Magnos Doctores de la Iglesia

Servus Cordis Iesu

Los Santos Papas Gregorio I y León I

San Gregorio, Padre del pueblo cristiano, vicario tanto de la caridad como de la autoridad de Cristo, Pastor vigilante, el pueblo cristiano a quien con tanta fidelidad has amado y servido se dirige a ti con toda confianza. Ya que nunca has olvidado a tu querida grey escucha hoy su oración. Protege y dirige al Sumo Pontífice que hace las veces de Pedro y las tuyas; dale luces en sus consejos y fortifica su voluntad. Bendice a toda la jerarquía que te debe tan buenos preceptos y tan admirables ejemplos. Ayúdales para que mantengan inviolable el depósito de la fe; ayúdales en sus esfuerzos por restablecer la disciplina eclesiástica, sin la que todo es desorden y trastorno. Dios te escogió para ordenar el culto, la sagrada liturgia, en el pueblo cristiano; intercede para que de nuevo se vuelva a esta manera de oración que se ha olvidado casi por completo. 

Viste el comienzo del cisma que desgarró el oriente de la comunidad católica. Poco después, por desgracia, Bizancio consumó la ruptura; como castigo de su crimen quedó reducida a la esclavitud y todavía esta infiel Jerusalén no ha reconocido la causa de sus desventuras. Pontífice santo, te suplicamos que ya que la justicia tuvo su cumplimiento, la misericordia también tenga el suyo; formen el único aprisco las ovejas que el cisma alejó de él.

Ruega también por toda la grey de los fieles que se entrega a las obras de penitencia en estos días de Cuaresma; alcanza para ella la compunción de corazón, el amor a la oración y el sentido de los misterios divinos. Aún leemos las homilías que tú predicaste al pueblo romano en este tiempo de Cuaresma; la justicia y la misericordia de Dios permanecen inmutables; haz que nuestros corazones se conmuevan con el temor y se consuelen por medio de la esperanza. Y puesto que la aspereza de las leyes eclesiásticas que prescriben el ayuno y la abstinencia nos espantan con frecuencia, danos ánimos y reaviva en nuestros corazones el espíritu de sacrificio; que tu intercesión ante Dios nos alcance la gracia de ser verdaderos penitentes así como nos ilustran tus ejemplos y nos sirven de guía tus enseñanzas; para que oigamos de nuevo, con la alegría de una conciencia limpia, el Alleluia que nos enseñaste a cantar en la tierra y que esperamos repetir contigo en la eternidad.

Gloria a ti, Cristo, León de la tribu de Judá, que suscitaste en tu Iglesia un León para defenderla en los días que la fe corría riesgo inminente de perderse. Encargaste a Pedro confirmar en ella a sus hermanos; y nosotros hemos visto a san León, en quien vivía Pedro, cumplir este oficio con autoridad soberana. Hemos oído resonar la voz del Concilio que, acatando la doctrina de León, proclamaba el beneficio señalado que has conferido en estos días a tu rebaño, cuando encargabas a Pedro apacentar tanto las ovejas como los corderos.

¡Oh León! Has representado con dignidad a Pedro en su cátedra. Tu palabra apostólica no cesó de esparcirse desde ella, siempre verdadera, siempre elocuente y majestuosa. La Iglesia de tu tiempo te honró como maestro de la doctrina, y la Iglesia de siglos posteriores te reconocerá como uno de los más sabios doctores que han enseñado la palabra divina. Desde lo alto del cielo, donde ahora resides, derrama sobre nosotros la inteligencia del misterio que tuviste la misión de enseñar. A los fulgores de tu pluma inspirada, este misterio se esclarece, se revela su armonía; y la fe se goza al percibir tan claramente el objeto al que se adhiere. Fortifica en nosotros esta fe. También en nuestros tiempos se niega la Encarnación del Verbo; vindica su gloria, envíanos nuevos doctores.

Tú triunfaste de la barbarie, noble Pontífice. Atila depuso ante ti las armas. En nuestra época han resucitado nuevos bárbaros, los bárbaros civilizados que proclaman como ideal de las sociedades aquella que no es cristiana, aquella que, en sus leyes e instituciones, no confiesa a Cristo, Rey de los hombres, a quien fue dado todo poder en el cielo y en la tierra. ¡Socórrenos!; pues el mal ha llegado al colmo. Muchos, seducidos, se han pasado a la apostasía sin pensarlo. Alcánzanos que no se extinga por completo en nosotros la luz, que se acabe el escándalo. Atila era pagano; los modernos utopistas son cristianos, o al menos muchos de ellos quisieran serlo; apiádate de ellos, y no permitas que sean por más tiempo victimas de sus ilusiones.

¡Oh León!, bendice y sostén a tu sucesor en la cátedra de Pedro y sé en estos días el sostén de Roma, cuyos santos y eternos destinos celebraste con tanta elocuencia.

Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico