Las buenas lecturas

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Reposar, para el hombre, no es únicamente distender muellemente los miembros desocupados y abandonarse a un sueño restaurador. El reposo humano lleva consigo sanas distracciones, y de ordinario también algunas lecturas. Y como actualmente casi no hay familia donde no entre el libro, el opúsculo, el diario, y durante los ocios de las vacaciones las ocasiones de lectura se multiplican, queremos hoy dirigiros alguna breve exhortación sobre este tema.

El primer hombre que deseoso de comunicar su pensamiento a otros hombres en una forma más duradera que el sonido fugaz de las palabras, grabó acaso con un tosco sílex, en la pared de una caverna, signos convencionales cuya interpretación determinó y explicó, inventó al mismo tiempo la escritura y el arte de la lectura.

Leer es penetrar por medio de signos gráficos, más o menos complicados, en el pensamiento de otro. Ahora bien, como “los pensamientos de los justos son justicia, y los consejos de los impíos son fraudulentos”, síguese que algunos libros, como algunas palabras, son manantial de luz, de fuerza, de libertad intelectual y moral, mientras, que otros no traen sino insidias y ocasiones de pecado; tal es de fuerza, de libertad intelectual y moral. Hay, por lo tanto, buenas y malas palabras.

La palabra no es con frecuencia sino una lámpara; en la noche y en la oscuridad, puede bastar al viajero para encontrar el recto camino, como por otra parte también hasta en el sendero más seguro un rayo puede ser suficiente para fulminar a un pasajero incauto; tal es el efecto de la palabra buena o de la mala.

El libro obra menos rápidamente, pero su acción se prolonga en el tiempo, es una llama que puede encubrirse bajo las cenizas o arder como una débil lucecilla en la noche, y después súbitamente encenderse benéfica o devastadora; será la lámpara del santuario, siempre presta a señalar al fiel que se acerca, el tabernáculo santo y su divino Huésped; o bien será el volcán cuyas terribles convulsiones lanzan ciudades enteras en la desolación y en la muerte. Vosotros deseáis las conversaciones gratas, las palabras prudentes y confortadoras, y detestáis con razón la blasfemia y los discursos corruptores. Pues buscad también los libros buenos, y odiad los malos.

No es nuestra intención esta mañana, describiros los estragos causados por la mala prensa, sino más bien mostraros el bien que pueden haceros las buenas lecturas, para exhortaros a amarlas y a fomentar su difusión.

Esta es una de las grandes ventajas del buen libro. El amigo cuyas sabias advertencias y justos reproches desdeñáis, os abandona; pero el libro que habéis abandonado, os permanece fiel: olvidado o rechazado en muchas ocasiones, está siempre pronto a volveros a dar la ayuda de sus enseñanzas, la saludable amargura de sus reproches, la clara luz de sus consejos. Escuchad, pues, sus avisos, tan discretos como directos. La amonestación, con demasiada frecuencia merecida, que os dirige, el deber, con demasiada frecuencia olvidado, que os recuerda, se los ha dicho ya a muchos, antes que a vosotros; pero no os dirá sus nombres, como no revelará a nadie el vuestro; y mientras bajo la lámpara silenciosa, a través de vuestros ojos fijos sobre él, os amonesta y os conforta, nadie oirá su voz, fuera de vuestro propio corazón.

Fuente: S.S. Pío XII, Discurso del 31 de julio de 1940