Quinto Domingo de Pascua

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, de quien proceden todos los bienes: danos, a los que te suplicamos, la gracia de que, con tu inspiración, pensemos lo que es recto, y de que, con tu dirección, lo hagamos.

Lección de la Epístola del Apóstol Santiago

Carísimos: Sed obradores de la palabra, y no sólo oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque, si alguien es oidor de la palabra, y no obrador, este tal será comparado a un hombre que contempla en un espejo su rostro natural: se mira, y se va, y al punto se olvida de cómo es. Mas, el que contemplare la ley perfecta de la libertad, y perseverare en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de obra, este tal será bienaventurado en su acción. Y, si alguien cree que es religioso, no refrenando su lengua, sino engañando a su corazón, la religión de ese tal es vana. La religión pura e inmaculada ante Dios y el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos, y a las viudas, en su tribulación, y conservarse inmaculado de este mundo.

El Santo Apóstol, cuyos consejos acabamos de escuchar, había recibido las enseñanzas del Salvador resucitado. Santiago el Menor es verdaderamente el Apóstol del Tiempo Pascual, en que todo nos habla de la vida nueva que debemos llevar con Cristo resucitado. Es el Apóstol de las obras y quien nos ha trasmitido esta máxima fundamental del cristianismo, que si la fe es necesaria ante todo para el cristiano, esta virtud, sin las obras, es una fe muerta que no puede salvarle.

Insiste hoy sobre la obligación que tenemos de cultivar en nosotros mismos la atención a las verdades que primeramente hemos comprendido y de mantenernos en guardia contra este olvido culpable que causa tantos estragos en las almas inconsideradas. Entre estos en quienes se ha realizado el misterio de la Pascua, algunos no perseverarán en él; y les sucederá esta desdicha porque se entregaron al mundo, en lugar de usar del mundo como si no usasen. Recordemos siempre que debemos caminar en una vida nueva, a imitación de aquella de Jesús resucitado que no puede ya morir.

Continuación del santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: En verdad, en verdad os digo: Si pidiereis algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no le habéis pedido nada: Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea pleno. Os he dicho estas cosas en proverbios. Ya llega la hora en que no os hablaré en proverbios, sino que os hablaré claramente del Padre. En aquel día pediréis en nombre mío: y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros: porque el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí del Padre. Salí del Padre, y vine al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. Dijéronle sus discípulos: He aquí que ahora hablas claramente, y no dices ningún proverbio. Ahora sabemos que lo sabes todo, y no es preciso que nadie te pregunte: en esto creemos que has salido de Dios.

Cuando el Salvador, en la última Cena, anunció de este modo a sus apóstoles su próxima partida, estos estaban aún lejos de comprender lo que significaba. Con todo; ya creían “que había salido de Dios”. Pero esta creencia era vacilante, ya que no debía tener una realización inmediata. En los días en que nos encontramos, rodeando a su Maestro resucitado, iluminados por sus palabras, lo llegan a comprender mejor. Ha llegado el momento “en que no les habla ya en parábolas”; hemos visto qué enseñanzas les da, cómo les prepara para ser los doctores del mundo. Ahora pueden decirle: “Oh Maestro, verdaderamente has salido de Dios”. Pero por esto mismo comprenden ya la pérdida de que son amenazados; tiene la idea del vacío inmenso que su ausencia les hará sentir.

Jesús comienza a recoger el fruto que su divina bondad sembró en ellos y que esperó con una paciencia tan inefable. Si en el Cenáculo el Jueves Santo les felicitaba ya por su fe; ahora que le han visto resucitado, que le han oído, merecen sus elogios pero de un modo muy distinto, porque se han hecho más firmes y más fieles. “El Padre os ama -les decía entonces- porque vosotros me amáis”; ¿cuánto más debe amarlos el Padre ahora que su amor se ha acrecentado? Estas palabras deben infundirnos también a nosotros esperanza. Antes de la Pascua nosotros amábamos flojamente al Salvador, estábamos vacilantes en su servicio; ahora que hemos sido instruidos por Él, fortalecidos por sus misterios, podemos esperar que el Padre nos amará, porque nosotros amamos más, amamos mejor a su Hijo. Este divino Redentor nos invita a pedir al Padre en su nombre todas nuestras necesidades. La primera de todas es nuestra perseverancia en el espíritu de la Pascua; insistamos para obtenerla y ofrezcamos a esta intención la Santa Víctima que será presentada sobre el altar.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico