Publicado por: Servus Cordis Iesu
Dos Pontífices se levantan hoy a la gloria de Jesús vencedor de la muerte. Cleto, discípulo de Pedro y sucesor suyo casi inmediato en la cátedra romana, nos lleva a los orígenes de la Iglesia, Marcelino vio los días de la gran persecución de Diocleciano en vísperas del triunfo de la Cruz. Inclinémonos ante estos dos padres de la cristiandad, que la han alimentado con su sangre y presentemos sus méritos a Cristo que les sostuvo con su gracia y les dio la confianza de tomar un día parte en su Resurrección.
San Cleto fue el segundo sucesor de Pedro. Después de haber reinado como doce años, murió mártir, bajo Domiciano, hacia el año 90, y fue sepultado junto a San Pedro. Según una tradición antigua fue ordenado por el propio San Pedro, y se le ha atribuido la construcción del primer monumento, sin duda muy modesto, que se levantó sobre la tumba del Apóstol.
San Marcelino, que nació en Roma, sucedió al Papa San Cayo el 30 de junio de 296, y gobernó la Iglesia durante 8 años. Fue víctima de la persecución de Diocleciano. Su sepulcro, en el cementerio de Priscila, da testimonio de la veneración en que se le tuvo, por las muchas visitas de los fieles.
Rogad por nosotros, santos Pontífices, y dirigid una mirada paternal sobre la Iglesia de la tierra que tan agitada fue en vuestro tiempo, y que tan lejos está de gozar de calma al presente. El culto de los ídolos ha reaparecido y aunque hoy no son de piedra ni de metal, la violencia de los que los adoran no es menor que la que animaba a los paganos de los primeros siglos. Los dioses y diosas ante los que se postra el mundo entero, se llaman Libertad, Progreso, Civilización Moderna. Para implantar el culto de estas nuevas divinidades se decreta la persecución contra todos los que rehúsan adorarlas, se trastorna la constitución cristiana de los estados, se cambian los principios de educación de la niñez, se rompe el equilibrio de los elementos sociales y gran número de fieles son arrastrados por el atractivo de estas novedades funestas.
Libradnos de esta seducción, ¡oh mártires bienaventurados! No en vano Jesús sufrió aquí abajo y resucitó de entre los muertos. Este era el precio de su realeza, pero nadie se escapa de su cetro soberano. Para obedecerle no queremos más Libertad, que la que Él estableció en su Evangelio; más Progreso que el que se halla en la senda que Él nos trazó; ni más Civilización que la que resulta de la observancia de los deberes que ha establecido entre los hombres. Creó la humanidad y la impuso sus leyes; la ha rescatado y restablecido en sus bases. Sólo ante Él doblaremos la rodilla. No permitáis, gloriosos mártires, que tengamos la desgracia de inclinarnos ante los sueños del orgullo humano, aun cuando aquellos que los explotan tuvieran de su parte la fuerza material.
Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico
Descubre más desde ARCADEI
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.