Publicado por: Servus Cordis Iesu
Dice san Juan en el Apocalipsis: Me mostró el Señor que a ambos lados del río crecía un árbol de la vida (Ap 22, 2). Ese árbol de la vida es Cristo crucificado, del cual se dice que está a una y a otra parte del río, ya que los padres del antiguo y nuevo Testamento también se han salvado por él. Y el mismo Dios, como se expresa en esa figura, ofrece en la cruz frutos universales producidos por ese árbol para la salvación del género humano.
Podemos considerar cuatro de esos frutos con relación al género humano.
El primer fruto es ser precio de nuestra redención, porque como dice Ambrosio: fue tan grave nuestro pecado, que no podríamos alcanzar su redención si el unigénito Hijo de Dios no hubiera muerto por nosotros pecadores. Y la razón es porque la culpa del género humano era infinita, tanto por parte de aquel a quien se ofendió, como por parte del bien de que se nos privó, como por parte de la naturaleza que se corrompió. Por eso fue necesario que el Señor sufriera la pasión por los pecados. Es lo que san Pedro afirma: Os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha (1P 1, 18).
El segundo fruto es el privilegio del amor divino. Los hombres se mueven más eficazmente al amor mediante regalos y cuanto mayor es el regalo, mayor es el amor, como se dice en la Escritura: A quien más fue perdonado, amará más (Lc 7, 42-43). Por otra parte, también se considera mayor y mejor regalo que, teniéndole más aprecio, sin embargo se ofrece en regalo y es claro que entre las cosas que en primer lugar se aman -después de lo primero que debe ser amado: Dios- es sin duda el bien de la vida misma. Por tanto quien da la vida por un amigo le hace el mayor regalo posible, según dice Bernardo: “Oh buen Jesús, el cáliz que has bebido es tu pasión y es esto lo que por encima de todo te hace digno de mi amor”.
Tercer fruto es ser escudo de nuestra defensa. Antes de la pasión de Cristo muchos cayeron en la idolatría y no podían oponer resistencia al diablo. Después de la pasión de Cristo el enemigo ha quedado debilitado hasta el punto de que nadie puede ser derrotado por él, o sucumbir ante él si uno no lo quiere. Es lo que dice san Gregorio: Débil es nuestro enemigo, que no vence sino a los que quieren ser vencidos. Y este fruto lo hemos obtenido por medio de la muerte de Cristo, por eso dice: Ellos lo vencieron con la sangre del Cordero (Ap 12, 11). Esta sangre debe estar sin duda mediante la fe ante los ojos de los fieles, fortaleciéndolos para el combate, según se dice: Recordad al que soporto la oposición de los pecadores y no os canséis ni perdáis el ánimo (Hb 12, 3).
Cuarto fruto es el rango de la exaltación que hemos tenido. Una ciudad se enorgullecería en gran modo si de ella fuera escogido un emperador que rigiera el mundo entero, o un sumo Pontífice que rige la Iglesia universal. En este sentido es grande la dignidad de la naturaleza humana porque Cristo, mediante su muerte que soportó en la misma naturaleza humana, adquirió un nombre que esta sobre cualquier otro nombre, como dice la Escritura: “Por cual Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre” (Flp 2, 9). Y además con esta misma naturaleza con la que sufrió vendrá también a juzgar a todas las criaturas según aquello: Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime, que los que creen en Él reciben por su nombre el perdón de los pecados (Hch 10, 42-43).
Fuente: De los Sermones de san Antonino de Florencia, obispo
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