La Misa es el más bello y precioso Tesoro

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Ni aún el mismo Dios puede hacer que haya en el mundo acción más grande que la celebración de una Misa.

Cuantos honores han tributado y tributarán a Dios todos los ángeles con sus homenajes y todos los hombres con sus obras, penitencias y martirios, nunca pudieron ni podrán jamás tributar a Dios tanta gloria como la que le tributa una sola Misa.

Los honores de las criaturas son limitados. El honor que Dios recibe en el altar es un honor infinito, porque en él se le ofrece una víctima de infinito precio. La Santa Misa tributa a Dios el más grande honor que puede tributársele. Es la obra que más abate las fuerzas del infierno. Procura el más poderoso sufragio a las almas del Purgatorio. La que más apacigua la encendida cólera de Dios en contra de los pecadores y la que proporciona a los hombres en la tierra mayor cúmulo de bienes.

En una palabra, así como bastó la Pasión de Jesucristo para salvar a todo el mundo, basta también una sola Misa para salvarlo. Por esto el sacerdote dice en la oblación del cáliz: “Te ofrecemos, Señor, este cáliz… por nuestra salvación y la del mundo entero”.

La Misa es el más bello y precioso tesoro que posee la Iglesia, como predijo el profeta: ¡Qué felicidad, qué hermosura: el trigo hará florecer a los jóvenes y el vino nuevo a las doncellas!

En la Misa el Verbo Encarnado se sacrifica al Eterno Padre y se nos entrega en el sacramento de la Eucaristía, que es el fin y objeto de todos los demás sacramentos, como enseña Santo Tomás: “Los santos sacramentos tienen su coronamiento en la Eucaristía”.

Por eso dice San Buenaventura que la Eucaristía es la obra en la que Dios nos pone ante los ojos todo el amor que nos tiene, y que es como un compendio de todos los beneficios que nos ha dispensado.

Por esto procuró siempre el demonio abolir en el mundo la Misa por medio de los herejes, constituyéndolos precursores del Anticristo, el cual, ante todo, procurará abolir el Santo Sacrificio del Altar en castigo de los pecados de los hombres. 

San Buenaventura añade que Dios nos hace en cada Misa un favor no menor que el que nos hizo al encarnarse. De modo que, como dicen los doctores, si Jesucristo no hubiera aparecido aún sobre la tierra, el sacerdote lo pudiera hacer aparecer con sólo pronunciar las palabras de la consagración, conforme a la célebre sentencia de San Agustín: “¡Oh, venerable dignidad la de los sacerdotes, en cuyas manos se encarna el Hijo de Dios como en el seno de la Virgen Madre!”.

El sacrificio del altar no es más que la ampliación y renovación del sacrificio de la Cruz. De ahí deduce Santo Tomás que de cada Misa, como del sacrificio de la Cruz, brotan para todos los hombres los mismos bienes y hasta la misma salvación que les procuró el sacrificio de la Cruz.

San Juan Crisóstomo se expresa de manera semejante: “La celebración de la Misa vale tanto como la muerte de Cristo en la cruz”. Y la Santa Iglesia corrobora plenamente esta doctrina cuando dice: “Siempre que se celebra la memoria de esta Hostia, se conmemora a la vez la obra de nuestra redención”.

Añade el Concilio de Trento: el mismo Salvador que se ofreció por nosotros en la cruz se sacrifica sobre el altar por medio de los sacerdotes, siendo la única diferencia el modo de ofrecer.

De aquí se deduce que por medio del sacrificio del altar se nos aplica el sacrificio de la cruz. La Pasión de Jesucristo nos ha hecho capaces de la redención, la Misa nos pone en posesión y hace que disfrutemos de sus méritos.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, La misa atropellada