Publicado por: Servus Cordis Iesu
Cristo, pues, nos mereció todas las gracias y todas las luces: su muerte nos abrió de nuevo las puertas de la vida y nos ha “traslado de las tinieblas a la luz”; ella es “la causa de nuestra salud y de nuestra santidad”.
Los Sacramentos, que son los canales por donde la gracia y la vida divina fluyen a nuestras almas, no tienen valor sino por el sacrificio de Cristo. Si estamos hoy en estado de gracia, ¿a qué lo debemos? Al bautismo. Y ¿quién nos mereció los frutos del bautismo? La muerte de Cristo. En el sacramento de penitencia somos igualmente lavados en la Sangre del Redentor. De la cruz traen su virtud los sacramentos; y no tienen eficacia sino en cuanto van unidos a la Pasión santa de Cristo. La muerte de Jesús es la fuente de nuestra confianza. Mas para que ésta sea del todo eficaz, es preciso que nosotros mismos participemos de su Pasión, contemplando a Jesús, con fe y amor, en las diversas fases de la vía dolorosa. Cada año la Iglesia vive con Jesús en la Semana Santa, día por día y hora tras hora, los diversos pasos del sangriento drama del Calvario, y pone ante los ojos de todos sus hijos el horrible cuadro de esos dolores que salvaron a los hombres.
La Pasión constituye como “el santo de los santos” de los misterios de Jesús. Es como el coronamiento de su vida pública, la cima de su misión en la tierra, la obra hacia la cual propenden todas las demás, de la cual sacan todo su valor. Todos los años, durante toda la Semana Santa, conmemora la Iglesia este misterio en sus diversas fases; todos los días, en el santo sacrificio de la Misa, renueva su recuerdo y realidad para aplicarnos sus frutos. A este acto céntrico de la liturgia viene a agregarse una práctica de piedad que, ha llegado a ser, a causa de la abundancia de gracias de que es venero copioso, gratísima a las almas fieles: es la devoción a la Pasión de Cristo, más conocida con el nombre de Calvario o Vía Crucis.
Con qué entusiasmo y fervor emprendían los cristianos de Occidente, durante la Edad Media, la larga y penosa peregrinación a los Santos Lugares, con el fin de venerar los pasos y sangrientos recuerdos del Salvador, fuente fecunda de gracias, donde se alimentaba su piedad. Al regresar a sus hogares, tenían gran empeño en conservar el recuerdo de los días de oración pasados en Jerusalén; ya, desde el siglo XV, en casi todos los pueblos, se ven reproducir los santuarios y estaciones de la Ciudad Santa. La piedad de los fieles hallaba modo de satisfacerse con una peregrinación espiritual renovada a gusto de cada uno. Más tarde, enriqueció la Iglesia esta práctica con las mismas indulgencias que ganan los que recorren las estaciones en Jerusalén.
La contemplación de los dolores de Jesús es sumamente fecunda. Estoy convencido de que, fuera de los sacramentos y actos litúrgicos, no hay práctica más útil para las almas que el Vía Crucis hecho con devoción. Su eficacia sobrenatural es incomparable. La Pasión es la obra por excelencia de Jesús: fue vaticinada en casi todos sus pormenores; no hay misterio de Jesús cuyas circunstancias hayan sido anunciadas con tanto esmero por el Salmista y por los profetas.
Fuente: Dom Columba Marmion, Jesucristo en sus Misterios
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