Publicado por: Servus Cordis Iesu
¡Dios mío!, al ver a tantos sacerdotes como hoy celebrar con tales irreverencias… ¿Qué habrá que decir? ¿Que representan a Jesucristo o a tantos saltimbanquis que se ganan la vida embobando a la aldeanía con su juego de manos?
La mayoría de los sacerdotes se esfuerzan en no celebrar bien, sino en despachar la Misa. De aquí que tales celebraciones sean no ya un acto de Religión, sino un tráfico y un negocio lucrativo.
Y aún hay algo de admirar, o por mejor decir, que deplorar, y es ver hasta a religiosos, y aún a religiosos de Órdenes reformadas y observantes, atropellando de tal modo las ceremonias, que escandalizarían hasta a los idólatras y no obrarían peor que si fuesen sacerdotes seculares más relajados.
Nótese que los sacerdotes que celebran de modo tan indigno pecan, no sólo porque cometen grave irreverencia contra el Santo Sacrificio, sino a la vez, porque escandalizan gravemente a las personas que asisten a la Misa.
Así como el Santo Sacrificio celebrado devotamente infunde gran devoción y veneración, de igual manera celebrado irreverentemente hace perder el concepto y veneración que le son debidos.
Se cuenta de San Pedro de Alcántara que una sola de sus Misas, que celebraba con el fervor que le caracterizaba, hacía mayor bien a las almas que los sermones de los predicadores de la provincia donde se hallase.
Dice el Concilio de Trento que la Iglesia al instituir las ceremonias no se propuso más fin que el de inspirar a los fieles la veneración debida al sacrificio del altar y a los sublimes misterios que encierra.
Estas ceremonias, desempeñadas negligentemente y con precipitación, lejos de inspirar en los fieles veneración hacia tan santo misterio, hacen que la pierdan totalmente.
Las Misas celebradas con poca reverencia dan pie para que el pueblo haga poco caso del Santísimo Sacramento, y, como dice Pedro de Blois: “De la desordenada e indisciplinada muchedumbre de sacerdotes proviene hoy día que se llegue a menospreciar el venerable Sacramento de nuestra redención”.
Por esto el Concilio de Tours, celebrado en el año 1583, ordenó que los sacerdotes estuviesen bien instruidos en las ceremonias de la Santa Misa, dando para ello esta notable razón: “No sea que aparten de la devoción al pueblo a ellos encomendado, antes de inducirlos a la veneración de los misterios”.
¿Cómo pretenderán, pues, los sacerdotes con tan indevotas celebraciones alcanzar el perdón de sus pecados y gracias de Dios, si al tiempo de ofrecerlas le ofenden, causándole más deshonra que honor? “Con la celebración del sacrificio –dice el Papa San Julio- se borran los pecados. Y ¿qué se podrá ofrecer al Señor en expiación de los pecados cometidos hasta en la oblación del mismo Sacrificio?”.
Ofendería a Dios el sacerdote que no creyese en el sacramento de la Eucaristía, pero se ofende aún más el que, creyendo en él, no le tributa el debido respeto. Es responsable de que aquellos que le ven celebrar con tan poca reverencia, pierdan el respeto que conservarían si él obrara de otro modo.
Los judíos respetaron a Jesucristo al principio de su predicación; pero cuando vieron cómo lo despreciaban los sacerdotes, perdieron el buen concepto que de Él tenían, y acabaron por gritar con los mismos sacerdotes: “¡Crucifícale!”. Así también hoy los fieles, viendo el atropello y ligereza con que los sacerdotes celebran la Misa, le pierden el respeto y la veneración.
Fuente: San Alfonso María de Ligorio, La misa atropellada
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