Una santa madre de familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La Beata Ana María Taigi nació en Siena, el día 30 de mayo de 1769. Emigrada a Roma, se casó y tuvo siete hijos. Aunque muy ocupada en los trabajos del hogar, no descuidó las obras de misericordia, particularmente con los pobres y los enfermos. Rica en virtud, la gente buscó en ella consejo. Murió el día 9 de junio de 1837. Sus reliquias se veneran en la basílica de San Crisógono, Roma.

El matrimonio cristiano simboliza la unión de Cristo con la Iglesia , y ha sido llamado por el Apóstol “gran sacramento”; por esto no pocas veces Dios ha querido manifestar que es posible, sin duda, alcanzar con la ayuda de la gracia las cimas de la más consumada perfección, si bien a través de dificultades de diversa índole.

Esto fue lo que el Altísimo quiso dar a entender a través de una humilde mujer, la cual, aun cuando agobiada por las ocupaciones del matrimonio y obligada a buscar el sustento para sí y los suyos, sin embargo dejó preciosísimos ejemplos de consumada santidad. Tan religiosamente ejerció los oficios de excelente esposa y de diligentísima madre que, con razón, puede ser presentada a todas las esposas y madres como un acabado y brillantísimo ejemplo.

Se levantaba al romper el alba y acudía a la iglesia más cercana para practicar sus devociones y alimentarse de la Eucaristía. Clareaba el día cuando volvía a su casa para dedicarse a los quehaceres domésticos y a los otros menesteres de su estado. Tuvo siete hijos: cuatro niños y tres niñas. Algunos murieron siendo pequeños; pero, los que sobrevivieron, demostraron con su probidad la robusta formación que habían recibido.

Aun cuando estaba dedicada a los deberes de su estado y al trabajo, la venerable sierva de Dios se dedicaba con asiduo afán a la meditación de las verdades divinas.

A su familia, verdadero santuario de vida conyugal, no le faltaron ni ultrajes ni calumnias. Todo ello lo soportó con inquebrantable espíritu por amor de Cristo, perdonando a los detractores, a quienes devolvió bien por mal.

Tan grande era el amor de Dios que le abrasaba, que se veía obligada a hacer enormes esfuerzos para reprimirlo. Sin embargo, aunque estaba absorbida por el amor divino y se mantenía escondida en Cristo, se ha de afirmar que no fue ajena a los acontecimientos de su tiempo; más aún, ayudó mucho al prójimo y a toda la sociedad civil. Aun cuando era pobre, la venerable sierva de Dios no dejó pasar ni una sola oportunidad sin socorrer a las necesidades de los pobres. Todavía más, en las varias calamidades públicas o privadas, inspirada por luz celestial, se ofreció a la divina justicia como víctima admirable, afanándose con ininterrumpida oración en alejar los castigos que pendían sobre las cabezas de los demás.

Fuente: Del Breve de la Beatificación de Ana María Taigi de Benedicto XV, papa