Festividad de la Preciosísima Sangre

Publicado por: Servus Cordis Iesu

“Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador”. Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a Nuestra mente, si damos una mirada retrospectiva a los cien años pasados desde que Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, correspondiendo a los deseos del orbe católico, mandó celebrar la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en la Iglesia universal.

Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: “Toda dádiva, buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces”, razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre Celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. 

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Encíclicas sobre el Sagrado Corazón (II)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios. 

Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.

Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobio” y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.

Ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman.

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El Amor Divino de Nuestro Señor

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Si el Sagrado Corazón merece por Sí mismo nuestros homenajes, es todavía más digno de nuestro culto como símbolo vivo del inmenso amor que lo llena por completo.

Es primeramente símbolo del amor hacia su Padre Celestial: “Las principales virtudes que se pretenden honrar en él, escribía el Bienaventurado Claudio de la Colombiére, son: en primer término, el ardentísimo amor hacia Dios, su Padre, unido al más profundo respeto y a la mayor intimidad que ha existido; en segundo lugar, una paciencia infinita en soportar los males, una contrición y un extremado dolor de los pecados que ha cargado sobre sus hombros; la confianza de un hijo tiernísimo, frente a la confusión de un gran pecador”.

Basta hojear los evangelios para encontrar la expresión de este amor, de esta intimidad, de esta confianza del Corazón de Jesús en su Padre. “¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre…? Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre que me envió…” ¡Qué efusión en las palabras: “Padre, te doy gracias porque te has revelado a los pequeñuelos”! ¡Qué autoridad en estas otras: “Mi Padre y yo somos uno!” ¡Qué confianza cuando le dice en el Cenáculo “¡Padre, glorifica a tu Hijo!” y en el Calvario: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”. Estas citas, que pudieran multiplicarse, nos revelan aún más el amor del Corazón del Verbo Encarnado hacia su Padre, y son modelo del que debemos tenerle nosotros.

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Fiesta del Santísimo Corazón de Nuestro Señor

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El culto del Sagrado Corazón, escribió el Cardenal Pie, es la quintaesencia del cristianismo; el compendio y sumario de toda la religión. El cristianismo, obra de amor en su principio, en su progreso y consumación, con ninguna otra devoción se identificará tan absolutamente como con la del Sagrado Corazón.

El objeto de la devoción al Sagrado Corazón, es este mismo Corazón, abrasado en amor hacia Dios y los hombres. Desde la Encarnación, efectivamente, Nuestro Señor Jesucristo es el objeto de la adoración y amor de toda creatura, no sólo como Dios, sino también como Hombre-Dios. Hallándose unidas la divinidad y la humanidad en la única persona del Verbo divino, merece todos los honores de nuestro culto, tanto en cuanto hombre, como en cuanto Dios; y así como en Dios son adorables todas las perfecciones, todo es adorable también en Cristo: su Cuerpo, su Sangre, sus Llagas, su Corazón; y por esto ha querido la Iglesia exponer a nuestra adoración, estos objetos sagrados.

El día de hoy nos muestra de una manera especial el Corazón del Salvador y quiere que le honremos, ya lo consideremos en Sí mismo, o como el símbolo vivo de la caridad.

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El Rey de la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

A vosotros, recién casados, a las palabras de saludo y bendición nos es grato añadir una palabra de exhortación que nos sugieren las circunstancias de esta audiencia que precede en un día a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La devoción al Sacratísimo Corazón del Redentor del mundo, que en estos últimos tiempos se ha difundido tan admirablemente por toda la Iglesia en las más elevadas y varias manifestaciones, ha sido establecida y querida por el mismo Salvador divino, al solicitar y sugerir Él mismo los obsequios con que deseaba fuese honrado su Corazón adorable.

Jesús determinó el fin de esta querida devoción, cuando en la más célebre de las apariciones a Santa Margarita María Alacoque prorrumpió en aquellas doloridas palabras: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios les ha colmado, que no ha rehusado nada hasta agotarse y consumarse por testimoniarles su amor: y en cambio no recibe de la mayor parte de ellos sino ingratitudes”.

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Haced de este Corazón el Rey de vuestra casa

Publicado por: Servus Cordis Iesu

¡Queridos hijos e hijas, volveos al Sagrado Corazón de Jesús, consagraos a Él enteramente, y vivid en la serenidad y en la confianza!

No hay duda de que, si se quiere salir de modo durable de la crisis actual, será preciso reedificar la sociedad sobre bases menos frágiles, es decir, más conformes a la moral de Cristo, fuente primera de toda verdadera civilización. No es menos cierto que, si se quiere conseguir tal fin, hará falta comenzar por hacer de nuevo cristianas a las familias, muchas de las cuales han olvidado la práctica del Evangelio, la caridad que requiere y la paz que trae.

