífica serenidad común de vuestras dos vidas. Esto es para vosotras no sólo una obligación natural, sino un deber religioso y un ejercicio de virtudes cristianas con cuyos actos y méritos, crecéis en el amor y en la gracia de Dios.

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Responsabilidad de la mujer en la vida conyugal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Es cierto e indudable que, para la felicidad de un hogar doméstico, la mujer puede más que el hombre. Corresponde la parte principal al marido en el asegurar la subsistencia y el porvenir de las personas y de la casa, en las determinaciones que comprometen a él y a los hijos para el futuro; pero, en cambio, atañen a la mujer aquellos mil, pero atentos, detalles, aquellas imponderables atenciones y cuidados diarios, que son los elementos de la atmósfera interior de una familia, y que, según procedan rectamente, o en cambio se alteren o falten, la hacen o sana, fresca y confortable, o pesada, viciada e irrespirable. Entre las paredes domésticas, el trabajo de la esposa debe ser siempre la labor de la mujer fuerte, tan exaltada por la Sagrada Escritura; de la mujer a la cual el esposo confía su corazón, y que le devolverá bien y no mal para todos los días de su vida.

¿Quién creará, poco a poco, día tras día, el verdadero hogar espiritual, sino el trabajo espiritual de aquella que ha venido a ser “señora de casa”, de aquella a quien se confía el corazón de su esposo? El marido podrá ser obrero, agricultor, profesional, hombre de letras o de ciencias, artista, empleado, funcionario; en todos los casos es inevitable que su trabajo se ejercite la mayor parte del tiempo fuera de casa, o que en casa permanezca confinado en el silencio continuado de su estudio, que escapa a la vida de familia. Para él el hogar doméstico será el lugar en donde, al final del trabajo diario, restaurará sus fuerzas físicas y morales en el reposo, en la calma, en la alegría íntima. Para la mujer, en cambio, ordinariamente, este hogar será siempre el refugio y el nido de su labor principal, de aquella labor que poco a poco hará de este retiro, por pobre que sea, una “casa” de alegre y tranquila convivencia, embellecida, no con muebles o con objetos como un hotel, sin estilo ni sello personal, sin expresión propia, sino con recuerdos, que dejan sobre los muebles o fijan en las paredes la memoria de la vida vivida juntos, los gustos, los pensamientos, las alegrías y las penas comunes, trazas y señales, a veces visibles, algunas casi imperceptibles, pero de las que, con el ala del tiempo, el hogar material sacará su alma. Pero el alma de todo, será la mano y el arte femenino, con el que la esposa hará atrayente todo rincón de la casa, si no con otra cosa, por lo menos con el cuidado, con el orden y con la limpieza, con tener preparado o preparar todo lo necesario en el momento oportuno: el manjar para reponerse de las fatigas, el lecho para el descanso. A la mujer, más que al hombre, ha concedido Dios el don, con el sentido de la gracia y del agrado, de hacer lindas y agradables las cosas más sencillas, precisamente porque ella, hecha semejante al hombre como ayuda para formar con él la familia, ha nacido hecha para derramar la gentileza y la dulzura en torno al hogar de su marido, y hacer que la vida de los dos se armonice y se afirme fecunda, y florezca en su real desarrollo.

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El Rey de la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

A vosotros, recién casados, a las palabras de saludo y bendición nos es grato añadir una palabra de exhortación que nos sugieren las circunstancias de esta audiencia que precede en un día a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La devoción al Sacratísimo Corazón del Redentor del mundo, que en estos últimos tiempos se ha difundido tan admirablemente por toda la Iglesia en las más elevadas y varias manifestaciones, ha sido establecida y querida por el mismo Salvador divino, al solicitar y sugerir Él mismo los obsequios con que deseaba fuese honrado su Corazón adorable.

Jesús determinó el fin de esta querida devoción, cuando en la más célebre de las apariciones a Santa Margarita María Alacoque prorrumpió en aquellas doloridas palabras: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios les ha colmado, que no ha rehusado nada hasta agotarse y consumarse por testimoniarles su amor: y en cambio no recibe de la mayor parte de ellos sino ingratitudes”.

