Viernes Santo de la Pasión y Muerte del Señor

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo

Este día es dedicado todo a la estación del Calvario, del cual conviene que no te apartes ni un punto; asiste a la sombra del árbol de la cruz, redención de la pérdida del árbol del Paraíso. Levanta los ojos a lo alto de la copa y verás aquel racimo de la viña de Engadí, pendiente de sus ramas, y a tu dulce Esposo entre dos ladrones, reputado por uno de ellos.

Levanta los ojos y lee el título que tiene Cristo en la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Medita cada palabra de por sí: Jesús, que significa Salvador, y porque lo fue del mundo y tuyo, es condenado a tan acerba y afrentosa muerte. ¡Oh dulcísimo Bien mío, cuánto os costó mi salvación, cuánto hiciste por mí y cuán poco hago yo por Vos! 

Nazareno, que quiere decir florido, la flor del cielo y de la tierra está entre las espinas, y porque florecisteis en tantas virtudes y maravillas sois coronado en ellas y condenado a tantos tormentos. 

Aprende a tener paciencia, si te hallares perseguido por hacer bien en el mundo, y servir a Dios con virtud.

Rey, por ser Rey de cielos y tierra, es condenado de los suyos; considérale coronado en el cielo con diadema de inmortalidad y obedecido de todas las criaturas y adorado de todos sus cortesanos, y luego baja los ojos a mirarle en la cruz: coteja un trono con el otro, y una corona con la otra, un cetro con el otro, y la obediencia de aquellos vasallos con la alevosía de éstos, y la gloria que allí goza con las penas que aquí padece; y duélete de verle tan humillado y despreciado por tus pecados.

Oye las blasfemias y baldones que le dicen los sacerdotes y la gente del pueblo, que mofaba y escarnecía llamándole falso profeta, engañador y mentiroso; y diciéndole que se bajase de la cruz, si era hijo de Dios, y maldiciéndole como a condenado; nosotros mereciéramos ser malditos por nuestros pecados, y Él quiso tomar sobre sí nuestra maldición y darnos la bendición de su Padre, y con ella la eterna herencia de Dios; agradécele tan crecida merced y no ceses de alabarle y bendecirle desagraviando su honra, y recompensando de tu parte su honor bendiciéndole al paso que le maldicen y ofenden los pecadores.

Contempla el dolor que tendría la Beatísima Virgen, viendo expirar a su Precioso Hijo con tantos y tan graves dolores, y cuánto desearía morir en su compañía; atiende al sentimiento que hicieron todas las criaturas en su muerte: el sol se oscureció, las piedras se dieron unas con otras, los sepulcros se abrieron y los muertos mostraron sentimiento, el velo del templo se rasgó de alto abajo y los buenos hirieron sus pechos. Recógete con tu Dios a meditar lo que padeció por ti, y llora la tragedia que has causado en el Salvador del mundo. ¡Oh Rey de Gloria! Muchas gracias os doy porque habéis llevado a cabo la obra de mi redención, y os suplico que no se pierda en mí; sino que se logre vuestra preciosísima Sangre y me vea yo en vuestro Reino con Vos. 

Fuente: P. Alonso de Andrade, Meditaciones diarias de los misterios de nuestra fe