Publicado por: Servus Cordis Iesu
Anselmo nació en Aosta del Piamonte hacia el año 1033. A los 26 años, entró en la abadía de Bec, en Normandía, donde se entregó a la práctica de las virtudes monásticas, y al estudio de la filosofía y de las Sagradas Escrituras. A los 30 años fue nombrado prior y maestrescuela, y en 1078 abad. Gobernó su Abadía con una bondad incomparable, que le permitió triunfar de todas las dificultades. Le tuvieron en gran estima los Papas Gregorio II y Urbano II, y habiendo sido llamado a Inglaterra, en 1092, fue nombrado arzobispo de Cantorbery al año siguiente. Tuvo mucho que padecer de parte de Guillermo el Rojo, a causa de la defensa de los derechos y libertad de la Iglesia. Desterrado, se refugió en Roma, donde el Papa le colmó de honores, y le dio ocasión, en el concilio de Bari, de convencer de sus errores a los griegos que negaban que el Espíritu Santo procede igualmente del Hijo que del Padre. Llamado a Inglaterra, después de la muerte de Guillermo, murió el 21 de abril de 1109. Fue enterrado en Cantorbery. En 1492, Alejandro VI, autorizó su culto, y Clemente XI le declaró Doctor de la Iglesia en 1720.
San Anselmo no es menos admirable como Doctor que como Pontífice. Su inteligencia profunda y serena penetró en la contemplación de las verdades divinas; buscó sus mutuas relaciones y su armonía y el fruto de estos nobles trabajos ocupa un lugar preeminente en el depósito que conserva las riquezas de la teología católica. Dios le concedió el genio. Ni sus luchas ni su vida agitada, pudieron distraerle de sus santos y queridos estudios, y camino de sus destierros iba meditando en Dios y en sus misterios, extendiendo para sí y para la posteridad el campo ya vasto de las investigaciones respetuosas de la razón en los dominios de la fe.
Oh Anselmo, Pontífice amado de Dios y de los hombres, la Santa Iglesia, a quien con tanto celo serviste aquí en la tierra, te tributa hoy sus homenajes como a uno de sus prelados más venerados. Imitador de la bondad del divino Pastor, nadie te sobrepasó en condescendencia y caridad. Conocías a todas tus ovejas y ellas te conocían a ti; velando día y noche en su custodia, jamás fuiste sorprendido por el asalto del lobo. Lejos de huir al acercarse, saliste a su encuentro, y ninguna violencia te pudo hacer retroceder. Heroico campeón de la libertad de la Iglesia, protégela en nuestros tiempos en que por todas partes se la pisotea y se la aniquila. Suscita por doquier Pastores émulos de tu santa independencia a fin de que el valor se reanime en el corazón de las ovejas y que todos los cristianos tengan a honra confesar que ante todo son miembros de la Iglesia, que los intereses de esta Madre de las almas, son superiores, a sus ojos, a los de cualquier sociedad terrestre.
El Verbo divino te dotó, oh Anselmo, de esa filosofía completamente cristiana, que se humilla ante las verdades de la fe, y así purificada por la humildad, se eleva a las visiones más sublimes. Alumbrada con tus luces tan puras, la Iglesia, en recompensa, te ha otorgado el título de Doctor, tanto tiempo reservado a aquellos sabios que vivieron en las primeras edades del cristianismo y conservan en sus escritos como un reflejo de la predicación de los Apóstoles. Tu doctrina ha sido juzgada digna de compararse a la de los antiguos Padres, porque procede del mismo Espíritu; es más hija de la oración que del pensamiento. Obténnos, oh santo Doctor, que siguiendo tus huellas, nuestra fe, también busque la inteligencia. Muchos el día de hoy blasfeman lo que ignoran, y muchos ignoran lo que creen. De ahí una confusión desoladora, compromisos peligrosos entre la verdad y el error, la única doctrina verdadera desconocida, abandonada y sin defensa. Pide para nosotros, oh Anselmo, doctores que sepan alumbrar los caminos de la verdad y disipar las nubes del error, para que los hijos de la Iglesia no queden expuestos a la seducción.
Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico
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