Publicado por: Servus Cordis Iesu
La Santa Iglesia nos pone en las Lecciones del Oficio de San Ignacio, el breve relato que San Jerónimo le dedica en su obra de Scriptoribus ecclesiasticis. El santo Doctor tuvo la feliz idea de insertar en él algunos trozos de la admirable carta del Mártir a los fieles de Roma. Estas citas representan los más bellos trozos que contiene:
Ignacio, tercer sucesor del Apóstol San Pedro en la Sede de Antioquía, habiendo sido condenado a las fieras, bajo la persecución de Trajano, fue enviado a Roma, cargado de cadenas. Hizo el viaje por mar, desembarcando en Esmirna, donde era Obispo Policarpo, discípulo de San Juan. Escribió una carta a los Efesios, otra a los Magnesios, otra a los Trallianos, y otra a los Romanos. A la salida de esta ciudad escribió también a los fieles de Filadelfia y a los de Esmirna, y dirigió una carta privada a Policarpo, en la que le recomendaba la Iglesia de Antioquía. En esta carta es donde refiere un testimonio del Evangelio que yo traduje hace poco, sobre la persona de Jesucristo.
Pero, ya que hablamos de este gran hombre, justo es que transcribamos aquí algunas líneas de su Epístola a los Romanos: “Desde Siria hasta Roma, dice, vengo luchando contra las fieras por mar y tierra; día y noche estoy encadenado a diez leopardos, es decir, a los soldados que me custodian, cuya crueldad se aumenta con los beneficios que les hago. Su maldad me sirve de prueba, pero no por eso estoy justificado: ¡Quiera Dios que sea entregado a las fieras que me aguardan! Ojalá me hagan sufrir cuanto antes los suplicios y la muerte; ojalá les excite a devorarme, y a desgarrar mi cuerpo, no vaya a suceder conmigo lo que con otros muchos a quienes no osaron tocar siquiera. Si ellas no se atreven, yo las provocaré y las obligaré a que me devoren. Perdonadme, hijos míos, que yo sé lo que me conviene.
Ahora empiezo a ser Discípulo de Cristo, porque no deseo nada de lo visible con tal de ganar a Cristo. Vengan sobre mí el fuego, la cruz, las fieras, la tortura de mis huesos, la mutilación de mis miembros, el magullamiento de todo mi cuerpo, y todos los tormentos del infierno, con tal que pueda gozar de Jesucristo”. En su ansia de padecer, al ser expuesto a las fieras y oír los rugidos de los leones, dijo: “Trigo de Cristo soy, debo ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser un pan verdaderamente limpio”. Padeció en el undécimo año de Trajano. Sus restos descansan en Antioquía, en el cementerio que está fuera de la puerta de Dafné.
¡Oh Pan puro y glorioso de Cristo, tu Maestro! por fin conseguiste lo que deseabas. Toda Roma, sentada en las gradas del soberbio anfiteatro, aplaudía el desgarre de tus miembros; mientras los dientes de los leones trituraban todos tus huesos, tu alma, dichosa de poder entregar a Cristo vida por vida, se lanzaba veloz hacia Él. Tu suprema felicidad consistía en sufrir, porque sabías que el sufrimiento es una deuda contraída con el Crucificado; sólo deseabas llegar a su Reino después de haber experimentado en tu carne los tormentos de su Pasión. ¡Oh Mártir, ten piedad de nuestra flaqueza! Alcánzanos que seamos fieles a nuestro Salvador al menos, frente al demonio, a la carne y al mundo; que entreguemos a su amor nuestro corazón, si es que no somos llamados a ofrecerle nuestro cuerpo en sacrificio.
Como sucesor de Pedro en Antioquía, ruega también por las Iglesias de tu Patriarcado; devuélvelas a la fe verdadera y a la unidad católica. Ampara a la Iglesia Romana que regaste con tu sangre, y que se halla en posesión de tus reliquias. Vela por el mantenimiento de la disciplina y de la obediencia eclesiásticas de las que diste tan excelentes normas en tus Epístolas; consolida por el sentido del deber y de la caridad, los vínculos que deben unir a todos los grados de la jerarquía, para que la Iglesia de Dios aparezca bella en su unidad y terrible para los enemigos de Dios como un ejército en línea de batalla.
Fuente: Dom Prospero Guéranger, El Año Litúrgico
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