Publicado por: Servus Cordis Iesu

Se ha observado que películas moralmente irreprensibles pueden resultar espiritualmente dañosas si ofrecen al público un mundo en el que no se hace alusión ninguna a Dios y a los hombres que creen en Él y lo veneran, un mundo en el que las personas viven y mueren como si Dios no existiese. Acaso baste en una película un breve momento, una palabrita sobre Dios, un pensamiento sobre Él, un suspiro de confianza en Él, una súplica de ayuda divina. La gran mayoría del pueblo cree en Dios, y en la vida, el sentimiento religioso tiene una parte notable. Nada, pues, más natural ni más oportuno que tenerlo en cuenta en la película.
El filme en la representación del mal
Dar forma artística al mal, describir su eficacia y su desenvolvimiento, sus caminos abiertos y ocultos, con los conflictos que engendra o a través de los cuales progresa; tiene para muchos un irresistible encanto. Ahora bien, ¿puede una película ideal tomar como argumento tal tema?
Una respuesta negativa a esta pregunta es natural, si la perversidad y el mal se ofrecen como tales; si el mal representado resulta, al menos de hecho, aprobado; si está descrito en forma excitante, insidiosa, corruptora; si se presenta a los que no son capaces de dominarlo y resistirlo. Pero cuando no se da ninguno de estos motivos de exclusión, cuando el conflicto con el mal, y aun su victoria pasajera, en relación con todo el conjunto, sirve para la mayor comprensión de la vida, de su recta dirección, del dominio de su propia conducta, de esclarecimiento y consolidación del criterio y de la acción, entonces esa materia puede ser elegida y entrelazada, como argumento parcial, en la entera acción de la película misma.
Los mismos Libros Sagrados del Viejo y Nuevo Testamento, como espejos de la vida real, dan cabida en sus páginas a narraciones del mal, de su acción e influjo en la vida de cada hombre, como en la de las razas y pueblos.
Aun ellos dejan que la mirada penetre en el mundo íntimo, muchas veces tumultuoso, de aquellos hombres; cuentan sus caídas, su resurgir y su fin. Sin dejar de ser rigurosamente histórica la narración, tiene muchas veces el movimiento de los más fuertes dramas, los negros colores de la tragedia. El lector queda herido del arte singular y de la viveza de las descripciones, que, aun solamente por el aspecto psicológico, son incomparables obras maestras.
Allí el mal y la culpa no se disimulan con engañosos velos, sino que se cuentan como en realidad sucedieron, y, sin embargo, hasta aquella porción del mundo contaminado por la culpa está envuelta de un aire de honestidad y de pureza, derramada en ella por quien, aun conservando la fidelidad histórica, no exalta ni justifica, sino evidentemente estimula a condenar la perversidad; de esa manera la verdad cruda no suscita impulsos o pasiones desordenadas al menos en personas maduras.
Dejemos, pues, que también el filme ideal pueda representar el mal: culpa y caída; pero que lo haga con intenciones serias y con formas convenientes, de modo que su visión ayude a profundizar en el conocimiento de la vida y de los hombres y a mejorar y elevar el espíritu.
Rehúya, pues, el filme toda forma de apología, y más aún de la apoteosis del mal, y demuestre su reprobación en todo el curso de la representación y no sólo al fin, pues podría suceder que llegase tarde, cuando ya el espectador se ha engolosinado y dejado arrastrar por malas excitaciones.
El filme considerado en relación con el público
Damos la precedencia a la familia, entre otras razones, porque es llamada frecuentemente a tomar parte en las representaciones cinematográficas, de las que, por desgracia, no siempre queda indemne de algún detrimento su alta y sagrada dignidad. Fundada en el amor y por el amor, la familia puede y debe ser para sus componentes: esposos, padres, hijos, su pequeño mundo, el refugio, el oasis, el paraíso terrestre, en la medida posible que se puede obtener en la tierra. Así será en realidad si se logra que sea tal cual la ha querido el Creador y la ha confirmado y santificado el Salvador.
Entre tanto, mucho más que en el pasado, la desorientación actual de los espíritus, como también los escándalos no raros, han llevado a no pocos a despreciar los inmensos bienes que puede dispensar la familia; por eso, fácilmente se acogen sus elogios con una sonrisa mezclada de escepticismo y de ironía.
Sería útil el examinar en qué medida han contribuido algunos filmes a difundir tal mentalidad, o si sencillamente se acomodan servilmente a ella para satisfacer sus deseos al menos con la ficción. Es en verdad deplorable que algunas películas se pongan de acuerdo con la ironía y el escepticismo hacia la institución tradicional de la familia exaltando sus extravíos, y sobre todo lanzando sutiles y frívolos desprecios a la dignidad de los esposos y de los padres.
Pero ¿qué otro bien humano quedaría al hombre en la tierra si se llegase a destruir la familia tal y como ha sido ordenada por el Creador? Es, pues, un excelso y delicado deber el restituir a los hombres el aprecio y la confianza en ella.
El filme que a diario presta tan grande interés y eficacia a esta materia debería tomar como suyo propio ese deber y cumplirlo presentando y difundiendo el concepto naturalmente recto y humanamente noble de la familia, las ventajas de estar unidos con el vínculo del afecto en el descanso y en la lucha, en la alegría y en el sacrificio. Se puede obtener todo esto sin muchas palabras, pero con imágenes apropiadas.
Fuente: S.S. Pío XII, Discurso al mundo cinematográfico del 28 de octubre de 1955
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