San Agustín escribía que la familia debe ser el elemento inicial y como una célula de la ciudad. Y como toda parte está enderezada al fin y a la integridad del todo, deducía de ahí que la paz en el hogar doméstico, entre quien manda y quien obedece, ayuda a la concordia entre los ciudadanos. Bien lo saben los que, para expulsar a Dios de la sociedad y lanzarla en el desorden, se esfuerzan por quitar a la familia el respeto y hasta el recuerdo de las leyes divinas, exaltando el divorcio y la unión libre, poniendo trabas al papel providencial confiado a los padres con respecto a sus hijos, infundiendo en los esposos el temor de las fatigas materiales y de las responsabilidades morales que lleva consigo el glorioso peso de una prole numerosa. Contra semejantes peligros deseamos prevenirnos, recomendándoos que os consagréis al Corazón Santísimo de Jesús.

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El Reinado del Sagrado Corazón

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La paz, por lo menos la del alma, compatible con las agitaciones del mundo exterior, nos invita Jesucristo a buscarla en la devoción a su Corazón. “Aprended de mí -dice Él-, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis reposo a vuestras almas”. Ser de la escuela de Jesús, aprender de su corazón la dulzura y la humildad, divinos remedios para la violencia y el orgullo de donde proceden todas las culpas y todas las desventuras de los hombres, es el camino de la paz para los individuos y para las naciones mismas. Será también para vosotros la fuente de la felicidad que deseáis, y que Nos auguramos a vuestro hogar doméstico.

En las revelaciones llenas de amor que han dado en los tiempos modernos tanto impulso a la gran devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Señor prometió entre otras cosas que “dondequiera que la imagen de este Corazón sea expuesta para ser singularmente honrada, atraerá toda suerte de bendiciones”. Confiados en la palabra divina, podréis, pues, y querréis ciertamente aseguraros los beneficios de tal promesa, conservando en vuestra casa la imagen del Sagrado Corazón con los honores que le son debidos.

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Devoción a la Santísima Virgen

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Por ser tan importante la intervención de María en nuestra vida espiritual, hemos de tenerle mucha devoción. Esta palabra significa entrega voluntaria de sí mismo. Seremos, pues, devotos de María, si nos entregáremos enteramente a ella y, por ella, a Dios. Con esto no haremos sino imitar al mismo Dios que se nos da a nosotros, y nos da a su Hijo como medianero. Haremos entrega de nuestro entendimiento, con la más profunda veneración; de nuestra voluntad, con una confianza absoluta; de nuestro corazón, con un amor ternísimo de hijos; de todo nuestro ser, con la imitación más perfecta posible de sus virtudes.

Esta veneración se funda en la dignidad de Madre de Dios y en las consecuencias que de ella se derivan. Verdaderamente jamás podremos honrar harto a la que el Verbo Encarnado venera como madre suya, contempla el Padre amorosamente como a hija muy amada, y el Espíritu Santo mira como templo suyo de predilección. Trátala el Padre con sumo respeto al enviarle un Ángel para que la salude llena de gracia, y le pida su consentimiento para la obra de la Encarnación, por medio de la cual quiere asociarla consigo tan íntimamente; venérala el Hijo, y ámala como a madre suya y la obedece; el Espíritu Santo viene a ella, y en ella pone sus complacencias. Al venerar a María, nos asociamos a las tres divinas personas, y estimamos en mucho a la que ellas en mucho estiman.

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El Rosario en la familia (I)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El rosario, según la etimología misma de la palabra, es una corona de rosas, cosa encantadora que en todos los pueblos representa una ofrenda de amor y un símbolo de alegría. Pero estas rosas no son aquellas con que se adornan con petulancia los impíos, de los que habla la Sagrada Escritura: “Coronémonos de rosas -exclaman- antes de que se marchiten”. Las flores del rosario no se marchitan; su frescura es incesantemente renovada en las manos de los devotos de María; y la diversidad de la edad, de los países y de las lenguas, da a aquellas rosas vivaces la variedad de sus colores y de su perfume.

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San Pío V, ejemplo insigne

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Pío decía que los pontífices debían edificar la republica tanto con piedras, cuanto con virtudes. Había certeramente entendido que para regir a los hombres con paz y autoridad nada hay más valido que el ser amado de ellos y nada más impropio que el ser temido; asimismo que nada es más apto para acercar los hombres a Dios que el buscar su salvación. Por todo esto quiso dar comienzo a su ministerio de Pontífice con una gran caridad hacia los pobres y con una gran liberalidad y clemencia con todos. Decía que es tarea fundamental del Romano Pontífice la de esforzarse con empeño en que se conservara la integridad del culto divino, la disciplina eclesiástica y la moralidad de los ciudadanos. Por ello dedicó cuidado especialísimo en devolver, donde hubiera venido a menos, el esplendor primitivo del culto y también procuró restablecer a todos los niveles la verdadera piedad en la vida y costumbres.

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