San Higinio, Papa y Mártir

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Tiene el Señor gran cuidado de conservar y defender su Iglesia contra todos los esfuerzos del infierno, según sus promesas, especialmente cuando la ve atribulada y afligida; bajo cuyo supuesto, en aquellos calamitosos tiempos en que fueron muchos y muy poderosos sus enemigos, fue muy particular su vigilancia en proveerla de prelados santos, sabios y valerosos, que sin temor de la muerte la defendiesen con brío, y animasen a los fieles con su ejemplo. De esta clase fue san Higinio, griego de nación, natural de Atenas, hijo de un filósofo. Por su eminente virtud y recomendables prendas, ascendió a la catedra apostólica por muerte de san Telesforo, hacia la mitad del siglo segundo, en el reinado del emperador Antonino Pio.

En tiempo de su pontificado fueron muchas y graves las calamidades del mundo, y con especialidad las del imperio romano; y atribuyendo los gentiles estos males, este castigo de la divina justicia a los vicios y delitos de los cristianos, enemigos de sus dioses, con esta falsa preocupación los perseguían de muerte, con el fin de aplacar el enojo de sus ídolos, a quienes suponían gravemente ofendidos. 

No menos cruel que la persecución de los paganos fue la que sobrevino a la Iglesia en la época de este Papa por la malignidad de los herejes, que no perdonaban medio alguno para corromper la pureza de la fe y santidad de las costumbres. Casi todos los enemigos declarados de Jesucristo habían concurrido a Roma con la perversa intención de envenenar la fuente matriz de la doctrina evangélica. El impío Valentín, hombre de vivo ingenio, lleno de fuego y de brillante elocuencia, con singular atractivo y cultos modales, hacía grandes progresos en su secta, engañando al vulgo con su continua afectación de reforma, y una muy bien estudiada exterioridad de virtud. Marcion, otro famoso heresiarca, separado de la Iglesia por su mismo padre (obispo después de viudo), no pudiendo conseguir en Roma ser admitido a la comunión de los fieles, por más que se cubrió con la máscara de virtud y autoridad, precipitado en la herejía de Cerdon, añadiendo muchas impiedades a las de aquel perverso maestro, engañó a muchos sencillos y simples con las apariencias de arrepentido y devoto. Contra estos y otros monstruos tuvo que luchar Higinio; y como era un hombre de superior ingenio, de eminente sabiduría, de extraordinaria grandeza de alma, de inflexible tesón, y de tanta intrepidez que miraba con desprecio los mayores peligros, los persiguió hasta exterminarlos, y no perdonó diligencia alguna para precaver a su rebaño de la ponzoña, con el antídoto oportuno.

Mucho sirvió para la consecución de progresos tan felices san Justino, luz brillante de su siglo, y después mártir de Jesucristo, quien por aquel tiempo compuso su doctísima apología en favor de los cristianos, capaz de confundir vergonzosamente a todos los enemigos del Evangelio, teniéndose por dichoso en contribuir a las empresas de tan gran pontífice, a cuya vigilancia y celo se debió el fervor que en su tiempo acreditaron los fieles, a pesar de las persecuciones de los gentiles y esfuerzos de los herejes.

Conseguidos tan recomendables triunfos, aplicó su cuidado a la reforma del clero en los grados de su jerarquía. Aunque esta se hallaba ya establecida desde el tiempo apostólico con varios reglamentos de disciplina, posteriormente se habían confundido ya unos, y relajado otros con motivo de las persecuciones de Trajano y Adriano, según escribe Baronio; y los restituyó y perfeccionó Higinio, ordenando en cada uno de los grados eclesiásticos el modo y forma de ejercer sus respectivas funciones. También expidió muchos decretos útiles, entre ellos varios sobre ritos y ceremonias para la celebración del santo sacrificio. Igualmente mandó que en la consagración de los templos se celebrase el santo sacrificio de la misa, y que las iglesias no se erigiesen ni demoliesen sin licencia de los obispos, prohibiendo que lo cedido para el culto divino sirviese en usos profanos.

Murió san Higinio el año 142, después de haber ocupado la silla pontificia cerca de cuatro años, Muchos calendarios antiguos y el Martirologio romano le dan el título de mártir; lo que puede estar fundado sobre las diferentes persecuciones que tuvo que sufrir, y sobre los peligros a que en tiempos tan borrascosos le exponía el sitio que ocupaba.

Fuente: P. Jean Croisset, El año cristiano