La vocación Sacerdotal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La vocación sacerdotal puede definirse como “el acto por el cual Dios llama a aquellos que ha elegido desde toda la eternidad, para recibir el sacramento del Orden sagrado, es decir, para abnegarse e inmolarse por la salvación de las almas”. Estos elegidos los saca Dios de todas partes, de todas las condiciones y clases sociales; esto es, de entre los ricos y de entre los pobres, de entre los letrados y de entre los ignorantes, de entre los inocentes y santos y de entre los pecadores… “Considerad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. Que no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo se escogió Dios, para confundir a los sabios…” (1 Cor 1, 26). 

Las únicas condiciones que se les exigen son las que reclama la Iglesia. 

1º Quererlo por un motivo recto. Esto es, no se debe aspirar al sacerdocio por razones interesadas, por lucro personal o familiar, por conseguir una mejor posición social; sino que hay que apuntar a él por un motivo sobrenatural, inspirado por la gracia. Enseña el Catecismo de Trento: “A nadie se ha de imponer temerariamente la carga de funciones tan elevadas. Nadie se arrogue esta dignidad si no es llamado por Dios (Heb. 5, 4), esto es, si no ha sido llamado por los ministros legítimos de la Iglesia; no habiendo nada más pernicioso para la Iglesia que los temerarios que se atreven a apropiarse por sí mismos este ministerio. Por eso, sólo entran por la puerta de la Iglesia a estas elevadas funciones quienes abrazan este género de vida proponiéndose servir la honra de Dios. Pero entran a este ministerio por otra parte, como ladrones, no siendo llamados por la Iglesia, quienes se proponen un fin indigno, como su comodidad e interés, o el deseo de honores y la ambición de riquezas o de beneficios. Esos tales, que se apacientan a sí mismos y no a sus rebaños (Ez. 34, 2 y 8), son llamados mercenarios por nuestro Señor (Jn. 10 12), y no sacarán del Sacerdocio sino lo que sacó Judas de su dignidad en el Apostolado, a saber, la eterna condenación”.

2º Tener las debidas aptitudes. De orden moral: gozar de buena reputación, esto es, tener buenas costumbres. De orden intelectual: tener la capacidad suficiente para llevar adelante los estudios eclesiásticos. “En cuanto a los que son aptos para recibir este Sacramento –sigue diciendo el Catecismo de Trento-, hay que elegirlos con especialísimo cuidado, pues este sacramento no se ordena sólo a la santificación personal de quien lo recibe, como los otros seis, sino al servicio de la Iglesia y a la santificación de todos. Y así, se requiere en el Ordenando: Santidad de vida y de costumbres, por estar obligado a dar a los demás ejemplo brillante de virtud y de inocencia. Ciencia necesaria; pues el sacerdote ha de poseer el conocimiento que es necesario para el uso y administración de los sacramentos, que es uno de sus cargos, y para llevar al pueblo a la salvación eterna, que es el segundo de sus cargos, instruyéndolo en las cosas necesarias para salvarse, como son los misterios de la fe cristiana y los preceptos de la Ley de Dios, excitándolo a obras de virtud y de devoción, y apartándolo de los vicios”.

De donde se deduce que, por una parte, no se requiere para la vocación sacerdotal ningún atractivo sensible, ningún suspiro interior, ninguna inspiración o sensación interior… Basta quererlo sinceramente: “Si quieres ser perfecto – dijo Nuestro Señor al joven rico-, ven y sígueme”. Mas, por otra parte, querer una cosa tan loca a los ojos del mundo es un efecto espectacular y cierto de la gracia de Dios; y esta gracia de Dios, que “realiza en nosotros el querer y el obrar”, es la gracia de la vocación. ¿Quieres servir a Dios en el don total?… Entonces, tienes la vocación.

Fuente: Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora, Hojitas de Fe nº 36