Santos Fabián, Papa y Sebastián, Mártires

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Los honores de este día recaen sobre dos grandes Mártires: el uno, Pontífice de la Iglesia de Roma; el otro, hijo de esta Iglesia Madre. Fabián recibió la corona del martirio el año 250 bajo la persecución de Decio; Sebastián en la de Diocleciano el año 288. Consideraremos por separado los méritos de ambos atletas de Cristo.

Imitando a sus predecesores San Clemente y San Antero, el Papa Fabián tuvo especial empeño en hacer redactar las Actas de los Mártires; pero la persecución de Diocleciano que hizo desaparecer un gran número de estos preciosos monumentos, nos privó del relato de sus sufrimientos y de su martirio. Sólo han llegado hasta nosotros algunos rasgos de su vida pastoral; pero podemos hacernos una idea de sus virtudes por el elogio que de él hace San Cipriano, llamándole varón incomparable, en una carta que escribió al Papa San Cornelio, sucesor de Fabián. El Obispo de Cartago alaba también la pureza y santidad de vida del Pontífice que supo dominar con frente serena las tempestades que agitaron a la Iglesia de su tiempo. Nos complacemos contemplando aquella cabeza digna y venerable, sobre la que se posó una paloma para señalar al sucesor de Pedro, el día en que se reunió el pueblo y el clero de Roma para la elección de Papa, después del martirio de Antero. Esta semejanza con el hecho de la manifestación de Cristo en el Jordán por medio de la divina paloma, hace todavía más sagrado el carácter de Fabián. Depositario del poder de regeneración que existe en las aguas después del bautismo de Cristo, fue celoso propagador del cristianismo.

De esta manera transcurrieron, oh Fabián, los días de tu Pontificado, largos y tempestuosos. Presintiendo la futura paz que Dios reservaba a su Iglesia, no consentiste que se perdieran para los siglos venideros los grandes ejemplos de la era de los mártires, y por eso trató, tu solicitud de conservarlos. Gran parte de los tesoros por ti reunidos para nosotros, fueron pasto de las llamas; apenas si nos es dado reunir algunos detalles de tu propia vida; pero sabemos lo suficiente para alabar a Dios por haberte escogido en tan difíciles tiempos, y para celebrar hoy el triunfo glorioso logrado por tu constancia. La paloma que te señaló como elegido del cielo al posarse sobre tu cabeza, te eligió por Cristo visible de la tierra, preparándote para las solicitudes y el martirio, e indicando a toda la Iglesia que debía reconocerte y escucharte. ¡Oh Santo Pontífice, ya que en esto fuiste semejante al Emmanuel en su Epifanía, ruégale por nosotros para que se digne manifestarse más y más a nuestras almas y corazones!

Coloca Roma a la cabeza de sus glorias y después de los Apóstoles Pedro y Pablo, a dos de sus valientes mártires, Lorenzo y Sebastián, el día de hoy, Sebastián, el jefe de la guardia pretoriana es llamado a prestar servicio junto al Emmanuel.

Imaginémonos a un joven, rompiendo todos los lazos que le ataban a Milán su patria, por el único motivo de que allí no arreciaba la persecución con tanta fiereza, mientras que en Roma la tempestad bramaba violentamente. Teme por la constancia de los cristianos, y sabe que en distintas ocasiones los soldados de Cristo, cubiertos de la armadura de los soldados de César, se introdujeron en las prisiones y animaron el valor de los confesores. Es la misión que ambiciona, en espera del día en que él mismo pueda alcanzar la palma. Acude, pues, en ayuda de aquellos a quienes habían quebrantado las lágrimas de sus padres; los carceleros afrontan el martirio, cediendo al imperio de su fe y de sus milagros, y hasta un magistrado romano solicita ser instruido en una doctrina que comunica tanto poder a los hombres. Colmado de distinciones por Diocleciano y Maximiano Hércules, dispone Sebastián en Roma de una influencia tan favorable al cristianismo, que el Papa Cayo le proclama Defensor de la Iglesia.

Por fin, después de haber enviado innumerables mártires al cielo, el héroe consigue también la corona, objeto de sus deseos.

Oh valeroso soldado del Emmanuel, ahora descansas a sus plantas. Mira desde lo alto del cielo a la cristiandad que celebra tus triunfos. En este período del año apareces como fiel guardián de la cuna del Niño divino; el cargo que ejercías en la corte de los príncipes de la tierra lo desempeñas ahora en el palacio del Rey de reyes. Dígnate elevar hasta allí y presentar nuestros votos y oraciones.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico