Publicado por: Servus Cordis Iesu
Es, pues, la dignidad sacerdotal tan grande que San Ignacio Mártir la llama suma; San Efrén, infinita; Inocencio III dice que el sacerdote se ha de contar entre Dios y los hombres, pues que es menor que Dios, pero es mayor que los demás hombres. San Ambrosio no repara en afirmar que los sacerdotes son más que los reyes y emperadores, pues que los reyes y príncipes deben bajar las cabezas a los sacerdotes y besar sus manos, creyendo que pueden ser muy favorecidos con sus oraciones. San Gelasio Papa, escribiendo al emperador Atanasio, le dice: “Dos suertes de personas tiene el gobierno de este mundo: los sacerdotes y los reyes; pero es más grave el peso que llevan los sacerdotes que los reyes, porque los sacerdotes han de dar cuenta de los reyes en el tribunal de Dios; los reyes sólo tienen poder sobre lo temporal, los sacerdotes sobre lo eterno; aquéllos tienen poder sobre los cuerpos, éstos sobre las almas; aquéllos disponen sobre lo material, éstos sobre lo espiritual”.
El profeta Malaquías al sacerdote le llama ángel, diciendo: “Los labios del sacerdote son depósito de la ciencia, y en su boca se buscará la ley, porque es ángel del Señor”. El mismo Dios, por San Juan, a los sacerdotes los llama ángeles; Jesucristo los llama amigos. Y, en efecto, quiere que se les tenga el respeto que a él debe tenerse; por manera que dice: “Quien a vosotros oye, a mí me oye; y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien me desprecia a mí, desprecia al que a mí me envió”. En el sacerdote se cumple de un modo muy particular aquello que dijo Dios antes de criar a Adán: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. En efecto, el sacerdote es un hombre que no sólo es imagen de Dios porque tiene un alma espiritual, inmortal, trina en potencias y una en esencia, sino que además es una semejanza muy especial de Dios, es un hombre divino, según San Dionisio Areopagita, que a la dignidad sacerdotal la llamaba dignidad divina. Y, a la verdad, las tres divinas personas dan al sacerdote los poderes y facultades, que son: facultad de predicar, de consagrar y de perdonar los pecados.
El eterno Padre da al sacerdote la facultad de predicar la divina palabra; antes había hablado muchas veces y de muchas maneras por los profetas, después nos habló por medio de Jesucristo, y Jesús, antes de volver al Padre, nos dijo que a él se le había dado todo poder en el cielo y en la tierra, y que nos enviaba a nosotros los sacerdotes, como él había sido enviado de su Padre; y así dice: Andad por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. El Hijo del eterno Padre nos da facultad para consagrar, diciendo: Haced esto en memoria mía. De aquí es que San Bernardo a los sacerdotes les llamapadres de Cristo, porque son la causa activa, dice San Ligorio, de que la persona de Jesucristo realmente exista en la hostia consagrada; por manera que en algún modo puede decirse que el sacerdote es criador de su Criador, pues que, diciendo las palabras de la consagración, por decirlo así, crea a Jesús sacramentado, dándole el ser sacramental y lo produce como víctima para ofrecerle al eterno Padre. Por esto dice San Agustín: Si es lícito decirlo, quien me creó a mí, me dio el poder de crearle a Él, y quien me creó a mí sin mí, se creó a sí mismo por medio de mí. Y así como Jesús obedecía a María Santísima y a San José, y les estaba sujeto, así está sujeto y obedece a los sacerdotes; por manera que, si le quieren exponer a la pública veneración, no contradice; si le quieren encerrar en el tabernáculo, lo aprueba; que le den en comunión a los fieles, que le lleven por plazas, calles y aldeas, siempre obedece. El Espíritu Santo da a los sacerdotes el poder de absolver los pecados y de hacer el oficio que hace el mismo Espíritu Santo, que es justificar a las almas, y por esto está en ellos, y por ellos obra y para esto se les dio. Muy oportunamente decía San Pablo: Nosotros somos coadjutores de Dios y legados de Cristo. Esta facultad de perdonar los pecados es tan grande que es mayor que el poder de curar enfermedades y de resucitar muertos y hacer toda especie de milagros; es más que el poder de criar el universo, como asegura San Agustín: Es mayor la obra de justificación de un pecador que la creación del cielo y de la tierra. Y el angélico doctor Santo Tomás dice: La justificación del impío es la mayor obra de Dios. Es tan grande la dignidad sacerdotal que supera a la angélica, dice el citado Santo Tomás. Sí, los ángeles la veneran, dice San Gregorio Nacianceno; y lo que más asombra es lo que dicen Inocencio III, San Bernardino y otros santos, y es que la dignidad sacerdotal, en alguna manera, pasa más allá del poder que Dios dio a María Santísima, pues que María Santísima una sola vez concibió y dio a luz al Hijo de Dios, y el sacerdote, en algún modo, tantas cuantas veces celebra la santa misa; a María Santísima Dios no le dio facultad de perdonar pecados, y al sacerdote sí: Aun cuando la Santísima Virgen haya sido elevada sobre los apóstoles, con todo, no a ella, confió el Señor las llaves del reino de los cielos (Inocencio III). Y añade: Los sacerdotes, por razón de su dignidad, son llamados “dioses”. Y San Clemente dice que el sacerdote, después de Dios, es el Dios de la tierra.
Según la dignidad y grandeza del sacerdocio debe ser la perfección y santidad del que la ha de recibir y conservar con honor.
Fuente: San Antonio María Claret, Escritos espirituales
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