Algunos avisos para el camino de la oración

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Procuremos en este santo ejercicio juntar en uno la meditación con la contemplación, haciendo de la una escalón para subir a la otra, porque la meditación es considerar con estudio y atención las cosas divinas, discurriendo de unas en otras, para mover nuestro corazón a algún afecto y sentimiento de ellas; más la contemplación es haber hallado ese afecto y sentimiento que se buscaba y estar en reposo y silencio gozando de él, no con muchos discursos y especulaciones del entendimiento, sino con una simple vista de la verdad. Por lo cual, dice un santo doctor que “la meditación discurre con trabajo y con fruto, y la contemplación sin trabajo y con fruto; la una busca, la otra halla; la una rumia el manjar, la otra lo gusta; la una discurre y hace consideraciones, la otra se comenta con una simple vista de las cosas, porque tiene ya el amor y el gusto de ellas; la una es como medio, la otra como fin; la una como camino y movimiento, y la otra como término de este camino y movimiento”.

De aquí se infiere una cosa muy común: que así como alcanzado el fin cesan los medios, tomado el puerto cesa la navegación, así cuando el hombre, mediante el trabajo de la meditación, llegare al reposo y gusto de la contemplación, debe entonces cesar de aquella piadosa y trabajosa inquisición, y gozar de aquel afecto que se le da, ora sea de amor, ora de admiración, o de alegría o cosa semejante. Y por esto aconseja un doctor que, así como el hombre se siente inflamar de amor de Dios, debe luego dejar todos estos discursos y pensamientos, por muy altos que parezcan, y no porque sean malos, sino porque entonces son impeditivos de otro bien mayor, que no es otra cosa que dejar la meditación por amor de la contemplación.

Lo cual se puede hacer al fin de todo el ejercicio, que es después de la petición del amor de Dios, pues como dice el sabio, más vale el fin de la oración que el principio. Pues en este tiempo aquiete la memoria y fíjela en nuestro Señor, considerando que está en su presencia, no especulando por entonces cosas particulares de Dios. Conténtese con el conocimiento que de Él tiene por fe y aplique la voluntad y el amor, pues en él está el fruto de toda la meditación. Enciérrese dentro de su alma donde está la imagen de Dios, y allí esté atento a Él, como quien escucha al que habla desde una torre alta o como si le tuviese dentro de su corazón, y como si en todo lo creado no hubiese otra cosa sino sola ella y sólo Él. Y aun de sí misma y de lo que hace se habría de olvidar, porque como decía uno de aquellos Padres, aquella es perfecta oración, donde el que está orando no se acuerda de que está orando.

Y no sólo al fin del ejercicio sino también al medio, y en cualquier otra parte que nos tomare este sueño espiritual, debemos hacer esta pausa y gozar de este beneficio, y volver a nuestro trabajo acabado de digerir y gustar aquel bocado. Mas lo que entonces el ánima siente, lo que goza, la luz, y la hartura, y la paz y la caridad que recibe no se puede explicar con palabras, pues aquí está la paz que excede todo sentido y la felicidad que en esta vida se puede alcanzar.

Algunos hay tan tomados del amor de Dios, que, apenas han comenzado a pensar en Él, cuando luego la memoria de su dulce nombre les derrite las entrañas; y otros que no sólo en el ejercicio de la oración sino fuera de él andan tan absortos y tan empapados, que de todas las cosas y de sí mismos se olvidan por Él. Pues cuando esto el ánima sintiere, o en cualquier parte de la oración que lo sienta, de ninguna manera lo debe desechar, porque así como dice san Agustín que se ha de dejar la oración vocal cuando alguna vez fuese impedimento de la devoción, así también se debe dejar la meditación cuando fuese impedimento de la contemplación.

Fuente: San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación


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