Publicado por: Servus Cordis Iesu
Saludemos hoy a uno de los mayores intérpretes de la verdad divina. La Iglesia le ha dado a luz muchos siglos después del tiempo de los Apóstoles, mucho después que la voz de Ambrosio, de Agustín, de Jerónimo, y Gregorio se hubiese esfumado en el tiempo; pero Santo Tomás ha probado que el seno de la Madre común es siempre fecundo y ésta, rebosando de gozo por haberlo dado a luz, le ha llamado el doctor Angélico. Así, pues, dirijamos nuestros ojos a los coros de los ángeles, que es donde le debemos buscar, porque su noble y pura inteligencia le asocia a los querubines del cielo; así como la ternura de Buenaventura, su émulo y amigo, introduce al discípulo de San Francisco en los coros de los Serafines.
La gloria de Tomás de Aquino es gloria de toda la humanidad, por la mera razón de que es uno de sus más grandes genios; es gloria de la Iglesia, pues sus escritos han expuesto la doctrina con tal clarividencia y precisión nunca alcanzadas por doctor alguno; es en fin, gloria del mismo Cristo, que le felicitó por haber explicado tan dignamente sus misterios. En estos días que deben llevarnos a Dios, la mayor necesidad de nuestra alma es conocerle, así como nuestra mayor desdicha fue no haberle conocido bastante. Pidamos a Santo Tomás esta “luz clara que convierte las almas, esa doctrina que proporciona la sabiduría a los mismos niños, que hace rebosar de alegría los corazones e ilumina los ojos”. Así podremos ver la vanidad de todo lo que no es Dios, la justicia de sus preceptos, la maldad de nuestros pecados, la bondad infinita que acogerá nuestro arrepentimiento.
Gloria a ti lumbrera del mundo; tú has recibido los rayos del sol de justicia y los has esparcido por toda la tierra. Esos tus ojos límpidos han contemplado la verdad y en ti se ha cumplido la palabra que dice: Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios. Vencedor en la lucha contra la carne, ha sido digno de obtener las delicias del espíritu; y el Salvador, admirado por los encantos que encerraba tu alma angelical, ha tenido a gala escogerte para celebrar en la Iglesia el Sacramento de su amor; la ciencia no ha podido absorber en ti el manantial de tu humildad; para buscar la verdad usaste siempre, como arma segura, la oración; y después de tanto trabajo, la única recompensa que anhelabas era poseer a Dios, a quien tanto amaba tu corazón.
Tu vida mortal fue interrumpida a medio camino, y así, dejaste sin acabar tu mejor obra de doctrina; pero, no obstante eso, brillas todavía como nadie en la Iglesia de Dios. Asístela en los combates contra el error. Ella se alegra de poder apoyarse en tus enseñanzas, pues está convencida de que nadie conoció los secretos de su Esposo tan íntimamente como tú. Fortalece, ilumina la fe de los creyentes en estos tiempos en que las verdades se hallan como obscurecidas entre los hijos de los hombres. Confunde la audacia de esos espíritus vanos que creen saber algo, y que se aprovechan del embotamiento general de las inteligencias para usurpar, en la nulidad de su saber, el papel de doctores. Todo es tinieblas en derredor nuestro; en todas partes reina la confusión; haz que volvamos a esa tu doctrina que por su sencillez es la vida del espíritu y la alegría del corazón.
La Cuaresma debe ver a los hijos de la Iglesia disponerse a hacer las paces con el Señor su Dios; haznos ver claramente esa soberana santidad ofendida por nuestros pecados; que comprendamos lo deplorable del estado de un alma que ha roto las relaciones con la justicia eterna. Horrorizados a la vista de las manchas que nos cubren, aspiraremos a purificar nuestros corazones en la sangre del Cordero inmaculado, y a reparar nuestras faltas con obras dignas de penitencia.
Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico
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