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Haced de este Corazón el Rey de vuestra casa

Publicado por: Servus Cordis Iesu

¡Queridos hijos e hijas, volveos al Sagrado Corazón de Jesús, consagraos a Él enteramente, y vivid en la serenidad y en la confianza!

No hay duda de que, si se quiere salir de modo durable de la crisis actual, será preciso reedificar la sociedad sobre bases menos frágiles, es decir, más conformes a la moral de Cristo, fuente primera de toda verdadera civilización. No es menos cierto que, si se quiere conseguir tal fin, hará falta comenzar por hacer de nuevo cristianas a las familias, muchas de las cuales han olvidado la práctica del Evangelio, la caridad que requiere y la paz que trae.

San Agustín escribía que la familia debe ser el elemento inicial y como una célula de la ciudad. Y como toda parte está enderezada al fin y a la integridad del todo, deducía de ahí que la paz en el hogar doméstico, entre quien manda y quien obedece, ayuda a la concordia entre los ciudadanos. Bien lo saben los que, para expulsar a Dios de la sociedad y lanzarla en el desorden, se esfuerzan por quitar a la familia el respeto y hasta el recuerdo de las leyes divinas, exaltando el divorcio y la unión libre, poniendo trabas al papel providencial confiado a los padres con respecto a sus hijos, infundiendo en los esposos el temor de las fatigas materiales y de las responsabilidades morales que lleva consigo el glorioso peso de una prole numerosa. Contra semejantes peligros deseamos prevenirnos, recomendándoos que os consagréis al Corazón Santísimo de Jesús.

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El Reinado del Sagrado Corazón

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La paz, por lo menos la del alma, compatible con las agitaciones del mundo exterior, nos invita Jesucristo a buscarla en la devoción a su Corazón. “Aprended de mí -dice Él-, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis reposo a vuestras almas”. Ser de la escuela de Jesús, aprender de su corazón la dulzura y la humildad, divinos remedios para la violencia y el orgullo de donde proceden todas las culpas y todas las desventuras de los hombres, es el camino de la paz para los individuos y para las naciones mismas. Será también para vosotros la fuente de la felicidad que deseáis, y que Nos auguramos a vuestro hogar doméstico.

En las revelaciones llenas de amor que han dado en los tiempos modernos tanto impulso a la gran devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Señor prometió entre otras cosas que “dondequiera que la imagen de este Corazón sea expuesta para ser singularmente honrada, atraerá toda suerte de bendiciones”. Confiados en la palabra divina, podréis, pues, y querréis ciertamente aseguraros los beneficios de tal promesa, conservando en vuestra casa la imagen del Sagrado Corazón con los honores que le son debidos.

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El Rosario en la familia (I)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El rosario, según la etimología misma de la palabra, es una corona de rosas, cosa encantadora que en todos los pueblos representa una ofrenda de amor y un símbolo de alegría. Pero estas rosas no son aquellas con que se adornan con petulancia los impíos, de los que habla la Sagrada Escritura: “Coronémonos de rosas -exclaman- antes de que se marchiten”. Las flores del rosario no se marchitan; su frescura es incesantemente renovada en las manos de los devotos de María; y la diversidad de la edad, de los países y de las lenguas, da a aquellas rosas vivaces la variedad de sus colores y de su perfume.

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María Santísima, Modelo de las virtudes domésticas

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Amados hijos, llamados a constituir nuevas familias, queréis sin duda dar a éstas un carácter esencialmente cristiano y una sólida base de bienestar y de felicidad. Pues os garantizamos la consecución de todo esto en la devoción a María. Tantos títulos tiene María para ser considerada como lo patrona de las familias cristianas y tantos tienen éstas para esperar de ella una particular asistencia.

María conoció las alegrías y las penas de la familia, los sucesos alegres y los tristes: la fatiga del trabajo diario, las incomodidades y las tristezas de la pobreza, el dolor de las separaciones. Pero también todos los goces inefables de la convivencia doméstica, que alegraban el más puro amor de un esposo castísimo y la sonrisa y las ternezas de un hijo que era al propio tiempo el Hijo de Dios.

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