El Bautismo de Cristo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El Emmanuel se ha manifestado a los Magos después de haberse mostrado a los pastores; pero esta manifestación ha ocurrido en el angosto recinto de un establo de Belén, y los hombres de este mundo no han podido conocerla. En el Misterio del Jordán Cristo se manifiesta con mayor aparato. Su venida es anunciada por el Precursor; la multitud que se agolpa en torno al Bautismo de agua, es testigo del hecho; Jesús va a comenzar su vida pública. 

El Bautismo de Jesús. Se adelanta, pues, Jesús de treinta años de edad, hacia el Jordán, río célebre ya por los prodigios proféticos operados en sus aguas. El pueblo judío, reanimado por la predicación de Juan Bautista, acudía en tropel a recibir aquel Bautismo, que si podía excitar al arrepentimiento del pecado, no conseguía borrarlo. También nuestro divino Rey se dirige hacia el río, no para buscar la santificación, pues es principio de toda santidad, sino para comunicar a las aguas la virtud de engendrar una raza nueva y santa, como canta la Iglesia. Desciende al lecho del Jordán, no como Josué para atravesarlo a pie enjuto, sino para que el Jordán le envuelva con sus olas y reciba de Él, para luego comunicarla a todo el elemento, esa virtud santificadora que ya no volverá a perder nunca. Animadas por los rayos divinos del Sol de justicia, se hacen fecundas las aguas, cuando la cabeza augusta del Redentor se sumerge en su seno, ayudada por la mano temblorosa del Precursor.

Mas, es necesario que intervenga toda la Trinidad en este preludio de la nueva creación. Abrense los cielos; baja la Paloma, no ya simbólica y figurativa, sino anunciadora de la presencia del Espíritu de amor que da la paz y transforma los corazones. Detiénese y descansa en la cabeza del Emmanuel, cerniéndose a la vez sobre la humanidad del Verbo y sobre las aguas que bañaban sus sagrados miembros.

El Testimonio del Padre. Pero, aún no había sido manifestado con suficiente realce el Dios humanado; era preciso que la voz del Padre resonase sobre las aguas y removiese hasta lo más profundo de sus abismos. Entonces, se dejó oír aquella Voz que había cantado David: Voz del Señor que retumba sobre las aguas, trueno del Dios majestuoso que derrumba los cedros del Líbano, (orgullo de los demonios) que apaga el fuego de la ira divina, que conmueve el desierto y anuncia un nuevo diluvio (Salmo XXVIII), un diluvio de misericordia; esta voz clamaba ahora: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias”.

De este modo se manifestó la Santidad del Emmanuel con la presencia de la celestial Paloma y con la voz del Padre, como lo había sido su realeza con el mudo testimonio de la Estrella. Realizado el misterio, dotado el elemento del agua de su nueva virtud purificadora, sale Jesús del Jordán, y sube a la orilla, llevando tras de sí, según opinión de los Padres, a la humanidad regenerada y santificada y dejando allí sumergidos todos sus crímenes y pecados.

Demos, pues, gloria a Cristo por la segunda manifestación de su carácter divino, y agradezcámosle con la Iglesia el habernos dado junto con la Estrella de la Fe que nos ilumina, el Agua capaz de borrar nuestras culpas. Admiremos, agradecidos, la humildad del Salvador que se inclina bajo la mano de un mortal, para realizar toda justicia, como Él mismo dice: porque, habiendo tomado consigo la forma de pecador, era necesario que asumiese también las humillaciones para levantarnos de nuestra postración. Agradezcámosle la gracia del Bautismo que nos ha abierto las puertas de la Iglesia de la tierra y de la Iglesia del cielo. Finalmente, renovemos los compromisos contraídos en la sagrada fuente, y que fueron condición del nuevo nacimiento.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico