Beato Carlos de Austria: "cumplir la voluntad de Dios en todo" (II)

Posted by: Corim

Carlos I de Austria 04 Coronación en Hungría

Días pasados, y coincidiendo con la fecha de su memoria, hemos empezado a considerar la vida del beato Carlos de Austria, desde su nacimiento hasta que, al morir su tío abuelo el Emperador Francisco José, el 21 de noviembre de 1916, accede al trono como Emperador de Austria-Hungría; todo enmarcado por la terrible primera guerra mundial.
El 30 de diciembre del mismo año fue coronado Rey Apostólico de Hungría con el nombre de Carlos IV. Su esposa escribe sobre el acontecimiento:
“Para él la coronación tenía un significado extraordinario: era una investidura llevada a cabo por la iglesia en nombre de Dios. Todas las obligaciones que el siervo de Dios juró cumplir en esta ceremonia fueron aceptadas por él con una profunda fe y se convirtieron el programa de su vida futura. Durante la coronación, Dios encomienda todo el pueblo al soberano. A partir de entonces este tenía que vivir para sus súbditos, cuidar de ellos, rezar y sufrir por ellos y santificarse para poder llevarlos a Dios. El día de su coronación fue un gran momento en la vida del siervo de Dios, a parir del cual iba directamente al encuentro de Dios”. Este punto es verdaderamente esencial para entender las decisiones del emperador a partir de aquel momento: la gracia de su soberanía le había sido concedida por Dios y la bendición por parte de la Iglesia le parecía esencial. Por eso tenía la intención de hacerse ungir también como Emperador de Austria en cuanto la guerra hubiese terminado. Era soberano por la gracia de Dios, no para su honor personal, sino para servir a sus pueblos y a la Iglesia de Cristo. Siguiendo una directiva espiritual de San Roberto Belarmino, de quién era devoto, Carlos iba a llevar el cetro como una Cruz.

Al ver los desastres de la guerra, el Emperador llegó a la convicción de deber tomar todos los pasos posibles por vías diplomáticas para llegar a una paz a pesar de sus aliados alemanes que le acusaban de cobarde y que sólo conocían una paz: la paz victoriosa. Mientras tanto se valía de todas sus posibilidades para aliviar la crueldad de la guerra, aunque fuera en algo. Se opuso rotundamente al uso del gas venenoso en el frente oriental. Era inquebrantable en su decisión de no bombardear ciudades italianas. Para él la población civil era absolutamente intocable; se cercioraba personalmente del buen trato a los prisioneros en sus campamentos; apoyaba en la medida de lo posible a los que vivían en sus casas. Cuando el hambre y la miseria se mostraban por todas partes, el emperador Carlos emprendió todo para compartir y solventar la miseria de su pueblo: organizaba cocinas de guerra, ordeno que los caballos de la corte imperial fueran utilizados para transportar carbón en Viena, daba y regalaba más de lo que le permitían sus recursos. Él y su familia vivían de las raciones oficiales de guerra. Prohibió que su familia comiese pan blanco, repartiéndolo entre enfermos y heridos, y no permitió que se sirviera manjares delicados en su casa.

Carlos entendió que la ansiada paz exterior solo era posible si había orden en su propia casa. Para ello tomó medidas de carácter social basadas en la encíclica RERUM NOVARUM. De ahí sus iniciativas para el establecimiento de un Ministerio de Ayuda Social y otro de Salud. Tomó medidas legales a favor de la clase obrera que conllevaban mejoras considerables, como la introducción del control de precios, para hacer más fácil la vida a los menos adinerados. De manera inexorable castigaba a quién aprovechara su posición para obtener un provecho particular de los negocios del Estado. El siervo de Dios detestaba que se sacara beneficio del hambre del prójimo.

Su esposa Zita lo había pronosticado: todo ello generaba enemistades y calumnias contra él. Como les ocurre a menudo a los gobernantes, hubo muchas calumnias viles contra el Emperador Carlos, diseminadas especialmente por grupos y organizaciones que le rechazaban por el solo hecho de ser el soberano más católico y más leal a Roma de toda Europa. Qué apropiadas son en este contexto las palabras del Evangelio según San Mateo:
“Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.”

La fuerza para ser fiel a sus deberes como emperador Cristiano, la obtenía de la oración constante, de la unión permanente con Dios, que alimentaba y mantenía viva participando a diario de la Santa Misa, mediante la adoración Eucarística y la devoción por el Sagrado Corazón de Jesús. Se confesaba regularmente cada ocho días y tomaba muy en serio la santificación del domingo y de los días de ayuno. Veneraba especialmente a la Madre de Dios, rezaba a menudo el Rosario, también en familia; veneraba el escapulario que llevaba según la costumbre de la cofradía de la que era miembro y en la que inscribió a todos sus hijos. Antes de cada decisión importante el siervo de Dios se retiraba solo a la capilla para meditar su decisión ante el Santísimo y  rezar por ella. El 2 de octubre de 1918, en la primera comunión de su hijo Otón, consagró toda su familia al Sagrado Corazón de Jesús e incluyó a todas las naciones de la Monarquía. Nunca comenzaba una comida sin rezar y estuviese donde estuviese rezaba el Ángel al mediodía.

Debido a su amor por la Iglesia se ganó la enemistad de la poderosa masonería francesa, que también tenía adeptos en altos cargos en Austria: ministros, banqueros, periodistas. No permitía que nadie hablara mal del Papa o del Vaticano en su presencia. El Papa Benedicto XV le llamaba
“su hijo predilecto” y según recuerda su hija Isabel Carlota, “por amor al Papa acogió inmediatamente los llamamientos de paz del Santo Padre y fue el único jefe de estado que respondió al mensaje de paz del Santo Padre del 24 de diciembre de 1916.”
La  paz era el deseo más importante de Benedicto XV y la paz era lo único que Carlos ansiaba.
Durante sus difíciles esfuerzos por la paz, el Emperador Carlos tuvo que aceptar que lo calificaran de débil y cobarde. Sus tenaces esfuerzos era vistos como traición frente al aliado alemán que solo concebía una paz victoriosa, lo cual es lo mismo que decir guerra, destrucción y muerte de miles de inocentes, todo lo cual rechazaba enérgicamente el Emperador Carlos.

Nota aclaratoria: para la presente biografía del Beato Carlos de Austria, se toma como base las actas del proceso de beatificación; a raíz de lo cual debemos interrumpir el relato en este punto, para que no se haga muy extenso. Continuaremos el relato el próximo sábado 29 de octubre. Mientras tanto, encomendémonos a la intercesión del Beato Carlos de Austria, especialmente encomendemos nuestra amadísima patria.
BEATO CARLOS DE HABSBURGO, RUEGA POR LA ARGENTINA.