Grandeza de la vocación Sacerdotal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Muchas cosas se podrían decir al respecto; pero limitémonos a tres, enumerando aquellas cosas que pueden entusiasmar a un joven en favor de la vocación, o a una familia a cultivarla esmeradamente en sus hijos. 

Ante todo, la vocación es grande por ser una gracia selecta del Corazón de Jesús. El candidato al sacerdocio ha sido objeto de una elección por parte de Dios; y esta elección implica una preferencia; y esta preferencia implica un amor mucho mayor.

Acordémonos del ejemplo del joven rico. Dice el Evangelio, con extremada delicadeza, que Nuestro Señor, al ver a ese joven que desde su juventud había observado todos los mandamientos, “lo miró atentamente y lo amó”. Ese es el secreto de la vocación, que podemos adivinar igualmente en todos los apóstoles. ¡Qué encantadoras son las páginas del Evangelio que nos narran el llamado de Andrés, de Juan, de Santiago, de Pedro! Cómo Nuestro Señor atrae a esos jóvenes, se los gana, los ama, los escoge, y les dice claramente: “Dejadlo todo y seguidme, que Yo os haré pescadores de hombres”. Esta elección divina supone, claro está, una providencia especial de Dios respecto de su elegido, y una singular preferencia divina.

En segundo lugar, la vocación es grande por lo que produce en el llamado, a saber, una identificación total con Nuestro Señor Jesucristo. Jesús, al llamar a un joven al sacerdocio, lo llama nada menos que a compartir su vida, sus misterios, sus intereses, sus gracias, sus sufrimientos. 

Esta identificación llega a ser tan grande, que en la administración de los sacramentos el sacerdote habla como Cristo, le presta su lengua: “Esto es mi cuerpo, este es el cáliz de mi sangre; yo te absuelvo de tus pecados; yo te bautizo…”. ¿Puede haber algo más entusiasmante para un joven, algo más por lo que valga la pena vivir?

Finalmente, la vocación es grande por sus efectos, esto es, por su fecundidad apostólica. A veces tenemos demasiado la tendencia a pensar que podemos disponer de nuestra vida como mejor queramos, siempre que no ofendamos a Dios, claro está. Y no hay nada más falso. Todos nosotros entramos en un plan divino, en un designio de Dios, que está totalmente centrado en la salvación de las almas mediante la Iglesia. Pero en esa Iglesia, Dios nos tiene asignado a cada uno de nosotros un lugar, una misión, un papel que cumplir: y ese lugar, esa misión, ese papel, no lo elegimos nosotros, sino Dios. Y Dios nos lo indica por el estado de vida, que para muchos es lo mismo que su vocación. 

Así pues, por la vocación un joven se coloca en el lugar donde Dios sabe, por una parte, que se salvará más fácilmente; y donde Dios sabe, por otra, que podrá colaborar mejor al bien de toda la Iglesia, ayudando a salvar almas.

Fuente: Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora, Hojitas de Fe nº 36