San Juan Crisóstomo, Obispo y Doctor de la Iglesia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Nació San Juan Crisóstomo en Antioquía entre el año 344 y 347, y fue allí ordenado de sacerdote en 386. Elegido obispo de Constantinopla en 398, se opuso con energía a la corrupción de las costumbres, lo que atrajo la ira de la Emperatriz Eudoxia, quien le desterró. Habiendo el pueblo pedido su vuelta, tuvo que salir de nuevo desterrado para no volver ya, permaneciendo allí desde el 404 hasta el 407. Allí tuvo que sufrir mucho pero también ganó muchas almas a Cristo. 

El Papa Inocencio I ordenó fuera restablecido en su sede de Constantinopla pero al regresar le maltrataron los soldados de tal forma que murió en Coman, en el Ponto, el 14 de setiembre de 407. Pío X declaróle patrón de los oradores sagrados y Doctor de la Iglesia universal, el 8 de julio de 1908.

¡Cuántas coronas adornan tu frente, oh Crisóstomo! ¡Cuán glorioso es tu nombre en la Iglesia de la tierra y en la del cielo! Enseñaste la verdad, luchaste con constancia, sufriste por la justicia, diste tu vida por la libertad de la palabra divina. No te lograron seducir los aplausos de los hombres; el don de la elocuencia evangélica con que te dotó el Espíritu Santo no era más que una débil imagen de los destellos y del fuego que el Verbo divino infundía en tu corazón. Amaste al Verbo y a Jesús más que a tu propia gloria, más que a tu comodidad, más que a tu vida. Sufriste persecuciones por parte de los hombres; manos sacrílegas borraron tu nombre de las listas del altar; indignas pasiones dictaron una sentencia en la que, a imitación de Jesucristo, eras equiparado a los criminales, y arrojado de la sagrada cátedra. Pero no estaba en manos de los hombres el apagar el sol, ni borrar la memoria de Crisóstomo. Roma te fue fiel; guardó con honor tu memoria, y aún hoy conserva tus restos sagrados, junto a los del Príncipe de los Apóstoles. El mundo cristiano te proclama uno de los más fieles distribuidores de la Verdad divina.

En pago de nuestros homenajes, oh Crisóstomo, considéranos desde lo alto del cielo como ovejas tuyas; instrúyenos, refórmanos, haznos cristianos. Discípulo fiel de San Pablo, sólo a Jesucristo conociste; pero en él están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, descúbrenos al Salvador que llega a nosotros lleno de encanto y dulzura; haz que le conozcamos; enséñanos la manera de serle gratos, y los medios de poderle imitar; haz que acepte nuestro amor. También nosotros somos desterrados; pero amamos excesivamente el lugar de nuestro destierro; con frecuencia estamos tentados de tomarlo por nuestra verdadera patria. Despéganos de esta morada terrestre y de sus ilusiones. Haz que tengamos prisa por reunimos contigo, para estar con Jesucristo, en quien te hemos de hallar para siempre.

Oh fiel Pastor, ruega por nuestros Pastores; alcanza para ellos un alma semejante a la tuya, y para sus ovejas docilidad. Bendice a los predicadores de la divina palabra, para que no se prediquen a sí mismos sino a Jesucristo. Comunícanos la elocuencia cristiana que se inspira en la Sagrada Escritura y en la oración, para que los pueblos atraídos por una oratoria celestial, se conviertan y den gloria a Dios. Devuelve la vida a tu Iglesia de Constantinopla que olvidó tu fe y tus ejemplos. Sácala de ese envilecimiento en que vive desde hace tiempo. Logra con tus plegarias, que Cristo, Sabiduría eterna, se acuerde de su Iglesia de Santa Sofía y se digne purificarla, y restaurar en ella el altar donde se inmoló durante tantos siglos. Ten siempre cariño a las Iglesias de Occidente, que con tanto amor procuraron tu gloria. Apresura el fin de las herejías que han devastado a muchas de nuestras cristiandades; ahuyenta las tinieblas de la incredulidad, aviva en nosotros la fe y haz que florezcan las virtudes.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico