Publicado por: Servus Cordis Iesu
Pío decía que los pontífices debían edificar la republica tanto con piedras, cuanto con virtudes. Había certeramente entendido que para regir a los hombres con paz y autoridad nada hay más valido que el ser amado de ellos y nada más impropio que el ser temido; asimismo que nada es más apto para acercar los hombres a Dios que el buscar su salvación. Por todo esto quiso dar comienzo a su ministerio de Pontífice con una gran caridad hacia los pobres y con una gran liberalidad y clemencia con todos. Decía que es tarea fundamental del Romano Pontífice la de esforzarse con empeño en que se conservara la integridad del culto divino, la disciplina eclesiástica y la moralidad de los ciudadanos. Por ello dedicó cuidado especialísimo en devolver, donde hubiera venido a menos, el esplendor primitivo del culto y también procuró restablecer a todos los niveles la verdadera piedad en la vida y costumbres.
Advirtiendo con acierto que nada hay más aborrecible para Dios y más pernicioso para el género humano que la herejía, se dedicó con esfuerzo a erradicar del mundo entero este mal contagioso. En orden a ello, ya primero durante toda su vida anterior y más tarde durante su pontificado con más eficacia, pensaba que no debía escatimar esfuerzos o dedicación para procurarlo, sin dejar nada por hacer para conseguirlo. Para ello usó de consejos llenos de prudencia, de exhortaciones llenas de piedad, de advertencias llenas de humanidad.
Pío merece destacarse con egregia alabanza por su piedad para con Dios. Sus intenciones estaban de tal modo orientadas a Dios que siempre antepuso su honor y su gloria a todo lo demás. No tuvo otro deseo que actuar conforme a la divina voluntad. Rememoraba con piedad y casi continuamente los acerbísimos dolores que Cristo sufrió por nosotros y para este fin tenia habitualmente delante de si la imagen de Cristo clavado en la cruz.
Pero aún más, siempre conservó esta continuidad de oración incluso dentro de los asuntos más urgentes que pudieran tenerle ocupado, sin que por ella omitiera nada de lo que correspondía a su cargo. Pensaba, efectivamente, que era función principal del Pontífice interceder ante el Señor en favor de las necesidades y por los pecados del pueblo y que para ello era preciso vivir en familiaridad con Dios y serle grato, pues ante Dios había sido constituido como intercesor. De hecho volvía de cuando en cuando a unirse en coloquio con Dios, dejando momentáneamente los asuntos en que se ocupaba, para aprender del mismo Dios en su interior lo que después debía enseñar al pueblo. Así, arrebatado en su interior en la contemplación de Dios, podía luego soportar el peso de buscar la salvación de los hombres. Y para que Dios tuviera compasión de los hombres, aumentaba sus penitencias cuando más graves eran las necesidades de la Iglesia o las calamidades públicas.
Era en tal modo devoto de la santísima Virgen Madre de Dios que, aun siendo Pontífice y estando ocupado con tantos asuntos, no pasó ningún día sin la recitación del santo rosario. Y no parece hecho que no sea debido a designio divino el que después de su muerte los restos de este gran Pontífice y su mausoleo fueran colocados en Roma y no en otro lugar del orbe y precisamente en la basílica de Santa María la Mayor. Así brilla desde este lugar por el ejemplo de sus virtudes de Pontífice y es un modelo de virtud para las generaciones venideras. Habiendo sido en toda su vida un extraordinario devoto de la Santísima Virgen, Madre de Dios, ahora después de su muerte no reposa en otro lugar, sino en su magnífico santuario.
La historia de su vida es útil no solo para un determinado grupo de personas, sino que se adapta perfectamente a todo género de personas.
¿Profesa, acaso, alguien la vida religiosa? Ahí tienes en él un maravilloso ejemplo de obediencia, castidad y pobreza y, lo que es más de admirar, un ejemplo insigne de humildad y pobreza cristianas vividas precisamente en la suprema potestad de la Iglesia.
¿Está alguien dedicado a asuntos temporales, dentro o fuera de casa, en asuntos públicos o privados? Tampoco para éste faltan aquí consignas llenas de prudencia y de piedad con las que podrá moderar con total sabiduría su propia salvación y la de los demás.
¿Alguien se dedica a estudios militares o encuentra especial agrado en hacer o leer cosas sobre el arte de la guerra? Este también encontrará normas muy saludables y hallara lecturas agradables en relatos de batallas, no frívolas o profanas, sino de guerras importantes y altamente religiosas y también aquí encontrará reseñadas las victorias más célebres entre todas las habidas sobre los enemigos del nombre cristiano.
Y, finalmente, pero de importancia fundamental: aquí tienen los pontífices y obispos ejemplo para ordenar y fomentar todos los asuntos eclesiásticos para estimularse cada vez más en el fomento del culto de la verdadera religión.
Fuente: De la vida del bienaventurado Pío, Papa Quinto, de Juan Antonio Gabutio
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