Publicado por: Servus Cordis Iesu
Los Santos, que ya poseen a Dios en el cielo, cuídanse de nuestra santificación y nos ayudan a adelantar en el ejercicio de la virtud con su poderosa intercesión y los buenos ejemplos que nos dejaron: debemos, pues, venerarlos; son poderosos intercesores: debemos invocarlos; son nuestros modelos: debemos imitarlos.
Debemos venerarlos, y, al venerarlos, veneramos a Dios y a Jesucristo en ellos. Todo cuanto de bueno hay en ellos, es obra realmente de Dios y de su divino Hijo. Su ser natural es un reflejo de las perfecciones divinas; sus cualidades sobrenaturales son obra de la divina gracia merecida por Jesucristo, inclusos sus actos meritorios, que, a pesar de que son bienes propios suyos, en cuanto que con su libre consentimiento han colaborado con Dios, son también principalmente don de Aquél que siempre es la causa primera y eficaz de todas las cosas.
Honramos, pues, en los Santos: a los santuarios vivos de la Santísima Trinidad, que se dignó habitar en ellos, adornar sus almas con las virtudes y los dones, influir en sus facultades para que libremente produjeran actos meritorios, y concederles la gracia insigne de la perseverancia; a los hijos adoptivos del Padre, amados singularmente por Él, rodeados de su solicitud paternal, y que supieron corresponder a tantos cuidados, asemejándose poco a poco a Él en la santidad y en las perfecciones; a los hermanos de Jesucristo, sus miembros fieles, que, incorporados a su cuerpo místico, recibieron de él la vida espiritual y cuidaron de ella con amor y constancia; a los templos del Espíritu Santo y dóciles agentes suyos, que se dejaron gobernar por él, y siguieron las inspiraciones suyas en vez de irse ciegamente tras de las inclinaciones de la corrompida naturaleza.
Por estas razones podéis adorar con profunda veneración la vida de Dios derramada en todos los Santos; honraréis a Jesucristo, que a todos les da vida y los perfecciona por medio de su divino Espíritu hasta hacer de ellos una sola cosa consigo… Él canta en ellos las divinas alabanzas; Él pone en sus labios todos los cánticos que entonan; por Él le alaban todos los Santos y le alabarán por toda la eternidad.
Debemos invocarlos, porque, con su poderosa intercesión nos alcanzarán más fácilmente las gracias de que hemos menester. Cierto que sola la mediación de Jesús es necesaria, y que es bastante por sí misma; mas, precisamente porque son miembros de Cristo resucitado, juntan los Santos sus preces con las de Jesús, y así ruega todo el cuerpo místico del Salvador y hace dulce violencia al corazón de Dios. Rogar con los Santos es juntar nuestras súplicas con las del cuerpo místico todo entero y asegurar la eficacia de ellas. Por lo demás, los Santos gozan en interceder por nosotros: Nos aman como a hermanos suyos, hijos de un mismo Padre; compadécense de nosotros; se acuerdan, al vernos, de lo que ellos fueron, y entienden que somos almas que debemos, como ellos, contribuir a la gloria de Jesucristo. ¡Cuánto gozo sienten al hallar quienes los acompañen en el rendir tributo de alabanzas a Dios y los ayuden a satisfacer el deseo ardiente de glorificarle con mil y mil bocas si las tuvieran! El poder y la bondad de los Santos han de inspirarnos, pues, grande confianza. Especialmente habremos de invocarlos al celebrar sus fiestas; entraremos de esta manera en la corriente litúrgica de la Iglesia y participaremos de las virtudes particulares que practicaron cada uno de ellos.
Ante todo debemos imitar sus virtudes. Todos ellos trabajaron por copiar en sí los trazos del divino modelo, y todos ellos pueden decirnos con San Pablo: “Sed imitadores míos como yo lo fui de Jesucristo”. Mas la mayor parte de su vida pasaron en el ejercicio de alguna virtud especial, que es, como su virtud característica: los unos se aplicaron a la integridad de la fe, los otros a la confianza o al amor; otros al espíritu de sacrificio, a la humildad, a la pobreza; otros a la prudencia, la fortaleza, la templanza o la castidad. A cada cual pediremos especialmente la virtud en que sobresalió, seguros de que tiene gracia especial para alcanzárnosla.
Fuente: Adolfo Tanquerey, Compendio de Teología ascética y mística
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