Publicado por: Servus Cordis Iesu
Fue criado Simplicio con el mayor desvelo, así en el santo temor de Dios, como en el estudio de las ciencias. La solidez de su ingenio, la dulzura de su natural, su inclinación a la virtud y su amor a las letras, dice el autor veneciano de las vidas de los papas, acreditaron su buena educación, hiciéronle el joven más cabal de su tiempo, y el ornamento de todo el clero romano.
Apenas se hablaba en Roma de otra cosa que del raro mérito de nuestro santo, cuando vino a quedar vacante la santa sede por muerte de san Hilario. Hubo poco que deliberar en la elección; porque Simplicio fue elevado a esta suprema dignidad por unánime consentimiento.
A la verdad, si en algún tiempo tuvo necesidad la santa Iglesia de un pastor celoso y vigilante, de un papa santo y sabio, de una cabeza visible que fuese capaz de oponerse con vigor a los mayores esfuerzos de la herejía, fue en aquel tiempo de calamidad en que el error, sostenido de la potencia secular, parecía haber inundado, a guisa de impetuoso torrente, todo el mundo cristiano, sin que apenas se dejase ya ver un príncipe católico. Tal era el lamentable estado de la Iglesia por todo el universo, cuando Simplicio subió a la santa Silla.
Aplicó la primera atención de su desvelo a hacer reflorecer en el clero la pureza de costumbres, a hacer eterna guerra al error, y a reprimir con valeroso tesón la ambición inquieta de los que turbaban la Iglesia.
No es posible explicar el celo y la atención con que este santo pastor velaba sobre todo el rebaño que estaba a su cargo; ni fueron solos los enemigos de la Iglesia en Oriente los que experimentaron las siempre victoriosas fuerzas de su valeroso celo. Pocas iglesias se contaron así en el África como en el Occidente, adonde no alcanzasen las solicitudes de su desvelo y de su vigilancia pastoral.
Como el imperio del arrianismo se había dilatado por todas partes, a todas partes acudía también el cuidado del vigilantísimo pastor, atento siempre a mantener los fieles en la verdadera fe.
Por este tiempo, habiendo llegado a su noticia que muchos obispos de Oriente favorecían descubiertamente el eutiquismo, convocó un concilio en Roma, en el cual fulminó excomunión contra Eutiques, contra Dióscoro de Alejandría, y contra Timoteo Eluro. Hizo que el emperador Zenón anulase los edictos que Basílico había promulgado contra la religión católica, y que echase de Antioquía a Pedro el Batanero y otros siete u ocho obispos eutiquianos que perturbaban la paz de la Iglesia.
Tantos trabajos y apostólicas fatigas consumieron en fin la salud de nuestro santo, quien, colmado de méritos y de gloria por tantos triunfos como había conseguido de la herejía, murió en Roma el día 10 de febrero del año 483, después de haber gobernado santamente la Iglesia por espacio de doce años. Se conservan sus preciosas reliquias en Tívoli con mucha veneración, experimentando cada día los pueblos milagrosos efectos del crédito que logra con Dios la intercesión de este santo pontífice.
Fuente: P. Jean Croisset, El año cristiano
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