Domingo V después de Pentecostés

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman: infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor; para que, amándote a ti en todo y sobre todo, consigamos tus promesas que superan todo anhelo. 

Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro (1, III, 8-15) 

Carísimos: Estad todos unánimes en la oración, sed compasivos, amantes de los hermanos, misericordiosos, modestos, humildes: no devolváis mal por mal, ni maldición por maldición; sino, al contrario, bendecid: porque a esto habéis sido llamados, a poseer como herencia la bendición. Por tanto, el que quiera amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y no hablen engaño sus labios. Apártese del mal, y haga el bien: busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor miran a los justos, y sus oídos escuchan sus preces: pero el rostro del Señor está sobre los que hacen mal. Y, ¿quién es el que os dañará, si fuereis emuladores del bien? Pero, aunque padeciereis algo por la justicia, bienaventurados de vosotros. Mas no los temáis a ellos, y no os conturbéis; antes santificad al Señor, a Cristo, en vuestros corazones. 

Comprendamos la importancia que tiene para todos los cristianos la unión mutua, ese amor de hermanos, tan frecuentemente, tan vivamente recomendado por los Apóstoles, cooperadores del Espíritu Santo en la construcción de la Iglesia. Es necesario un amor efectivo, obsequioso, perseverante, que junte verdaderamente y armonice como conviene, las almas y los corazones; es necesaria esta caridad desbordante y única digna de tal nombre, que, mostrándonos al mismo Dios en nuestros hermanos, hace verdaderamente nuestras sus dichas y sus desdichas. Coloquemos, pues, con San Juan, la perfección de nuestro amor para con Dios, en el amor de nuestros hermanos; sólo entonces poseeremos a Dios en nosotros; sólo entonces podremos gozar de los inefables misterios de la unión divina con Aquel que se une a los suyos, para hacer de todos y de Él mismo un templo augusto a la gloria del Padre.

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (V, 20-24) 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si no abundare vuestra justicia más que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás: mas, el que matare, será reo de juicio. Pero yo os digo que, todo el que se enojare con su hermano, será reo de Juicio. Y el que le llamare a su hermano raca, será reo de concilio. Y el que le llamare fatuo, será reo del fuego del infierno. Por tanto, si ofrecieres tu presente en el altar, y recordares allí de que tu hermano tiene algo contra ti: deja tu presente allí, ante el altar, y vete antes a reconciliarte con tu hermano: y, volviendo después, ofrecerás tu presente. 

El Verbo divino bajado para santificar a los hombres en la verdad, es decir, en Él mismo, debía volver, ante todo, a su prístino esplendor, empañado por el tiempo, los inmutables principios de justicia y de derecho que reposan en Él, como en su cetro. Es lo primero que hace y con una solemnidad incomparable, antes de llamar a sus discípulos y de elegir a los doce, en el pasaje del sermón de la montaña. En esto no venía, declaraba Él mismo, a condenar o destruir la ley, sino a restablecer, contra los escribas y fariseos, su verdadero sentido, y a darla la plenitud que los mismos ancianos del tiempo de Moisés no la habían podido dar. 

En las pocas líneas que la Iglesia ha tomado, el pensamiento del Salvador es: que no se debe juzgar con la medida de los tribunales terrenales el grado de justicia necesario para entrar en el reino de los cielos. La ley judía ponía al homicida en el tribunal criminal llamado del juicio; y Él, el Maestro y autor de la ley, declara que la cólera, el primer paso para el homicidio, aunque esté oculta en los repliegues más recónditos de la conciencia, puede ella sola llevar consigo la muerte del alma, incurriendo así, en el orden espiritual, en la pena capital, reservada en el orden social de la vida presente al que ha perpetrado homicidio. Mas si, aun sin llegar a los golpes, se escapa esta cólera en palabras despectivas, como la expresión siríaca de raca,hombre de nada, la falta se hace tan grave, que, considerada en su valor real ante Dios, sobrepasaría la jurisdicción criminal ordinaria, para ser tan sólo encausada por el consejo supremo de la nación. Si del desprecio se pasa a la injuria, nada hay tan grave en los procesos humanos que pueda darnos una idea de la enormidad del pecado cometido. Pero los poderes del Juez supremo no se sujetan, como los de los hombres, a un límite dado; la caridad fraterna pisoteada, encontrará siempre, más allá del tiempo, su vengador. ¡Tan grande es el precepto del amor santo que une a las almas!; ¡tan directamente se opone a la obra divina, la falta que, de lejos o cerca, va a comprometer o turbar la armonía de las piedras vivas del edificio que se levanta aquí abajo, en la concordia y el amor, a gloria de la indivisible y pacífica Trinidad! 

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico