La Pasión de Cristo y la Santa Misa

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La pasión de Cristo ocupa un lugar tan preferente en su vida, es de tal modo su obra, y tal la importancia que le dio, que quiso que su memoria se recordase entre los hombres, no sólo una vez al año, en los días de semana santa, sino todos los días. A este fin instituyó el mismo sacrificio que perpetuase, en el curso de los siglos, la memoria y los frutos de su oblación en el Calvario; es el sacrificio de la Misa.

Asistir a ese santo sacrificio y ofrecerlo con Cristo, es uno de los mejores y más eficaces medios de participar de su Pasión sacratísima.

Ya sabéis, pues, que en el altar se recuerda el mismo sacrificio del Calvario; que es el mismo Pontífice, Jesucristo, quien se ofrece a su Padre por manos del sacerdote; que la víctima es la misma, y que la única diferencia está en el modo de ofrecerlo. Quizá a veces decimos: ¡Oh quién hubiera podido estar en el Calvario con María, san Juan y Magdalena! Pero la fe nos pone delante de Jesús inmolándose en el altar, Él renueva de una manera mística su sacrificio, para hacernos partícipes de sus méritos y de sus satisfacciones. Cierto que no le vemos con los ojos corporales; pero la fe nos dice que allí está ofreciéndose con los mismos fines con que se ofrecía en la cruz. Si tenemos fe viva, ella nos hará caer rendidos a los pies de Jesús que se sacrifica; nos unirá a Él, y nos asociará a sus sentimientos de amor para con su Padre, de odio contra el pecado. La fe nos hará exclamar con Él: “Padre, heme aquí, para cumplir tu voluntad”.

Esos serán especialmente nuestros sentimientos si, habiéndonos ofrecido con Jesús, nos unimos luego a Él sacramentalmente mediante la comunión. Cristo, entonces, se da enteramente a nosotros, como quien viene a expiar y destruir en nosotros el pecado. 

En la cruz nos hizo morir con Él al pecado: “He sido crucificado con Cristo”, dice san Pablo. En aquellos instantes supremos Cristo no nos separó de sí; nos dio poder de desbaratar en nosotros el reino del mal, causa de su muerte, para que formásemos parte de la “congregación santa e irreprensible de los escogidos”.

Fuente: Dom Columba Marmion, Jesucristo en sus Misterios