Don de Consejo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de consejo es el realizador práctico de esta vida totalmente divina en medio de las mil contingencias de una vida humana, que transcurre en un inextricable laberinto de dificultades. Este don hace pasar las grandes luces de la fe y de los dones superiores de sabiduría, de entendimiento o de ciencia al dominio concreto de la acción. Indica a todos los hijos de Dios, con un instinto infalible, no sólo en las grandes horas de una existencia humana, sino hasta en los más mínimos detalles de una vida en apariencia monótona, el camino personal de su redención. Cada uno tiene su camino más corto, su “atajo” para ir a Dios. Es preciso estar atento a esta inspiración divina, que nunca falta y que permite a toda alma de buena voluntad realizar en el tiempo el misterio de su propia predestinación. Los caminos de Dios varían al infinito. El don de consejo sugiere a cada uno su lugar en los designios eternos de Dios y en el conjunto del gobierno del mundo. El don de consejo es el que nos ajusta prácticamente al plan de Dios. El mismo Espíritu, que asiste a la Iglesia de Jesús, a fin de que no se desvíe un ápice de su misión de verdad y de santidad, acompaña en particular a cada una de nuestras almas con su luz vigilante y rectora. De ahí proceden, en ciertas horas, en todas las existencias, esas iluminaciones súbitas que cambian todo el plan de una vida, esas inspiraciones repentinas que descubren en una luz decisiva nuestra manera propia de asemejarnos al rostro de Cristo. De ordinario, la asistencia de este Espíritu nos manifiesta la voluntad de Dios a través de las directivas de la Iglesia y de los hechos cotidianos. Dios habla por medio de los acontecimientos. Así no nos deslumbra. Esta forma discreta, pero distinta, nos formula con seguridad una indicación divina, ello es suficiente. Los verdaderos hijos de Dios son conducidos por su Padre del cielo y por su Espíritu. Así Cristo Jesús no cesa, como lo hizo con los primeros apóstoles, de enviarnos “el Paráclito”, para encaminarnos hacia la vida eterna por los senderos de Dios.

“En las diversas situaciones en que podamos hallarnos, en las resoluciones que podamos tomar, es necesario que escuchemos la voz del Espíritu Santo, y esta voz divina llega a nosotros por el don de Consejo. Si queremos escucharla, nos dice lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, lo que debemos decir y lo que debemos callar, lo que podemos conservar y lo que debemos renunciar. Por el don de Consejo, el Espíritu Santo obra en nuestra inteligencia, así como por el don de Fortaleza obra en la voluntad. Este precioso don tiene su aplicación en toda la vida; pues es necesario que, sin cesar, nos determinemos por un partido o por otro; y debemos estar agradecidos al Espíritu divino al pensar que no nos deja nunca solos si estamos dispuestos a seguir la dirección que Él nos señala. ¡Cuántos lazos puede hacernos evitar! ¡Las ilusiones que puede desvanecer en nosotros y las realidades que puede hacer que descubramos! Mas para no desperdiciar sus inspiraciones debemos librarnos de los impulsos naturales que quizás nos determinan muy a menudo; de la temeridad que nos lleva a capricho de la pasión; de la precipitación que pretende que demos nuestro juicio y obremos cuando aún no hemos visto más que un lado de las cosas; en fin, de la indiferencia que hace que nos decidamos al azar, por temor a la fatiga de buscar lo que sería mejor.

El Espíritu Santo, por el don de Consejo, preserva al hombre de todos estos inconvenientes. Modera la naturaleza, a menudo tan exagerada, cuando no apática. Mantiene el alma atenta a lo verdadero, a lo bueno, a lo que, sin duda, le es más ventajoso. La insinúa esta virtud, que es el complemento y como la salsa de todas las otras; nos referimos a la discreción cuyo secreto tiene Él, y por la cual las virtudes se conservan, se armonizan y no degeneran en defectos. Con la dirección del don de Consejo, el cristiano no tiene por qué temer; el Espíritu Santo asume la responsabilidad de todo. ¿Qué importa, pues, que el mundo critique o censure, que se admire o se escandalice? El mundo se cree prudente; mas le falta el don de consejo. De ahí que a menudo las resoluciones tomadas bajo su inspiración tengan un fin distinto del que se había propuesto. Y así tenía que ser; pues, refiriéndose a él, dijo el Señor: Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos vuestros caminos.

Pidamos con toda el ansia de nuestros deseos el don divino, que nos preserva del peligro de gobernarnos a nosotros mismos; mas sepamos que este don no habita sino en aquellos que lo tienen en suficiente estima para renunciarse ante él. Si el Espíritu Santo nos halla libres de ideas mundanas, y convencidos de nuestra fragilidad, se dignará entonces ser nuestro Consejo; del mismo modo que si nos tenemos por prudentes a nuestros propios ojos, apartará su luz y nos dejará solos. ¡Oh Espíritu divino! De sobra sabemos por experiencia que nos es menos ventajoso seguir los azares de la prudencia humana y renunciamos ante ti las pretensiones de nuestro espíritu, tan dispuesto a quedar deslumbrado y hacerse ilusiones. Dígnate conservar y desarrollar en nosotros con toda libertad este don inefable que nos has otorgado en el bautismo: sé siempre nuestro Consejo. Haz que conozcamos tus caminos, y enséñanos tus senderos. Guíanos en la verdad e instrúyenos; pues de Ti nos vendrá la salvación y por esto nos sometemos a tu ley. Sabemos que seremos juzgados de todas nuestras obras y pensamientos; mas sabemos también que no tenemos por qué temer mientras seamos fieles a tus mandamientos. Prestaremos atención para escuchar lo que nos dice el Señor nuestro Dios, al Espíritu de Consejo. ¡Bendito sea Jesús, que nos ha enviado su Espíritu para ser nuestro guía; y bendito sea este divino Espíritu, que se digna asistirnos siempre y al que nuestras pasadas resistencias no han alejado de nosotros!” (Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico).

Fuente: Cf. Marie Michel Philipon, Los Sacramentos en la vida cristiana